—Nayel, llevas todo el día haciendo corazones. ¿Qué tramas ahora? —preguntó Melvin, mirando con curiosidad.
—Sabes, a veces empiezo a pensar que nunca te has enamorado —respondí, mientras recortaba otro corazón de papel—. Es un regalo para Hedda.
—¡Claro que me he enamorado! Pero ese extremo tuyo es mucho. Ahora entiendo por qué Hedda te llama esquizofrénico.
—Mejor déjame seguir aquí —dije, ignorando su broma.
—Y puedes bajar el volumen de esa música. Ya volviste a repetirla una y otra vez —se quejó, tapándose la cara con la almohada.
—Necesito concentrarme y la música me ayuda a meterle más sentimiento —replicé, mientras continuaba mi tarea.
—Al menos dime que pronto terminarás —murmuró, intentando asomarse desde detrás de la almohada.
—Sí, me falta poco —respondí, mientras metía corazón tras corazón en el frasco que Hedda me dio hace unos días para completar mi reto.
—¿Y ese frasco? —preguntó.
—Pues ahí deben ir esos corazones que ves —dije, señalando el frasco.
—¿Piensas regalarle corazones de cartulina? —preguntó Melvin, arqueando una ceja.
—Esos corazones de cartulina tienen más valor de lo que crees —respondí, sonriendo.
—Bueno, si hablas del precio que vale cada cartulina, diría que gastaste un dólar como máximo —replicó, riendo.
Al escuchar lo que dijo, no pude evitar poner los ojos en blanco.
—No, cada corazón lleva escritas ciento cero razones por las que yo considero que Hedda es bonita —respondí, elevando un poco la voz para enfatizar lo que sentía.
Melvin se quedó en silencio por un momento, asimilando lo que había dicho.
—Eso suena... realmente bonito, Nayel —dijo finalmente, aunque su tono era un poco más serio. —Pero, ¿realmente crees que puedes llenar ese frasco con tantas razones?
—Sí, y tengo muchas más en mente —contesté, decidido a demostrarle que mis sentimientos eran reales y profundos.
—Bueno, entonces, ¡manos a la obra! —dijo Melvin, sonriendo de nuevo. —Pero, ¿puedes al menos bajar el volumen de la música?
—No, por odioso —dije.
—¿Quieres que le diga a Hedda que me estás volviendo a atormentar? —respondió Melvin, con esa sonrisa que siempre utiliza cuando quiere fastidiarme.
—No, por favor, no hagas eso —repliqué, tratando de ocultar la sonrisa que amenazaba con escapar. —No tengo ganas de que me acuse de algo que no he hecho.
—¿Y qué es exactamente lo que has hecho? —inquirió Melvin, levantando una ceja.
—Estoy... simplemente recopilando razones para demostrarle lo especial que es —admití, encogiéndome de hombros.
—¿Y cuántas llevas? —preguntó, asomándose a ver el frasco que había llenado de corazones de papel.
—Unas sesenta —respondí, sintiendo un ligero orgullo en mi voz. —Estoy a mitad de camino.
—Te estás volviendo un romántico empedernido —bromeó, riendo suavemente. —Si sigues así, le vas a hacer competencia a Cupido.
—Es solo un pequeño gesto, Melvin —insistí. —Cada corazón tiene un motivo que vale la pena recordar.
ESTÁS LEYENDO
Un collar de pétalo
RomancePara Nayel Carrasco, en su nueva etapa universitaria, suponía enfocarse en él y enfrentarse solo por primera vez en su vida a un mundo de foráneos. Recientemente, había terminado su relación con quién prácticamente compartía su vida. A partir de ese...