El silencio era opresivo, solo roto por el zumbido lejano de algún ventilador y el eco ocasional de pasos. Hacía horas que estaba ahí, en un rincón polvoriento, esperando a que alguien apareciera, esperando entender qué demonios estaba pasando. Nunca se había imaginado que las cosas llegarían a este punto.
La puerta de metal se abrió de golpe, y una figura alta y delgada apareció en el umbral, apenas iluminada por la luz que entraba desde afuera. Ying entrecerró los ojos, intentando distinguir quién era. Sus pensamientos empezaron a correr cuando, para su sorpresa, reconoció la silueta.
Era Ling.
Por un momento, Ying no pudo procesar lo que veía. El desconcierto la invadió, incapaz de asociar la fría bodega con la presencia de la mujer que, hasta entonces, había considerado solo una niña rica. La Ling que conocía era elegante, distante, la empresaria perfecta a ojos de la sociedad. ¿Qué hacía Ling aquí?
—Ling... —comenzó Ying, su tono desconcertado, como si aún no creyera que Ling avanzaba hacia ella—¿Qué significa esto? ¿Por qué estoy aquí?
Ling se mantuvo inmóvil frente a Ying, sus ojos brillando con una mezcla de furia y desprecio. La figura de Ying, atada, había perdido el poder y la arrogancia que siempre la caracterizaban. Era casi irónico verla así, temerosa, intentando mantener su compostura, pero incapaz de ocultar el miedo que empezaba a aflorar en sus ojos.
Inclinó la cabeza ligeramente, sus ojos brillando con una intensidad peligrosa. Sonrió, pero no era una sonrisa de amabilidad. Era una sonrisa fría, calculada, una que hizo que el estómago de Ying se revolviera.
—¿De verdad no lo sabes? —preguntó Ling con voz suave, pero cargada de amenaza—. Me sorprende, Ying. Pensé que eras más inteligente. Pensé que te darías cuenta apenas me vieras entrar.
Ying tragó saliva, sintiendo que el aire en la bodega se volvía más pesado, más opresivo
—¿Darme cuenta de qué? —replicó Ying, sintiendo cómo su pecho se apretaba—. ¿Qué está pasando?
Dime, Ying —comenzó Ling, su voz suave pero gélida—. ¿Qué se siente ser la víctima?
Ying se tensó, intentando no perder su postura. Pero por dentro, sabía que las cosas se habían salido de control, y por primera vez, se encontraba del otro lado del juego.
—¿Estas loca? ¿De que estas hablando?
—Sé todo, Ying —dijo Ling, en voz baja—. Sé lo que tú y Orm han estado planeando. Sé que quieren deshacerse de mí.
El corazón de Ying comenzó a latir con fuerza. No podía ocultar su sorpresa, y peor aún, el miedo empezó a aflorar. ¿Ling sabía todo? ¿Desde cuándo? Intentó procesar la situación, pero el miedo hacía que sus pensamientos fueran torpes, confusos.
—Ling... no es lo que piensas... —intentó decir, pero la voz se le quebró en la garganta.
—No te atrevas a mentirme —le cortó Ling, su tono gélido, carente de cualquier paciencia mientras tomaba su cuello, apretando ligeramente—Lo sé todo. Sé que me querías fuera del camino, y Orm también. ¿Sabes? Realmente aun no se que hacer con ustedes, ¿Las mataré como ustedes planeaban hacer conmigo, o dejaré que pasen lo que les resta de vida en la cárcel? ¿Qué destino te parece más atractivo?
El miedo en Ying creció rápidamente, nublando su juicio. Nunca había visto a Ling así, tan calculadora, tan despiadada. Por un segundo, sintió que había subestimado completamente a la mujer que tenía frente a ella.
—Ling...
—La verdad, no lo esperaba—continuó Ling, con una sonrisa venenosa en los labios—No de Orm. Si no las hubiera escuchado planear mi muerte, comentar los detalles que faltaban tan fría y despreocupadamente jamás lo hubiera creído. Siento que, después de todo, ella merece menos misericordia que tú.