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—Demonios, en un momento así, mi primer pensamiento no debería ser el querer arrancarte la ropa y besar cada centímetro de tu cuerpo— dijo mientras sus manos bajaban hasta el borde de mi blusa.

Había una mezcla de deseo y contención en sus ojos, una lucha interna entre la necesidad de mantener el control y la urgencia de dejarnos llevar por todo lo que estábamos sintiendo. Su toque era un recordatorio de que entre nosotros siempre había existido una chispa, una atracción latente que ahora se sentía imposible de ignorar.

—Yo tampoco debería estar pensando en lo mismo— murmuré, mi voz apenas un susurro mientras mis manos se aferraban a su camisa blanca, atrayéndolo aún más cerca—. Pero aquí estamos.

Suguru esbozó una sonrisa traviesa, esa que ahora me daba cuenta me hace sentir mariposas en el estómago. Sin romper el contacto, se inclinó hacia mí, rozando sus labios contra los míos en un gesto lento, casi torturante. No era solo un beso; era una promesa, una liberación de todas las emociones contenidas, de todo lo que habíamos estado reprimiendo.

Sentí un escalofrío recorrerme cuando sus labios se volvieron a  encontrar con los míos, suaves pero llenos de una pasión contenida. Su beso era una mezcla de ternura y deseo, como si estuviera explorando cada sentimiento, cada confesión que habíamos compartido momentos antes. No había prisa, solo la urgencia silenciosa de estar más cerca, de sentirnos más profundamente.

Mis manos se movieron por su espalda, recorriendo cada músculo con la familiaridad de las noches que hemos pasado juntos. Sentir su piel contra la mía, su aliento cálido mientras nuestros cuerpos se fundían, hizo que todo a nuestro alrededor se desvaneciera. En ese momento, no existía nada más que él y yo, uniendo todos esos fragmentos rotos en algo nuevo, algo que solo nosotros entendíamos.

Suguru rompió el beso, pero no se apartó demasiado, su frente descansando contra la mía mientras nuestras respiraciones entrecortadas llenaban el silencio de la habitación. Sus dedos jugaron con el borde de mi blusa, y por un segundo, todo se detuvo. Era como si estuviéramos parados en el filo de un precipicio, listos para saltar pero disfrutando de la anticipación del momento.

Esta vez, decidí tomar un poco de iniciativa. Mis labios besaron su mejilla para comenzar un camino que recorría su mandíbula, hasta llegar a su cuello. Él soltó un gemido ahogado. Pude sentir cómo se movió su manzana de Adán bajo el toque de mis labios. Pasé mi lengua justo por encima del punto en el que podía sentir su pulso. 

Su respiración se entrecortó ante el cálido contacto de mi lengua con la piel sensible de su cuello.

—Me vuelves loco, Yumei— dijo Suguru con la respiración entrecortada.

Sus manos tomaron mis muslos, obligándome a dar un pequeño salto. Rodeé su cintura con mis piernas. Sin dejar de besarme, me llevó hasta su habitación, donde me recostó en la gran cama con delicadeza.

A pesar de que sus toques y movimientos eran delicados y suaves, podía sentir la desesperación en él. La temperatura de su cuerpo era tan caliente como la mía. Esta vez era diferente a las demás. No lo hacíamos con la desesperación de sentir el calor del otro, de sentirnos bien. Cada toque, cada beso, era una afirmación silenciosa de lo que sentimos el uno por el otro.

No se trataba solo de aliviar una necesidad; era nuestra forma de comunicar lo que las palabras no podían expresar del todo. Sus manos, que recorrían mi piel con una ternura casi reverente, me decían que me veía, que me entendía, y que, de alguna manera, siempre había estado allí para mí, incluso cuando yo no lo sabía.

Me dejé llevar por la calidez de su cuerpo, por la forma en que sus labios exploraban mi cuello, mi clavícula, y bajaban lentamente, como si quisiera memorizar cada centímetro de mí. Sentía su respiración pesada, entrecortada, y sabía que también estaba luchando por mantener el control, por no dejarse llevar del todo por la urgencia.

Positions | Geto S. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora