𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐗𝐈𝐕

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Vox bajó hacia su estudio con una determinación renovada. Tenía la intención de enseñarle una lección al demonio de la radio, asegurándose de que nunca se le ocurriera regresar al infierno después de su retiro. La idea era simple: una gran canción que lo dejara claro. Mientras se acomodaba en su asiento y ajustaba los controles, una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro.

Después de la papeada que le dio Alastor a Vox, interrumpiendo su canción y cantando la suya propia, el demonio de la televisión se sintió completamente humillado. Alastor había transformado su intento de crear una poderosa melodía en un espectáculo ridículo, y Vox, frustrado y enojado, estaba sentado en su asiento sintiendo que se le subía la sangre a la cabeza.

—Aaaah, puta madre —. Soltó, su enojo palpable.

Sin pensarlo dos veces, comenzó a tomar las pantallas y lanzarlas por el estudio con fuerza, cada crash resonando como un eco de su frustración. Era como si cada pantalla rota representara su orgullo herido. Mientras veía cómo se destrozaban, Vox no podía evitar pensar que una vez más había sido derrotado por Alastor.

Mientras tanto, Alastor estaba en su estación de radio, estirándose en su asiento con una sonrisa de satisfacción al recordar cómo había humillado a Vox.

De repente, escuchó unos pequeños aplausos y, al mirar hacia atrás, vio a su hija, que aplaudía felizmente. Junto a ella estaba su sombra, que lucía un poco cansada; al parecer, no pudo resistir el entusiasmo y poder de la pequeña Helen. Sin pensarlo, Alastor caminó hacia ella, la tomó en brazos y salió de la estación de radio, recorriendo los pasillos del hotel.

—¿Y bien, pequeña? ¿Te divertiste con mi sombra? —. Preguntó Alastor, mirando a su hija, que simplemente asintió con la cabeza y se acurrucó contra su pecho.

Al notar que el poder de Helen se había calmado un poco, sintió que tenía más tiempo para encontrar un sello que contuviera su energía. Sin embargo, sabía que iba a necesitar ayuda, y eso lo llevó a una conclusión que no le gustaba nada: tendría que pedírselo a alguien que le caía muy mal, en pocas palabras, Lucifer.

Alastor llegó al lobby del hotel y se encontró con Husk en su bar, bebiendo de una botella de alcohol barato. Sin pensarlo, se acercó y se sentó en un taburete, dejando a su pequeña hija Helen en la barra, donde jugaba felizmente con algunos vasos pequeños.

—Pareces ocupado —. Dijo Husk con un tono desinteresado, mientras tomaba otro sorbo de su botella y echaba un vistazo a Alastor, que solo sonreía de manera tranquila, disfrutando del espectáculo de su hija jugueteando.

Mientras lo observaba, Husk pensó para sí mismo, con una sonrisa en el rostro.

—(¿Y a este qué le pasa? Parece que la paternidad lo afectó demasiado, jajaja) —. Era una imagen curiosa ver al temible demonio de la radio en un momento tan tierno, y aunque Husk no era del tipo que se dejaba llevar por esos sentimientos, no pudo evitar sentir un leve aprecio por la escena.

Alastor, en su esencia, seguía siendo el mismo, pero había algo diferente en él ahora, algo que lo hacía un poco más humano, al menos en ese instante.

Alastor miró a Husk con un aire de aburrimiento antes de centrar su atención en Helen, que estaba jugando inocentemente. De repente, la pequeña apuntó con su dedo y lanzó un pequeño rayo de luz hacia la botella que Husk tenía en la mano, haciendo que esta explotara en fragmentos de vidrio.

𝐍𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐨 𝐌𝐞𝐣𝐨𝐫 𝐄𝐫𝐫𝐨𝐫 ||| Chalastor Hazbin Hotel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora