En su mente, Ling había rehecho la escena una y otra vez. En cada uno de esos escenarios, ella encontraba una forma de pedir perdón, de hacer que Orm entendiera la profundidad de su arrepentimiento, de cómo se sentía destrozada por haber dudado de ella, por no haber confiado, por haber sido tan cegada por su propio dolor. Había escrito miles de disculpas, pensaba en sus errores, en cómo había dejado que su propio ego y el miedo destruyeran lo que había sido tan hermoso.Pero ahora, mirando a Orm, las palabras simplemente no salían. Su garganta estaba cerrada, su lengua pegada al paladar, como si una fuerza invisible la impidiera hablar. No sabía cómo comenzar. No sabía cómo enfrentar a la mujer a la que había fallado.
Orm alzó la mirada y la dirigió hacia ellos, encontrándose con los rostros cálidos y llenos de alivio de los padres de Ling, y luego con el de ella, rígido y pálido. La alegría inicial en los ojos de Orm se desvaneció al ver la expresión distante de Ling, y su paso se hizo aún más lento.
Orm se detuvo a unos metros, y sus ojos se encontraron. El tiempo pareció detenerse. Orm quería decir algo, cualquier cosa, para calmar el dolor en los ojos de Ling, pero las palabras parecían atascadas en su garganta.
Los padres de Ling rompieron el silencio, acercándose a Orm y envolviéndola en un abrazo. Ling observó en silenció, su cuerpo seguía sin responder. Quería ser ella la que la abrazara, la que la sostuviera, la que le susurrara que todo estaría bien. Pero no podía, por más que lo intentaba estaba inmóvil, como si, de la vergüenza, su cuerpo no logrará responder a su mente.
Cuando Orm se separó lentamente de los padres de Ling, su rostro estaba iluminado por la calidez de su abrazo, aunque cierta tristeza seguía nublando sus ojos. Los padres de Ling, le habían dado la bienvenida de la manera más cálida posible, a pesar de las circunstancias. Era un gesto sincero, un intento de borrar, aunque fuera por un momento, el dolor de todo lo que había pasado.
Un gestó que ella no pudo recordar si su madre había tenido alguna vez.
Levantó la vista hacia Ling, y al mirarla, el mundo pareció desvanecerse. Solo quedaron sus ojos, sus corazones, y la inmensa distancia que todavía los separaba, aunque ninguno de los dos quisiera admitirlo.
Ling abrió la boca para hablar, pero antes de que pudiera articular siquiera una palabra, su madre, interrumpió con una sonrisa amable.
—¿Vamos a casa?—preguntó con suavidad.
Orm, al escuchar la pregunta, bajó la mirada un instante, como si estuviera considerando la mejor respuesta.
—Gracias por todo, de verdad... —dijo Orm, su voz baja, casi quebrada—Pero no voy a ir con ustedes.
La respuesta de Orm hizo que el aire se tensara alrededor de las cuatro personas, creando una quietud incómoda. Ling intentó controlar la respiración, tratando de comprender las palabras de Orm, pero algo en su pecho se hundió con esa respuesta. Había esperado, en el fondo, que Orm aceptara la invitación, que volviera a estar cerca, a sentir que todo se solucionaría si tan solo volviera a su casa, si tan solo todo volviera a la normalidad.
—¿A dónde irás entonces? —preguntó el padre de Ling.
—Me regresaron mis pertenencias, tengo un poco de efectivo, eqncontraré un lugar cómodo.
Al ver como ella comenzaba a retirarse Ling dio un paso al frente, su brazo se estiró y sus dedos alcanzaron el brazo de Orm, sujetándola firmemente, evitando que se alejara más. Un estremecimiento recorrió su cuerpo, ante el contacto entre ambas. Ninguna de las dos se movió de inmediato. Estaban demasiado cerca, demasiado cerca como para ignorar la tensión que flotaba en el aire.