Narra Valentina
El trayecto de vuelta a casa fue un largo y amargo silencio. Mi padre no dijo una palabra, pero el peso de su desaprobación llenaba el auto, haciéndome sentir asfixiada. Su mandíbula estaba tensa, los dedos firmemente aferrados al volante, como si en cualquier momento pudiera explotar. Pero no lo hizo. Solo me dejó ahí, sola con mi rabia, acumulándose en mi pecho hasta que pensé que no podría contenerla más.
Cuando finalmente llegamos a casa, todo explotó. Entré a la casa de un portazo, tan fuerte que hizo eco por toda la sala. Me giré hacia él, temblando de frustración, con la respiración agitada y el corazón desbocado.
—¡¿Por qué hiciste eso?! —grité, incapaz de contener las lágrimas de ira que se acumulaban en mis ojos—. ¡No tenías derecho a sacarme de su casa, ni a mandar a tus guardias! ¡Es mi vida, papá! ¡Mi vida, y la estás arruinando!
Él me miró, sereno, con esa calma que siempre me ponía furiosa. No mostraba emociones. Su rostro era una máscara impenetrable, como si mis gritos no fueran más que viento. Como si lo que yo sentía no importara en lo más mínimo.
—Lo que hice fue necesario —dijo, su voz tan controlada que me hacía hervir por dentro—. No vas a destruir tu vida por una relación que nunca debió existir. Juliana ya no es parte de esto, y tú lo sabes. La estás arrastrando a un lugar oscuro, Valentina. No lo permitiré.
Sus palabras eran dagas. Cada una clavándose profundamente en mí, desangrándome por dentro. Mi pecho ardía. ¿Cómo podía estar diciendo eso? ¿Cómo podía pretender entender lo que yo sentía?
—¡Tú no entiendes nada! —mi voz salió rota, desgarrada por la mezcla de dolor y enojo—. ¡No entiendes lo que ella significa para mí! ¡No tienes derecho a decidir por mí!
Di un paso hacia él, con el cuerpo temblando de rabia. Mi padre, con esa misma frialdad que me hacía sentir diminuta, no reaccionó. No se inmutó.
—Tienes razón, no entiendo —respondió, finalmente alzando un poco la voz, su paciencia desgastándose—. Y tampoco me importa entender. Lo que me importa es proteger a esta familia y a ti. Vas a terminar con todo esto, Valentina, y vas a salir públicamente a decir que fue un error. No dejaré que sigas con esa mujer.
Sentí como si me arrancaran el corazón de cuajo. Mis manos temblaban, pero no era solo rabia. Era miedo. Era el dolor insoportable de que mi propio padre quisiera obligarme a traicionar lo que más amaba. Respiré hondo, intentando mantenerme en pie, aunque todo dentro de mí se estaba desmoronando.
—¿Crees que voy a renunciar a ella? —logré decir, aunque mi voz temblaba de dolor—. ¡No lo haré! ¡No voy a traicionar lo que siento solo porque tú lo decides!
Me di media vuelta, sin poder soportar mirarlo más. El dolor era tan grande que apenas podía respirar. Caminé hacia las escaleras, pero antes de subir, las últimas palabras de mi padre me alcanzaron como un disparo en la espalda.
—Si sigues con esto, Valentina, no solo perderás a Juliana —su voz era tan fría como el invierno—. Vas a perder todo.
Me quedé paralizada en el primer escalón. El peso de esa amenaza me dejó sin aire por un momento. Las lágrimas empezaron a caer sin que pudiera detenerlas. No podía perderla. No podía perder a Juliana... pero el precio de seguir luchando parecía cada vez más alto.
Subí las escaleras sin mirar atrás, cerrando la puerta de mi habitación con un golpe sordo. Me dejé caer en la cama, enterrando el rostro en la almohada mientras sollozaba en silencio. Quería gritar, romper algo, pero me sentía completamente rota por dentro.
Todo lo que una vez pensé que podía controlar, ahora se me escapaba de las manos.
(...)
A la mañana siguiente, el ambiente en casa estaba más tenso que nunca. Sabía que algo estaba mal desde el momento en que me desperté. La sensación de vacío en mi pecho se había instalado como un huésped no deseado, recordándome cada segundo que, a pesar de mi resistencia, las cosas estaban fuera de mi control.