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Sus grandes manos tomaban mis caderas, guiando mis movimientos sobre él. Nuestra respiración es pesada, pero el cansancio no me permite detenerme. Mis manos están sobre su pecho y mi cabello se pega a mi frente por el sudor.

—Suguru, espera— digo entre gemidos—. Está demasiado profundo.

—Mierda, Mei. No digas cosas así— aceleró el movimiento de mis caderas con sus manos. Sin mencionar que levantó las suyas para sincronizarlas con las mías.

—S-Se siente demasiado bien...

—Entonces no me pidas que espere— me inclina hacia él, de forma que mis pechos quedan cerca de su rostro.

Suguru aprovechó la cercanía para pasar su lengua por mis pezones mientras me embiste como un animal. La doble estimulación crea un espasmo en mi entrepierna. 

—Eres tan hermosa— jadeó—. No quiero que nadie más te vea así. Sé que es egoísta, pero quiero ser el último hombre en tu vida.

—No... No es egoísta... Yo también quiero eso...

Sin más, atrapa mis labios con los suyos.

El beso es lento, tierno, como si ambos estuviéramos explorando un terreno desconocido pero inevitable. Suave, pero con una intensidad latente que me hace sentir más vulnerable de lo que esperaba. Me aferro a él, como si la conexión que compartimos pudiera detener el tiempo, como si, en este instante, no existiera nada más que su calor, su cercanía, la forma en que nuestras respiraciones se entrelazan.

Aunque nuestras caderas se rozan con una urgencia que no puedo ignorar, el beso es todo lo contrario: un susurro de afecto, de comprensión. Es como si estuviera diciéndome, sin palabras, lo que no ha podido expresar del todo hasta ahora. Y aunque el peso de sus problemas sigue ahí, entre nosotros, en este momento, solo existe el aquí y el ahora.

Mis manos suben por su pecho, trazando el contorno de su figura, memorizando cada detalle. El mundo exterior se disuelve, y lo único que puedo pensar es en lo bien que se siente estar así, en su abrazo, en el cruce de nuestras almas en este preciso instante.

—No quiero que esto acabe —digo en un susurro, sin estar segura si estoy hablando del beso, de esta noche o de algo más grande.

Suguru sonríe suavemente, como si entendiera cada matiz de lo que acabo de decir. Sus manos se deslizan por mis costados, firmes pero gentiles, y su mirada, cuando finalmente abre los ojos, refleja algo que nunca había visto en él antes: una mezcla de devoción y ternura que me deja sin aliento.

—No va a terminar —responde, con una firmeza que parece prometerme el mundo—. No si tú tampoco quieres que lo haga.

Lo miro fijamente, intentando asimilar sus palabras, su promesa. Y en ese instante, sé que tiene razón. Porque lo que siento por él, lo que compartimos, es algo que nunca había experimentado antes. Algo que no quiero soltar.

Sin pensarlo, me acero de nuevo hacia él, nuestros labios encontrándose una vez más, esta vez con una determinación silenciosa de hacer que este momento dure tanto como sea posible.

—Eso parece una propuesta de matrimonio— dije al separarme del beso.

—Aún no— sonrió—. Es demasiado pronto. Pero tómalo como una promesa.

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—Carajo, ¿dónde aprendiste a cocinar?— pregunté mientras me llevaba un bocado de omelet a la boca.

Jamás habría probado uno tan delicioso. Era como sentirlo derretirse en mi boca. El queso, los champiñones, el tomate, las espinacas; era como si cada uno de los ingredientes existiera por el otro. 

Positions | Geto S. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora