Narra Valentina
Al llegar a casa, me dejé caer sobre la cama, tratando de asimilar todo lo que había pasado en el día. Tenía mil cosas en la cabeza. Cansada, cerré los ojos, buscando un poco de paz. Sin embargo, un sonido insistente interrumpió el silencio: un mensaje en mi celular.
Lo tomé de la mesita de noche y, al leerlo, sentí que el corazón se me detenía.
"Si no quieres que todo México sepa lo de tu relación con la maestra, transfiéreme $50,000. Tienes hasta mañana para hacerlo."
Era el camarógrafo, el mismo que nos había seguido en Cancún. La imagen que había capturado de Juls y de mí no era un simple recuerdo. Era una amenaza, un arma que podía destruir nuestras vidas.
Mis manos temblaban mientras trataba de procesar lo que acababa de leer. Un frío aterrador se apoderó de mí. Todo se podía desmoronar en un segundo. Las consecuencias serían devastadoras. No solo para mí, sino para Juls también. ¿Qué iba a hacer?
Mi mente iba a mil por hora, buscando desesperadamente una salida, pero no había mucho tiempo. Solo tenía una opción: pagarle. Sabía que Juls jamás lo aprobaría, me diría que lo enfrentáramos juntas. Pero no podía ponerla en riesgo, no de esa manera.
Con las manos temblorosas, me senté frente a la computadora. Revisé mi cuenta bancaria, sabiendo que no tenía suficiente dinero. Tenía que actuar rápido. Me puse de pie y bajé sigilosamente hasta el despacho de mi papá. Sabía que guardaba una tarjeta especial para situaciones de emergencia. Me sentí terrible por lo que estaba a punto de hacer, pero no tenía alternativa.
Tomé la tarjeta, volví a mi cuarto y me conecté a la banca en línea. El nudo en mi estómago se hacía cada vez más grande. Lo que estaba haciendo me costaría mucho más que dinero, pero no podía dejar que Juls se viera expuesta de esa manera.
Escribí un mensaje al camarógrafo:
"Te haré la transferencia. Dame los datos de tu cuenta."
Minutos después, recibí los detalles.
Apagué el celular y me dejé caer sobre la cama, sintiendo que mi mundo se tambaleaba. Mañana iba a ser un día eterno. ¿Y si no era suficiente? ¿Y si pedía más? ¿Cómo iba a salir de esta?
Bajé por las escaleras en silencio, con el corazón latiendo tan fuerte que parecía que todos en la casa podían escucharlo. Cada paso que daba hacia el despacho de mi papá era un recordatorio de lo que estaba a punto de hacer. Sentía un peso enorme sobre mis hombros, y una parte de mí se sentía sucia por lo que estaba planeando. Robarle a mi propio padre para protegerme, para proteger a Juls... era algo que jamás pensé que haría.
Justo cuando llegué al pasillo que conducía al despacho, escuché una voz que me sobresaltó.
-¿Val? -Guille, mi hermano, apareció frente a mí, mirándome con curiosidad-. ¿Qué haces? ¿Por qué tienes esa cara?
Traté de disimular, pero no pude evitar que la ansiedad se reflejara en mi rostro. Guille siempre había sido intuitivo, y podía notar cuando algo no andaba bien conmigo. Lo miré, y por un segundo, pensé en contarle todo. Tal vez él podría ayudarme. Tal vez él sabría qué hacer. Después de todo, Guille y yo siempre habíamos sido cercanos, y más de una vez me había sacado de apuros. Pero contarle significaría involucrarlo en algo que no tenía vuelta atrás, en algo que ni siquiera yo entendía del todo.
-No es nada, Guille -intenté sonreír, aunque seguramente parecía más una mueca que otra cosa-. Solo... cosas de la universidad, ya sabes. Estoy un poco estresada.
Me observó en silencio, como si no terminara de creerse mi respuesta. Cruzó los brazos y ladeó la cabeza, sin dejar de mirarme con esa expresión inquisitiva.