𝟎𝟖: 𝐎𝐜𝐡𝐨 𝐩𝐮𝐧𝐭𝐚𝐬

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- ¿Qué? - preguntó confundida Emilia.

- Vaya, vaya, vaya... - oyeron una voz tenebrosa a sus espaldas haciendo que las dos pegasen un salto abrazándose para protegerse y se girasen para ver quien era el intruso - Mira lo que tenemos aquí...

Al saltar la linterna volvió a caer al suelo iluminando parte del pasillo frente a ellas, pero la figura se mantuvo en la oscuridad, solo dejando entrever su silueta entre las tinieblas que le rodeaban.

- ¿¡Quien anda ahí! - gritó Emilia con firmeza intentando contener el temblor en su voz sin llegar a conseguirlo realmente.

El hombre dio un paso más en su dirección permitiendo que su rostro se viese desdibujado por las sombras que proyectaba la única luz que las iluminaba.

- Dios... - soltó Emilia sin poder evitarlo retrocediendo hasta chocar con la pared sin soltar a la morena a su lado.

El rostro frente a ellas era de un hombre evidentemente mayor, sus arrugas marcadas no dejaban lugar a dudas, pero no fue eso lo que la asustó, sino que varias cicatrices la recorrían dejándole un aspecto diabólico que su expresión y sonrisa no ayudo en calmar sus temores.

Las miraba con un brillo extraño en sus ojos, como cuando un niño está frente a un juguete que quiere tener a toda la costa e hizo que la piel de Emilia se erizase solo por mirarlo a los ojos. El hombre las miró de arriba abajo evaluándolas mientras se lamia los labios y daba otro paso en su dirección aunque manteniéndose aun parcialmente en la oscuridad.

Se encontraban atrapadas, el pasillo terminaba allí mismo y la única salida se encontraba frente a ellas y por desgracia detrás de aquel extraño personaje que cada vez las arrinconaba más.

- ¿Quién eres tú? - dijo Emilia armándose de valor para hablar.

- Es el conserje... - susurró Nicole encogiéndose mas contra el pecho de la castaña.

Emilia la miró alzando una ceja. ¿En serio aquel espécimen macabro y horrible era el conserje de una escuela? ¿Cómo podían permitir algo así? Y no era por el hecho de sus cicatrices, sino su expresión de perversión absoluta lo que le resultaba aterrador.

- ¡¿Chicas? - oyeron de repente la voz de Max llamándolas por los pasillos.

Automáticamente la castaña alzó la cabeza sorprendida y buscando al chico con la mirada, pero se congeló en su sitio al darse cuenta que se encontraban otra vez totalmente solas. El hombre había desaparecido entre las sombras sin dejar ningún rastro aparente. Pocos segundos después Max dio la vuelta a la esquina y se acercó a ellas con rapidez. Era imposible, la única salida era ese pasillo, no había puertas, ni ningún otro lugar por el que irse aparte del sitio por donde acababa de aparecer Max y era evidente que no se lo había cruzado en ningún momento. ¿Dónde demonios se había metido? ¿Y como lo había hecho?

- ¿Estáis bien? - preguntó preocupado al verlas en la posición en la que se encontraban.

No se habían movido, aun se encontraban abrazadas con fuerza y una expresión de miedo se hacía presente en sus rostros sin poder ocultarla.

Emilia cogió aire dándole un suave apretón a Nicole para tranquilizarla y se enderezó cogiendo la mano de la otra. Necesitaba ese contacto, necesitaba sentirla cerca, eso la tranquilizaba y hacía que su cuerpo se sintiese normal, cosa que no era común desde los últimos días y parecía que a Nicole no le molestaba porque no dio muestras de rechazar aquel gesto o es que simplemente, le ocurría lo mismo que a ella.

- Estamos bien - respondió Emilia por las dos mientras que la otra asentía tímidamente.

- ¿Qué ha pasado? - indagó frunciendo el ceño levemente.

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