Parte 10

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20 años antes...

El sol de la tarde se reflejaba en las aguas tranquilas del río, creando destellos dorados que contrastaban con la oscura escena que se desarrollaba en la orilla. Ling, una niña de apenas seis años, estaba de rodillas en el suelo, con las manos atadas detrás de su espalda. Sus muñecas estaban marcadas por la presión de las cuerdas que la sujetaban con fuerza. Su pequeño cuerpo temblaba de miedo, sus ojos brillaban con lágrimas contenidas mientras miraba alrededor, buscando una salida, una explicación, algo que le diera consuelo en medio de su confusión.

A su lado, la señora Koy Kornnaphat, la madre de Orm, estaba de pie con una expresión impasible. Su elegante vestido ondulaba suavemente con la brisa, pero su rostro permanecía inexpresivo. Tenía una mano posada en el hombro de Ling, en un gesto de consuelo, preocupada por ver a la niña llorar tanto.

A unos metros de ellas, el señor Kornnaphat, el padre de Orm, estaba inclinado sobre un pequeño bote de madera que descansaba en la orilla, inspeccionando los remos y asegurándose de que todo estuviera en orden para su salida. A su lado, un niño de cuatro años observaba en silencio. Su mirada inocente y desorientada contrastaba con la seriedad de la situación. Era un espectador, demasiado pequeño para entender por completo lo que estaba ocurriendo.

Ling podía escuchar el sonido del agua chapoteando suavemente contra la orilla, el crujido del bote cuando el señor Kornnaphat lo empujaba ligeramente, pero seguía llorando por sus padres, no quería estar en aquel lugar y no con aquellas personas.

La señora Koy Kornnaphat observó a la pequeña Ling con una expresión que parecía casi maternal, aunque teñida por una sombra de culpa que no llegaba a reflejarse por completo en sus ojos. La niña estaba temblando, con las manos aún atadas detrás de la espalda, sus mejillas húmedas por las lágrimas que no se atrevía a soltar por completo.

Koy se agachó lentamente, acercándose a Ling con suavidad, como si el simple contacto pudiera romper la frágil barrera de terror que mantenía a la pequeña inmóvil. Mientras hablaba, su voz era baja, casi un susurro, no quería asustarla más de lo que ya estaba.

—No vamos a hacerte daño, pequeña —murmuró la señora Koy, acercando una mano a las ataduras que envolvían las muñecas de Ling—. No tienes que asustarte, no tienes que sufrir.

Con un gesto firme pero cuidadoso, la señora Koy aflojó los nudos, sintiendo el roce áspero de la cuerda que había dejado marcas rojizas en la piel delicada de Ling. La pequeña retrocedió lo más que pudo, su cuerpo reflejando una mezcla de temor y desconfianza, como si cada movimiento de la señora Koy fuera una amenaza más.

—¿Tienes sed? —continuó la señora Koy, ignorando el rechazo inicial de Ling—. Puedo traerte agua si lo necesitas, no quiero que estés incómoda.

Ling no dijo nada. Se mantuvo inmóvil, con los ojos fijos en el suelo, como si el peso de la situación la hubiera sobrepasado. La señora Koy suspiró y se inclinó un poco más, extendiendo un brazo alrededor de la pequeña, en un intento torpe de consolarla. A pesar de sus esfuerzos por suavizar la situación, había una distancia entre ellas que no podía ser superada por gestos o palabras vacías.

—No te preocupes —susurró la señora Koy, abrazando a Ling suavemente—. Apenas lleguen tus padres con los documentos que necesitamos, te dejaremos ir. Todo estará bien.

Pero las palabras parecían vacías en el aire, rebotando sin ningún efecto en el cuerpo de la niña, que continuaba temblando bajo el peso del abrazo. Ling podía sentir la presión de los brazos de la señora Koy rodeándola, asfixiándola.

Mil Razones para OdiarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora