Narra Valentina
La semana que había pasado desde el arresto de Juliana se había sentido interminable. Los días se deslizaron en una marea de confusión y dolor, un ciclo interminable de recuerdos de nuestra última noche juntas. Cada rincón de mi habitación me recordaba a ella; cada objeto parecía susurrar su nombre. Sin embargo, la realidad era que no había podido hablar con Juliana, y el silencio se volvía cada vez más ensordecedor.
Era un día nublado cuando decidí que debía hacer algo. Sabía que no podía quedarme de brazos cruzados. Así que, con el corazón pesado y un nudo en el estómago, decidí visitar a mi padre. Él siempre había sido mi pilar, y en ese momento crítico, sabía que necesitaba su apoyo.
Cuando llegué a su oficina, su mirada fue una mezcla de sorpresa y preocupación. Me senté frente a él, las palabras atascadas en mi garganta, luchando por salir.
—Papá, necesito tu ayuda —dije, forzando una sonrisa que no llegó a mis ojos.
Él asintió, su expresión seria. No había necesidad de más explicaciones. Sabía que algo andaba mal.
—¿Qué está pasando, Val? —preguntó, sus ojos azules fijos en los míos.
La angustia me invadió y le conté sobre Juliana, sobre el arresto y lo poco que sabía. Mientras hablaba, la preocupación en su rostro se intensificó.
—Tienes que entender, Val, que esto es muy grave —me dijo. La seriedad de su tono me hizo sentir aún más pequeña.
Después de un momento, se levantó y se dirigió hacia una pantalla en la pared, encendiendo el sistema de vigilancia del hotel. Mi corazón se detuvo cuando la imagen comenzó a proyectarse. Las cámaras grababan cada rincón, y el sonido del video me hizo sentir como si estuviera en una película de terror.
—Aquí —dijo, señalando una parte de la grabación—. Mira.
Me incliné hacia la pantalla y, al principio, no entendí lo que veía. Las imágenes mostraban a Juliana entrando al hotel, su rostro serio, decidido. Pero a medida que el video avanzaba, mi corazón se hundió.
Vi a Juliana acercarse a un hombre que reconocí de inmediato: Lucho. La escena se tornó sombría cuando la cámara captó la interacción entre ellos. Las palabras eran inaudibles, pero el lenguaje corporal era claro. Juliana estaba confrontándolo.
—No... no puede ser —musité, sintiendo el aire desaparecer de mis pulmones.
Las imágenes mostraban a Juliana sacando algo de su bolso, el brillo del objeto era como una luz que me cegaba. Antes de que pudiera procesarlo, la escena se volvió caótica. La imagen se tambaleaba mientras un grito resonaba en el aire, y luego, todo se desvaneció en la oscuridad.
—¿Ves? —preguntó mi padre, su voz grave llenando el silencio que me rodeaba.— No hay duda. Ella estuvo allí.
El dolor que sentí en ese momento fue abrumador. La traición se mezcló con el amor, y no sabía cómo seguir adelante. ¿Cómo podía Juliana estar involucrada en algo tan horrible?
Las lágrimas brotaron de mis ojos mientras miraba la pantalla. Sabía que debía actuar, que debía hacer algo para ayudarla, pero la imagen de Juliana, la mujer que había amado, la que me había prometido que nunca me haría daño, ahora era la misma que había cometido un crimen.
Salí de la oficina de mi padre con la mente nublada y el corazón roto, sintiendo que el mundo que había construido con Juliana se desmoronaba a mi alrededor.
¿Era posible que todavía pudiera encontrar una manera de salvarla, o estaba condenada a perderla para siempre?
(...)
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