Parte 15

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CAPÍTULO 14

No le parecía descabellado, pensó Gretty mientras miraba la forma en que los rizos negros de Elizabeth se estiraban a lo largo de su espalda hasta convertirse en una sábana de brillos azabaches. Siguió soltando una por una las horquillas que sujetaban la melena y masajeando el cuero cabelludo de la muchacha al tiempo que hablaba.

-No tengo porqué poner en duda su historia, lady Elizabeth. A fin de cuentas esta negra procede de una mujer africana que pulverizaba cuernos de elefantes y se los vendía a las muchachas de la tribu para que encontraran un marido que las protegiera. La creo – dijo pasando un cepillo de cerdas de bambú importado de Oriente – por supuesto que la creo. Si mi señora dice que es una loba se tomaran los recaudos pedidos para cuidar a la loba. Sí, señor...así se hará.

Elizabeth pensó que era estupendo poder confiar en alguien. No importaba su color, su raza, su edad o la forma de su cuerpo. Importaba quién era ella, importaba que la creía, y si no lo hacía, al menos tenía su lealtad. Cuando regresara a Inglaterra llevaría a Gretty con ella. Quizá al principio sería un shock para la buena mujer, todo el mundo la miraría por su color puesto que la mayoría de los ingleses no habían visto una persona de raza negra en su vida. Tampoco ella hasta que había llegado a Nueva York. No podía negar que la había mirado mucho mientras la mujer se desenvolvía en los quehaceres de la casa y, a menudo, le habían dado ganas de preguntarle acerca de su país, de sus orígenes y de su cultura. Pero transcurridos los primeros días solo quedaba la curiosidad por saber de ella y la extrañeza en su mirada se acabó. Más allá de lo que ella estuviera acostumbrada a ver en su país lleno de personas con la piel casi transparente y los ojos vidriosos en tonos azules le parecía que Gretty era hermosa con su piel de ébano brillante bajo el sol y sus ojos oscuros centelleando como dos pozos profundos llenos de secretos. Hermosa raza, pensó Elizabeth.

-Mi señora – dijo Gretty ralentizando el paso del cepillo por el cabello de Elizabeth – hay algo que no termino de entender. Si le permite a esta negra torpe preguntar.

-No eres una negra torpe – respondió Elizabeth poniendo su mano sobre la de Gretty e indicándole que se sentara – eres una negra preciosa y no has de pedirme permiso para preguntarme nada, hermosa Gretty, siempre puedes preguntarme lo que desees.

La doncella se sentó a su lado. Contempló el rostro de su señora y frunciendo sus labios gruesos, dijo:

-No termino de comprender que tiene que ver sir Kavanangh con la historia que me ha contado.

Elizabeth se arrebujó entre la delgada bata que se había puesto y se levantó a azuzar el fuego del hogar.

-Varias cosas...en primer lugar soy una mujer lobo, no puedo estar con ningún hombre, podría matarlo con mi fuerza, de manera que si ese hombre lo que desea es seducirme se está poniendo en un franco peligro.

-Pero usted me ha preguntado si había vivido alguna vez en Inglaterra – acuñó Gretty.

-Sí , porque hay algo en él que me resulta extrañamente familiar y no termino de averiguar qué es aunque supongo que si no lo recuerdo es porque no es importante. – Repuso Elizabeth dando un salto y metiéndose en la cama.

Gretty se acercó a ella y como si fuera una madre la arropó y apartó el cabello del rostro de la muchacha.

-Mañana haré todo cuanto me ha pedido. Reforzaré la habitación, la puerta y las ventanas.

-No lo olvide, Gretty, es importante. No quiero lastimar a nadie.

La doncella salió del cuarto y dejó tan solo una pequeña lámpara de gas encendida.

En el claro próximo a su vivienda alguien se agitó en la oscuridad. Liam Kavanang miró la luna, el magnífico astro estaba casi en su fase llena. Se preguntó si Elizabeth se transformaría por completo o solo tomaría la fuerza y el comportamiento animal.

-¿Cómo fue para ti? – preguntó Liam en un susurro.

Etheline Vandervilt inspiró el aire fresco de la noche.

-Lo sabes ya, Liam, te lo he contado varias veces desde que esta beldad de ojos grises ha llegado a Nueva York. No me transformé hasta que mi integridad corrió peligro.

-¿Y qué te ocurría las noches de luna llena hasta que llegó tu momento?

-Mucha fuerza y deseos primarios de ser ...

-¿De ser qué? – inquirió Liam.

-Sabes lo que desea una loba recién convertida, Liam. Hay cosas que me cuesta hablar aunque nos conozcamos desde que éramos unos críos. – Liam puso los ojos en blanco. – Deseos de ser fecundada, Liam...¿qué más puede ser? Elizabeth deseará encontrar a su macho en el momento en que la luna alcance su estado maduro. Deseará ser madre y todos sabemos lo que se hace cuando una hembra desea ser madre. Si esa mujer es tu compañera te aconsejo que no te muevas de su ventana desde que la luna llena se ponga en el cielo.

-Es lo que pensaba hacer, querida Etheline, solo puedo pedirte que hagas que sus cilindros metálicos se vendan rápidamente para que la pueda llevar de vuelta a Inglaterra.

Etheline asintió con la cabeza.

-Liam ¿por qué ella? No es pura, ha estado con su esposo y con ese lobo de Londres, Kenneth Midelton. Podrías tener una compañera que jamás hubiera conocido un macho.

Liam sintió como todos los recuerdos afloraron a su mente haciéndolo regresar a aquel carruaje que el padre de Elizabeth tenía en el parqueadero de su casa. Aquel carruaje en el que estuvo a punto de hacerle el amor cuando Elizabeth tenía solo dieciséis años.

-Estoy enamorado de ella desde que era una jovencita pura y virginal.

-¿Fue tuya en aquella época?

-No – respondió Liam – mi cicatriz es la prueba de que alguien nos interrumpió.

Etheline entrecerró los ojos. Quería tanto a Liam que cualquier cosa que lo hiciera sufrir a él también le pesaba a ella. Su hermano lobo era tan guapo que aquella cicatriz solo venía a darle más misterio a una cara perfecta pero aún así le dolía.

-¿Por qué no la retuviste entonces? – quiso saber Etheline.

-Es largo de contar. – Respondió Liam con tristeza. - Cuando estuve en disposición de recuperarla ya estaba casada con lord Gregory y parecía feliz.

-¿Cuántas veces te has arrepentido de decidir olvidarla? – preguntó Etheline que guardaba una historia parecida en su propia vida.

- Yo no he dicho que decidiera olvidarla. Jamás la olvidé ni un solo instante en estos diez años. 

NUNCA TE OLVIDES DEL ALFADonde viven las historias. Descúbrelo ahora