Parte 17

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CAPÍTULO 16

Elizabeth había visto el ocaso con sus líneas violetas dispersándose en el cielo y formando un firmamento plagado de colores que revitalizaban el alma. Había sido un acierto tomar una casa en Whasintong Square que colindara en su parte posterior con el frondoso bosque aún sin construir. Esperaba de veras que los americanos tuvieran la misma costumbre inglesa de respetar los espacios naturales aunque en aquel país parecía que lo que más se valoraba eran los beneficios que pudieran reportarse a pesar de la tala de árboles.

A la caída de la noche se sentía con aquella fuerza que siempre le pillaba desprevenida. Aún era dueña de sus actos y todavía no sabía cuando se produciría la conversión completa, pero uno de los rasgos licántropos que había adquirido desde el principio era aquella arrebatadora fuerza que la ponía en guardia pues tenía que estar dominándola continuamente. Elizabeth pensó que tal vez era mejor así para aprender a controlar sus instintos para cuando se convirtiera completamente en un animal...y rogaba al cielo que, con suerte, eso no ocurriera nunca.

En cuanto a Gretty...si la doncella había tenido dudas en algún momento de que la historia de Elizabeth fuera incierta, ahora ya estaba completamente convencida...¿sería verdad aquello que dijo sobre su madre? Elizabeth sonrió al imaginar a una mujer parecida a Gretty machacando cuernos de elefante viejo y pulverizándolos como si fueran pócimas amorosas para vender. Estaba claro que, fuera donde fuera, siempre había mujeres que deseaban contraer matrimonio.

Las tazas de té que Gretty ponían en sus manos para aplacar sus nervios reventaban al toque de Elizabeth cuando trataba de sujetarlas y ambas, señora y doncella, veían estallar la exquisita porcelana en añicos.

Después de romper tres tazas de té decidió decir:

-Mi querida Gretty, es el momento de que me dejes sola, ya no soy capaz de controlar mi fuerza. – Elizabeth dejó que la doncella viera el tamaño de sus brazos.

-De ninguna manera, mi señora, me quedaré con usted.

-No es posible, puede que me quede así o puede que me convierta y...- hizo un gesto circunspecto – si me convierto podría herirte.

-Si es usted una mujer buena será una loba buena. Me quedo.

-Por favor – dijo Elizabeth. – Quiero estar sola.

Gretty entendió que aquello ya no era un pedido sino una orden.

-Estaré tras la puerta por si me necesita.

La doncella salió del dormitorio y reforzó la puerta con la seguridad que Elizabeth había pedido. Esta caminó hasta la ventana. Unos barrotes de hierro la reforzaban.

Volvió al sillón y se sentó.

El calor empezó a subirle desde los pies hasta el centro de su pecho. Se quitó la escasa ropa que llevaba. Lo peor no eran los síntomas físicos. Ya había aceptado que su cuerpo se endurecía y musculaba como si fuera un aguerrido salvaje del Amazonas, o uno de esos hombres de la tribu africana a la que Gretty hacía mención...lo peor era el anhelo que experimentaba dentro de sí. Jamás en toda su vida humana había pensado en concebir un hijo pero ahora, cada vez que se acercaba la luna llena, la necesidad de ser poseída por un macho para quedar encinta la desbordaba...

La luna salió de su escondite tras las nubes y penetró con su haz de luz blanca en el dormitorio. El sudor cayó por la frente perlada al tiempo que Elizabeth dobló su cuello y aulló.

Fuera Gretty y el joven Caleb se estremecieron.

Elizabeth escuchó crepitar el fuego en la chimenea y aspiró el aroma del leño quemado. Llevó una de sus manos a su intimidad. Estaba mojada...mojada y deseosa de ser fecundada.

Contrajo su garganta.

Esta vez no fue un rugido, aulló como lo hubiera hecho un lobo. Tuvo la noción del momento exacto en que la cordura humana la abandonó y era dominada por su loba interior. Dirigió su mirada a la ventana. La abrió y se encontró con el hierro forjado que ella misma había mandado construir. Estaba bien ensamblado. Era hierro macizo y grueso. Elizabeth lo golpeó. Escuchó la conocida voz de Gretty tras la puerta.

-Lady Elizabeth ¿se encuentra bien?

Nada podía ya detenerla. La noche exhalaba perfumes llenos de ramas húmedas cubiertas de hojas verdes, olores a tierra mojada mezclada con los distintos arbustos y musgo trepando por la fachada. El último manotazo desencajó el hierro de la pared de piedra granito haciendo que cayera sobre el suelo parte de la ventana. Su boca se ensanchó al comprobar que podía dar un salto y refugiarse en el bosque donde el olor a naturaleza era absolutamente perturbador. Dio un brinco y estaba dispuesta a saltar cuando escuchó la voz de su doncella.

-Mi señora, no lo haga, se lo ruego, mire sus pies, son los de una mujer.

Elizabeth comprendió que Gretty estaba preocupada por ella. Se regocijó al advertir que, incluso en ese estado, era capaz de reconocer a las personas que estimaba. Gretty no tenía de qué preocuparse. Dio un salto desde los tres metros que la separaban del suelo. Sus pies de mujer cayeron sobre la tierra húmeda.

-Mi señora, va desnuda, por favor, regrese – escuchó decir a Gretty.

Los pies de Elizabeth penetraron en el bosque.

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