Parte 16

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CAPÍTULO 15

No fue sencillo dormir para lady Elizabeth Gregory aquella noche en que la luna la miraba a través de la transparencia de su ventana. Era casi una amenaza. Pero no era precisamente eso lo que la tenía en aquel estado de vigilia sino sir Liam Kavanangh. Aquella frase que había pronunciado...solo si tú me lo pides...la había escuchado antes, mucho antes, en una voz diferente, sin duda, más aguda, más juvenil, pero el mismo tono, la misma inflexión.

Elizabeth dio la vuelta en su cama y pegó un manotazo sobre el colchón. Detestaba esos momentos en los que un recuerdo pujaba por salir al exterior y se quedaba obstinado dentro de su mente. La sensación de que había algo importante que recordar no la dejaba descansar en todo el día. Y era algo que le ocurría a menudo. Estaba profundamente agradecida a todo lo que le había dado Albert. Ni el mejor sexo del mundo era comparable a la dicha de tener a alguien que te acepta tal como eres y te enseña todo lo que sabes. Pero, a veces, odiaba esa sensación de que su vida había empezado al lado de lord Gregory. Aquello tenía que ver con los brebajes que le había dado su padre para tranquilizarla cuando ocurrió aquello... Claude Coubat...

Se incorporó repentinamente en su cama...

¿Por qué Claude llegaba a su mente en aquella noche previa a su conversión? ¿Por qué? El dolor le encogía el pecho cada vez que recordaba y aún así sabía que debía hacerlo.

Se levantó de la cama y dio más gas a la lámpara para que alumbrara la habitación. Se sirvió con dedos temblorosos una copa de jerez y, envuelta en las telas de la cama, se sentó junto al fuego a beberla.

Su padre casi la había matado al darle aquellos brebajes para que estuviera en un estado casi inconsciente...¿por qué? Sintió que le picaban los ojos al recordar. La respuesta era clara y nítida...ella había intentado escapar varias veces de casa al saber que debía contraer matrimonio con un hombre mayor. Había salido corriendo a casa de Claude Coubat, había gritado su nombre al viento en un intento de que apareciera, se había desgarrado la voz de tanto llamarlo... hasta que le dijeron que la duquesa y su hijo se habían ido de Inglaterra.

Claude...la había desnudado lentamente mientras la boca del joven recorría su cuerpo dentro de aquel carruaje donde parecía existir un mundo aparte, donde todo se detenía cuando estaban juntos...habían explorado su sexualidad lentamente. Habían descubierto las caricias, la ropa había ido cayendo poco a poco y cuando su padre abrió la puerta del carruaje ella sostenía el miembro erecto de Claude en su mano y sus pechos estaban desnudos y deseosos de volver a sentir los labios del joven sobre ellos.

Después llegó el sermón. Claude intentó culparse. Prometió casarse con ella y la respuesta de su padre fue aquel látigo que cruzó su cara. Ella no vio el azote. Alguien la había cogido de los hombros y sacado del establo. Pero escuchó el sonido y supo que era el de un látigo abriendo la piel. Quiso girarse para entrar de nuevo en el establo y asegurarse de que Claude estaba bien, pero aquellas manos que la retenían con fuerza no la dejaron..

Algo vibraba en su interior y repitió mentalmente una y otra vez la escena...Claude había prometido casarse con ella...las manos de un aparcero de su padre sacándola del establo...el látigo con su despiadado sonido...

La noche se desgranó en horas y Elizabeth contempló el sol ponerse sobre Nueva York. Apenas había conseguido dormir unas horas y habían sido agitadas. En sus sueños escuchaba el sonido del látigo una y otra vez.

-Tiene algún significado, lady Elizabeth. Sus sueños quieren decirle algo a mi bella señora – dijo Gretty cuando puso sobre la mesa del salón unas rebanadas de pan calentadas al fuego con aceite de aguacate y una generosa cucharada de azúcar por encima. El olor del café recién hecho reconfortó el cuerpo de Elizabeth y tranquilizo su espíritu. – El muchacho quedaría con la cara desfigurada para siempre – añadió Gretty al escuchar la historia.

-¡Qué terrible! – Dijo Elizabeth con pesar. – Era increíblemente apuesto, tanto que yo me preguntaba lo qué veía en mí.

-Señora, usted también es increíblemente hermosa – respondió la doncella. – La más hermosa de todas mis señoras, y la más buena.

-¿Gretty, has visto mis ojos transparentes? Cuando era una niña soñaba con que se volvieran verdes o azules. Claude decía que era como si se pudiera ver mi alma a través de ellos.

Gretty agitó su cabeza con vehemencia.

-La señora tiene los ojos más azules que he visto en mi vida. Son hermosos, parecen las aguas de los mares africanos. –La mujer se sirvió un café y por inercia se sentó en la misma mesa que Elizabeth. – Oh, disculpe, lady Elizabeth, perdone mi atrevimiento – se puso en pie con rapidez a pesar de su peso – a veces creo que hablo con una amiga.

-Hablas con una amiga, Gretty, una amiga para la que trabajas pero una amiga al fin. Ha sido una descortesía por mi parte no ofrecerte asiento. Por favor – dijo Elizabeth invitándola a sentarse.

-Ni siquiera Etheline Vandelvilt es tan hermosa y buena como usted.

-He escuchado ese nombre en boca de Eleonora Hamilton – dijo Elizabeth. – Son buenas amigas por lo visto.

-Oh, sí, señora, las mejores. Etheline aprecia mucho a lady Hamilton. Es por ella que los Hamilton admiten en su casa a Liam Kavanagh sabiendo que es un libertino.

-Liam Kavanagh – repitió Elizabeth como si la conversación empezara a cobrar importancia a partir de ese momento. - ¿Son amantes, tal vez?

-Oh, no, lady Elizabeth, ellos son amigos desde niños. Tienen origen holandés. Etheline lo quiere como a un hermano y sir Kavanagh siempre la ha protegido. Aunque lady Vandervilt debería sentar la cabeza de una buena vez y casarse con un hombre rico. Como usted, señora.

-Yo ya estuve casada con un hombre rico, Gretty.

-Pues debe hacerlo otra vez. Si una puede hacerlo una vez también puede hacerlo dos.

Aquel comentario provocó la carcajada de Elizabeth.

-Eres imposible, Gretty – respondió riendo. 

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