La pequeña y desorientada Ling, corría entre los enormes árboles, sus pies descalzos chapoteando en los charcos que la lluvia implacable formaba a su paso mientras lloraba y gritaba por su mamá. La lluvia la empapaba por completo, pero apenas lo notaba. Su mente estaba en otro lugar, llena de voces que no podía reconocer, ecos de recuerdos fragmentados que le retumbaban en los oídos.
Su respiración agitada la llevó hasta uno de los árboles más grandes de aquel lugar. Se detuvo y se dejó caer al suelo, sentándose bajo las gruesas ramas que apenas la protegían de la tormenta. Se abrazó las rodillas y se recargó contra el tronco, con el corazón latiéndole con fuerza. El sonido de los truenos retumbaba en su cabeza, amplificándose como si fueran gritos lejanos que no podía ahogar.
La lluvia seguía cayendo, fuerte y constante, mientras las gotas le corrían por el rostro, mezclándose con las lágrimas que estaba derramando. Entonces, vio dos figuras borrosas a lo lejos, entre los árboles, apenas discernibles a través del aguacero. Sus formas eran vagas, como sombras moviéndose en un sueño, pero había algo extraño en ellas, algo que la llenó de una sensación de peligro.
Ling observaba en silencio, inmovilizada por el miedo. Una de las figuras levantó un brazo, y algo brilló bajo el cielo cubierto de tormenta: un arma. El sonido fue ensordecedor. El disparo rompió el rugido de la lluvia, y Ling se estremeció, apretando las manos contra sus oídos, intentando bloquear el estruendo. Un segundo disparo resonó en el aire, y entonces, todo pareció detenerse.
Un hombre cayó al suelo. Ling no lo reconoció, pero la imagen de su cuerpo inerte se grabó en su mente como un eco imborrable. Sus pequeños ojos se agrandaron al ver la sangre manchando la tierra mojada bajo la lluvia. Los gritos estallaron a su alrededor, cada vez más fuertes, como si vinieran de todas partes.
Unos brazos rodearon su pequeño cuerpo con fuerza. Al principio, no supo de quién eran, pero pronto reconoció el aroma familiar, esa mezcla suave de perfume y hogar. Era su madre. Sabía que era ella, aunque se negaba a abrir los ojos. No podía. Abrirlos significaría enfrentar lo que acababa de presenciar, y no estaba preparada. Así que se aferró con todas sus fuerzas a esos brazos, sintiendo cómo la calidez de su madre la envolvía, un refugio en medio del caos.
—No viste nada, Ling —susurró la voz suave y tranquilizadora de su madre cerca de su oído—. No sucedió nada, cariño. Todo fue una pesadilla.
Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas, mezclándose con la lluvia que todavía caía implacable sobre ellas.
—Fue solo una pesadilla —repitió su madre, acariciándole el cabello con dedos temblorosos.
Y entonces, el mundo alrededor de Ling comenzó a desvanecerse. El sonido de la tormenta se volvió lejano, casi como un susurro. Las imágenes de horror, el disparo, el hombre cayendo, todo empezó a desvanecerse en la negrura que poco a poco la envolvía.
Todo se volvió negro.
El calor de los brazos de su madre fue lo último que sintió antes de que el peso del sueño la arrastrara hacia la oscuridad total.
.
.
Just like a star
I stay here for long
While everything is changed
I just cannot help but stay, hmm
Just like a star....
.
Ling escucha los primeros acordes de la melodía y la música logra sacarla de esos momentos tan desagradables que hasta la fecha siguen siendo como pesadillas para ella, como manchones de tinta en un lienzo blanco.