Orm se ajustó la bata gris, intentando cubrir las marcas que Ling había dejado en su piel la noche anterior. Sentía una mezcla de disgusto y una sensación extraña que aún no podía identificar al recordar cada beso, cada caricia que habían compartido en la cama.
Será la última vez, pensó caminando hacía la cocina.
Después de hoy, no tendría que soportar más fingimientos, ni abrazos falsos, ni palabras de amor que nunca habían significado nada para ella.
Con un suspiro pesado, sus pasos resonando en el amplio pasillo de la casa. Mientras caminaba, su mente se llenó de pensamientos sobre el futuro. Un futuro libre de Ling. Un futuro en el que no tendría que fingir ser la esposa amorosa y devota que la sociedad, y especialmente la propia Ling, esperaba de ella.
Las primeras luces del día se filtraban por las ventanas mientras Orm se movía por la cocina con habilidad. Colocó los utensilios sobre la encimera con precisión, comenzando a preparar el desayuno que pronto le llevaría a Ling. Mientras rompía los huevos en el sartén caliente, dejó que sus pensamientos vagaran hacia el plan que se pondría en marcha en unas pocas horas.
Hoy es el día, pensó, sintiendo un frío escalofrío recorrerle la espalda.
El sonido de la mantequilla chisporroteando en el sartén acompañaba su propia calma. Ling era rica, poderosa, una figura ideal para asegurarse de que Orm tuviera acceso a todo lo que siempre había deseado: influencia, control, dinero. Y se había dedicado durante años a hacerse valer, los socios, los padres de Ling, sus amigos, cada uno de los accionistas de la empresa estaba al tanto de la inteligencia y la capacidad de Orm, en innumerables ocasiones se vio en la necesidad de intervenir a favor de Ling, y eso le dio puntos a favor ante todos. Muriendose Ling, nadie cuestionaría la capacidad de Orm para liderar la empresa.
Todo sería de ella.
Movió los huevos en el sartén con un aire despreocupado. Con Ling fuera de su camino, tendría acceso no solo a su fortuna, sino a un estilo de vida que siempre había anhelado. No más cenas incómodas con la familia de Ling, no más fingimientos frente a sus amigos o empleados. Podría ser libre, y rica, con todo un equipo de empleados a su disposición, sirviendo cada uno de sus caprichos sin que nadie la cuestionara.
No más soportar los desplantes de la niña mimada y caprichosa, pensó mientras llenaba una bandeja con el desayuno perfectamente preparado. Las tostadas doradas, el jugo recién exprimido, el café humeante... todo colocado con una meticulosa precisión. Irónico, pensó mientras colocaba una flor al lado del plato, que el último desayuno que compartirían sería tan cuidado como cada detalle que había planeado para deshacerse de Ling.
Alzó la bandeja y sonrió con una satisfacción. Un disparo limpio que acabaría con la vida de Ling, pero lo suficientemente calculado para no levantar sospechas sobre Orm. Un disparo en su propio brazo, para reforzar su papel de la esposa devastada por la tragedia.
Me dolerá, pero valdrá la pena, pensó con una sonrisa amarga. Aunque es una pena que no disfrute mi luna de miel, ese viaje a Italia me hubiera encantado.
Llegó a la puerta del dormitorio, con el corazón latiendo despacio y constante. Miró la bandeja, asegurándose de que todo estaba en su lugar. Con una mano en la puerta, tomó una profunda bocanada de aire y la empujó suavemente.
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Ling se llevó ambas manos a la cara, tratando de contener el llanto que amenazaba con comenzar. Sentía como si su mundo entero se estuviera desplomando, como si todo lo que conocía se desmoronara a su alrededor.
El dolor la atravesaba como cuchillos, no solo por la traición en sí, sino por el hecho de que jamás lo vio venir. Había confiado ciegamente en Orm, le había entregado su corazón, su cuerpo, sus sueños... todo. Había creído en cada beso, en cada promesa de amor eterno, en cada momento que compartieron juntas. Y ahora, todo resultaba una farsa.