Parte 5

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CAPÍTULO 4

Era muy posible que un disfraz de bailarina árabe lleno de velos y transparencias no fuera lo más adecuado para su primer evento social, pero qué demonios, ella no tenía un marido al que rendirle cuentas...¿por qué no iba a mostrar su fabulosa figura? Si en Inglaterra no había hecho demasiado caso a lo que dictaban las normas morales, cuánto menos le importaba lo que pensaran de ella en Nueva York.

Además, en su propia defensa había un argumento imposible de obviar; en apenas unos días su cuerpo empezaría a sufrir los cambios típicos de la próxima luna llena. Ya había visto en otras ocasiones como los músculos de sus brazos se endurecían hasta parecerse a los de un marinero, sus piernas se tonificaban volviéndose musculadas, sus cabellos se encrespaban hasta volverse duros como los de un animal salvaje y, lo que era peor, su rostro... un rostro delicado de mujer... endurecía la línea de sus mandíbulas dándole un aspecto ceñudo. Los notables cambios no se hacían tan evidentes a los ojos ajenos porque durante los días previos usaba un enorme chal para tapar sus brazos y vestía sus cabellos con tocados de velo.

Había algo más que le hacía renegar con obstinación de la licantropía... la necesidad urgente, inmediata y desesperada de un macho.

¡Era desquiciante!

Si como humana anhelaba ser acariciada por la mano deseosa de un hombre, como licántropa sentía la imperiosa necesidad de ser penetrada. Y en medio de aquellas dos voluntades estaba ese camino intermedio en el que su cuerpo no era ya el de una mujer pero tampoco el de una likae, y sus apetitos se mezclaban unos con otros hasta hacerla llorar de necesidad.

Ella no era una cualquiera... jamás lo había sido.

Mientras había estado casada con lord Gregory jamás le había sido infiel. A pesar de que el anciano no tenía la fuerza física para colmar las necesidades de una mujer joven, ella lo había respetado. Y había tenido muchas oportunidades para quebrantar la lealtad que sentía hacia él. Londres estaba lleno de libertinos que sabían que una mujer desposada con un anciano era una carnaza fácil y sin compromisos. Jamás había cedido a la tentación. Unos meses después del fallecimiento de lord Gregory conoció a Kenneth, y en honor a la verdad, tampoco a él lo traicionó ni una sola vez a pesar de saber que jamás la tomaría por esposa.

Pero ahora era muy diferente. Ahora estaba sola en un país extraño y soportando una licantropía que la hacía más vulnerable a la lujuria.

Suspiró ante el espejo de cuerpo entero que le devolvía un reflejo de su imagen. Hermosa, deseable y sola ...

-Esta no es la manera de pescar un marido, señora - dijo Gretty moviendo su cabeza oscura en un sentido negativo al contemplar la semi desnudez del cuerpo de su señora envuelta en aquellos vaporosos velos.

La mujer dio unos pasos hacia Elizabeth sin dejar de mostrar su desaprobación.

-¿Los americanos tienen algo en contra de las mujeres hermosas? – preguntó Elizabeth con una risita.

-Contra las mujeres hermosas no, señora, contra las ofrecidas sí.

-La virtud de una mujer se demuestra en su actitud, no en su ropa, Gretty – respondió Elizabeth sacando uno de sus bucles color azabache del recogido, de modo que este quedara enmarcando su delicado mentón.

-Sin duda esta noche la acecharán un montón de caballeros pero ninguno tendrá la noble aspiración de convertirla en su prometida - respondió Gretty poniendo sus manos sobre los tirantes de Elizabeth haciéndolos subir de manera que sus pechos no quedaran tan expuestos.

-Está bien, mi dulce Gretty, le haré caso.

La doncella extendió su mano ofreciéndole un abanico.

-¿Un abanico en diciembre, mi fiel doncella? – Preguntó Elizabeth irónicamente.

-Con él podrá tapar sus pechos si alguien la incomoda, mirándolos en exceso.

En el carruaje las cosas no fueron mucho mejor en opinión de Gretty. Los pechos de su señora se movían al ritmo de los pequeños brincos que los caballos daban sobre el adoquinado que llevaba a la mansión de los Hamilton.

Un mayordomo de color abrió la portezuela. Sus ojos oscuros fueron inevitablemente al escote de lady Gregory. Gretty se quitó el chal que cubría sus hombros y azotó con él la cabeza de su paisano.

-A lady Gregory se la mira a los ojos, Tom Rulph.

-No se ve bien su cara con el antifaz, Gretty – contestó el lacayo negro, lo que sirvió para que la doncella volviera a darle con el chal en el pecho tal cual un látigo que cayera sobre un caballo.

-Basta, Gretty – dijo Elizabeth despachando con una sonrisa al muchacho. Por supuesto sabía que el gesto de Gretty no le había causado ningún dolor, solo era un simpático llamado de atención. – No puedes pasarte la noche espantando mirones.

La doncella entregó la invitación escrita con pluma. Un trazo ligero y seguro realzaban el pequeño pergamino de color dorado. El portero abrió el papel lacado con un sello de cera roja. Gretty intercambió un saludo con él. Avanzaron hasta la puerta que casi llegaba al alto techo. Las puertas se abrieron y, tal como lady Elizabeth Gregory estaba acostumbrada, todos los ojos se posaron en ella.

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