Parte 18

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CAPÍTULO 17

Las fosas nasales de Liam se abrieron para recibir el olor de Elizabeth. Lo último que sus oídos habían escuchado era el grito de la doncella advirtiendo a su señora de que iba desnuda. Era un acierto que hubiera preparado su cuarto de encierro en la zona colindante con el bosque aún sin talar. No quería ni pensar qué hubiese pasado si la hermosa mujer hubiera corrido desnuda entre las luces de gas de Whasintong Square. Hubiera sido el final de su reputación. Todo Nueva York hubiera comentado al día siguiente que la respetable viuda inglesa se paseaba desnuda en el gran jardín. Aquello no hubiera importado demasiado. Después de todo Elizabeth no parecía vivir encorsetada en la opinión ajena como el resto de las mujeres. Liam tenía la impresión de que la reputación era lo que menos le importaba a lady Gregory. Sin embargo, a él lo hubiera puesto en francos problemas ya que no hubiera tenido más remedio que llevarla a Londres a la fuerza y no quería que las cosas sucedieran así.

La estuvo vigilando durante toda la noche, pendiente de ella por si en algún momento se cruzaba con un humano. No por el pobre humano, sino para que ella no pudiera lastimarlo inconscientemente con su fuerza. La dejó correr y disfrutar durante horas, llenarse de naturaleza, una naturaleza llena de olores que los licántropos necesitaban para sobrevivir a su lobo interior. El olor a musgo, a troncos de árbol, a agua sobre la tierra, a las resinas exudadas por cada pieza viva de la naturaleza, a bosque, era algo que daba fortaleza a los licántropos. Sin la naturaleza un lobo podía volverse agresivo o cruel.

Cuando el alba estaba a punto de despuntar advirtió que Elizabeth detenía su marcha.

Olfateó y siguió el rastro que le llevó hasta el pequeño estanque que se formaba de uno de los afluentes del gran río. Elizabeth se miraba en el reflejo de las aguas. Aún no era una loba convertida en su forma animal. Sus sentidos estaban intensamente desarrollados y giró la cabeza rápidamente hacia el lugar donde había escuchado sus pisadas.

Sonrió al verlo frente a ella. Con lenta glotonería se pasó la lengua por los labios como si él fuese algo comestible.

Sí...ahí estaba su macho...el lobo que la fecundaría. Era un licántropo, podía olerlo, podía olfatear su olor a almizcle derretido. Estaba excitado, tanto como ella. Dio unos pasos hacia él. Sintió la brisa helada del rocío nocturno sobre sus pechos desnudos. Le dolían los pezones que al contacto con el aire frío estaban erguidos y calientes. Su cuerpo entero era una antorcha encendida. Se sentía llena de fuego y él estaba ahí para colmarla, para dejar su simiente de lobo en su vientre y hacerla parir un hijo.

Liam jamás se había excitado ante el conocido espectáculo. La actitud, la pose, el cuerpo encendido de Elizabeth replicaba el comportamiento típico de una reciente licántropa en el complicado paso que llevaba aquella transición entre mujer y loba. Jamás se había inmutado. Contemplaba aquellas actitudes con la fría mirada profesional de un custodio de neófitas. Pero en esta ocasión su cuerpo lo traicionaba. Sentía el poderoso deseo de tomarla, de tocar aquel cuerpo caliente que olía a deseo, a feminidad, a lujuria. Aquel era el cuerpo que lo había perseguido en sueños durante años. Los pechos llenos, erectos, con los pezones erguidos. Las caderas haciendo un delicioso triángulo con la cintura y el pubis rezumando el sabroso olor almizcleño. Todo en ella lo seducía y su dolorosa erección era la muestra de la fascinación que sentía al verla caminar hacia él con pasos deliberadamente lentos.

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