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Déjenme un corazoncito si extrañaron a Nico y a Kim 🤎


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LIBERTAD Y CELOS

Era un nuevo día en la casa de los Harrison. La luz tenue del amanecer hizo que el gallo entonara una hermosa melodía; los caballos corrían sobre las hojas secas en completa libertad y la niebla se disipaba lentamente. Todo marchaba bien, salvo la señorita María Elena, que estaba en el veterinario porque tuvo una lesión en su patita.

La semana había transcurrido con bastantes novedades: papá estaba evolucionando positivamente en su tratamiento médico; cada día llegaba más gente a casa para hacerse las uñas con Kass y la abuela Samantha mencionó estar feliz por cómo estaba quedando su libro, libro que, por cierto, mantenía el título en incógnito.

¿Y qué fue de Nico Montana?

Seguía con arresto domiciliario, y el único contacto que manteníamos era por teléfono. Me dijo que se había intentado escapar y que el policía lo electrocutó; también comentó que no se perdía el programa de cocina de las tres de la tarde y que me preparó galletitas de vainilla para que fuera a buscar.

Así que salí de casa ajustándome la bufanda roja por detrás del cuello; abrí el paraguas y fui directo al portón. Estaba a punto de sacar el candado cuando alguien salió del establo. Creí que era el señor que estaba descargando la leña, pero tuve que voltearme por segunda vez para verificar que...

Oh, no...

—¿Kim?

—¿Daniel?

Nicolás Meyer

Dios... Prefería un golpe de la señorita María Elena que estar en casa.

Lo bueno era que venía mi novia.

Sí, lo dije presumidamente.

—¿Viene mi nuera? —preguntó la abuela al tiempo que escribía en su computadora. Sonrió para sí misma.

—Me da un poco de risa que la llames nuera. —Me dejé caer en el sofá con una bandeja con palomitas de maíz.

—La llamo nuera porque pues... Kim está muy enamorada de ti. Además no te hagas, Nicolás, tú ya planificaste hasta la boda.

¿Y esa señora cómo sabía tanto?

Iba a defenderme de tales acusaciones, pero escuché a papá salir de la oficina. Se posicionó delante del televisor y me miró carismáticamente.

—Oye, estoy viendo mis recetas —alegué—. Ahora la señora Harold va a hacer rollitos de canela, no me tapes.

—¿Por qué carajos ves eso? —Papá miró la tele y luego enarcó una ceja.

—Y eso que aún no empieza mi curso de tejido.

La risita de la abuela se hizo presente. Finalmente Richard hizo un ademán que se quería sentar a mi lado, así que con tedio, tuve que bajar los pies e inclinarme hacia adelante. Confieso que estaba un poco a la defensiva. Me hundí en el sofá como si me diera igual hablar con él. Y es que se sentía extraño; papá nunca fue cariñoso y, cuando quería serlo, me daba escalofríos.

Para remate, afirmó los codos en las rodillas y me dijo:

—¿Y cómo estás?

—¿Cómo va a estar si lo tienes encerrado, Richard? —soltó la abuela—. Ya se le están quemando las neuronas al pobre tanto que lo electrocutan.

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⏰ Última actualización: 2 days ago ⏰

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