CAPITULO 12 - EL HERBARIO DE LOS RECUERDOS

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Entré a una pequeña tienda de artesanías que había visto al pasar varias veces, buscando algo específico. El olor a papel nuevo y madera llenaba el ambiente, y el sonido del timbre de la puerta al cerrarse me indicaba que estaba solo con el dependiente, un hombre de mediana edad con gafas y una sonrisa tranquila. Me acerqué al mostrador, decidido.

—Buenos días —saludé.

—Buenos días —respondió él amablemente—. ¿En qué puedo ayudarte?

—Estoy buscando un librito... para guardar plantas disecadas —dije, tratando de explicarlo con la mayor claridad posible.

El hombre levantó una ceja, curioso.

—¿Un herbario, quizás?

—¡Eso mismo! —respondí, aliviado—. Mi amiga tiene uno y me gustaría conseguir uno parecido para... bueno, para darle un pequeño detalle.

—Ah, entiendo. Eso es más común de lo que piensas, especialmente entre aquellos que disfrutan de la naturaleza —dijo mientras me guiaba hacia una estantería en la esquina. Los estantes estaban llenos de cuadernos de distintos tamaños y colores—. Estos son algunos de los que tenemos. Hay de varios tipos, algunos más simples, otros con detalles en cuero y papel especial para preservar mejor las plantas.

Tomé uno de los cuadernos entre mis manos, un herbario de tapa dura con detalles en relieve. Era bonito, pero no era exactamente lo que buscaba.

—¿Tienes alguno que sea más... delicado? —pregunté, recordando cómo era el cuaderno de Hedda, sencillo pero especial.

El hombre asintió, comprendiendo de inmediato.

—Claro, tengo unos más pequeños, de tapa color negro, perfectos para quienes recién comienzan o prefieren algo más sencillo. —Se agachó detrás del mostrador y sacó un cuaderno de hojas color blanco, con una cubierta suave y un lazo que lo mantenía cerrado.

Lo sostuve entre mis manos, abriéndolo para ver las páginas en blanco, listas para llenarse de recuerdos.

—Este es perfecto —dije.

El vendedor sonrió.

—Parece que tienes buen ojo para los detalles. ¿Es para una ocasión especial?

—Algo así —respondí con una pequeña sonrisa—. Es un regalo para alguien que le gusta disecar flores. Me pareció un buen detalle.

—Seguro que le encantará —dijo el hombre, guiñando un ojo con complicidad.

—Eso espero —repliqué, mientras llevaba el herbario al mostrador para pagar.

Al salir de la tienda, el herbario en mi mano, no podía evitar imaginar la sonrisa de Hedda cuando lo viera. Aunque fuera un pequeño gesto, algo dentro de mí sabía que este cuaderno significaba mucho más.

Me dirigí de vuelta a mi bicicleta, el viento golpeando suavemente mi rostro.

Llegué al departamento y, como de costumbre, Melvin estaba tirado en el sofá, viendo algo en su celular. Apenas crucé la puerta, levantó la mirada y me saludó con una sonrisa.

Llegué al departamento y, como de costumbre, Melvin estaba tirado en el sofá, viendo algo en su celular. Apenas crucé la puerta, levantó la mirada y me saludó con una sonrisa.

—Nada importante —respondí, tratando de restarle importancia mientras lo dejaba en la mesa—. Es un detallito para alguien.

—¿Un "detallito"? —preguntó Melvin, arqueando una ceja—. ¿Alguien especial, tal vez?

—Tampoco te emociones —le contesté con una sonrisa burlona—. Solo es un regalo sencillo.

Melvin dejó su celular a un lado y se sentó, como si estuviera interesado en la conversación.

Un collar de pétaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora