Narra Valentina
Durante la cena, los murmullos y risas de mi familia llenaban el salón, pero para mí, todo sonaba lejano, como si estuviera bajo el agua. Cada palabra y gesto se sentían fuera de lugar. Me esforzaba por sonreír, por aparentar que todo estaba bien, pero la presencia de Lucho a mi lado hacía que cada segundo se volviera una tortura. Él me miraba de vez en cuando, con esa sonrisa engreída, como si supiera el poder que ahora creía tener sobre mí.
En un momento, ya no pude soportarlo más. Me levanté de la mesa, tratando de pasar desapercibida.
-Disculpen... necesito un momento -dije, esperando que nadie me detuviera.
Pero Lucho, apenas notó que me iba, se levantó también. Su mano se cerró alrededor de mi muñeca en un gesto posesivo, y su sonrisa se ensanchó, cínica y desafiante.
-¿A dónde vas, Val? -preguntó en voz baja, sin soltarme-. La cena aún no ha terminado.
Intenté liberarme de su agarre, pero él apretó aún más, sus dedos clavándose en mi piel como una advertencia.
-Lucho, por favor, déjame... sólo necesito un momento a solas -le susurré, intentando mantener la calma para no hacer una escena.
-No seas tan dramática, Valentina -respondió con una sonrisa tensa-. No vas a ir a ningún lado sin mí.
Mis ojos buscaron a mi alrededor, esperando que alguien en la mesa notara lo incómoda que estaba. Pero mis padres estaban demasiado ocupados charlando con los invitados, y mi hermano, aunque me observaba, parecía dudoso de intervenir.
-Val, esto apenas empieza -añadió Lucho con un tono de voz amenazante-. Te recomiendo que disfrutes de la velada. Aún hay mucho que hacer esta noche.
Me tragué el nudo en la garganta y respiré hondo, obligándome a retomar mi asiento. Lucho finalmente soltó mi brazo, pero me dejó una marca roja en la piel, una prueba de la presión que ejercía sobre mí. Quise gritar, decirle a todos lo que estaba pasando, pero sentí cómo las miradas de mi padre y de Lucho se posaban sobre mí, ambos esperando que siguiera con esta actuación.
Así que me quedé allí, en silencio, mientras mi mundo se desmoronaba un poco más.
La cena transcurrió entre risas y anécdotas familiares, pero para mí, cada minuto se sentía como una eternidad. Lucho, con su sonrisa de satisfacción, se adueñaba de la conversación, contando historias de su infancia y tratando de hacerse el gracioso ante mis padres. A cada broma suya, yo respondía con una mueca forzada, sintiendo el peso de la desdicha aplastándome el pecho.
Finalmente, cuando mi padre levantó su copa para brindar por mí, por los buenos momentos y los logros, me sentí atrapada. La imagen de Juliana seguía acechándome, y no podía evitar pensar en cómo habría sonreído ante todo este despliegue de felicidad falsa.
Justo cuando creí que el dolor no podría intensificarse más, Lucho se dirigió a todos, interrumpiendo mis pensamientos.
-Bueno, amigos, ha sido una noche maravillosa -dijo, con un tono que intentaba sonar despreocupado-. Pero Valentina y yo tenemos un compromiso más tarde. Así que nos vamos.
Un murmullo de sorpresa recorrió la mesa. Mis padres intercambiaron miradas confusas, y mi madre frunció el ceño.
-¿Ya? -preguntó, claramente decepcionada-. Pero apenas comenzamos a disfrutar la cena.
-Lo sé, pero... -Lucho me miró con intensidad-, tenemos un asunto importante que atender.
-Es solo un compromiso de la universidad -intervine rápidamente, tratando de mantener la calma, aunque las palabras se sintieron como un veneno en mi lengua.