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Cuando conocí a Satoru, no creí que nos convirtiéramos en amigos. Él era todo lo que mis padres me habían dicho sobre niños malcriados: arrogante, egoísta, presumido y demasiado consciente de su poder sobre aquellos más pequeños que él. Su madre lo amaba, eso lo sé, pero también sé que no tenía el valor de ir en contra de la forma de crianza de su esposo. Satoru era de esa forma porque era como su padre: el hombre al que más admiraba.

Recuerdo las primeras veces que lo vi, siempre rodeado de otros niños que parecían seguirlo como si fuera algún tipo de líder. Lo que más me irritaba no era su actitud, sino cómo todos parecían aceptar su comportamiento sin cuestionarlo, como si el mundo girara a su alrededor. Yo, por mi parte, intentaba mantenerme lo más lejos posible de él, convencida de que alguien así no tenía lugar en mi vida.

Tampoco dejé que se acercara a Yuji. Algo me decía que lo iba a tratar como un esclavo, o que intentaría moldearlo a su imagen, como hacía con muchos. Incluso en la primaria, Satoru era de los que se dedicaban a molestar a aquellos que le parecían frágiles. Creía que el mundo se dividía en fuertes y débiles, y que su lugar era por encima de todos.

Sin embargo, todo cambió el día en que molestó al chico que no debía. Era un niño nuevo, pequeño y tímido, la presa perfecta para alguien como Satoru. No recuerdo qué fue lo que le dijo, pero la humillación fue lo suficientemente grande como para que el chico se fuera llorando. Lo que nadie sabía, era que el hermano mayor del chico era el matón más temido de la preparatoria. En la primaria, ver a un chico de preparatoria era como encontrarse con una pared gigante, alguien fuera de nuestro alcance, y mucho más aterrador.

La noticia de que el hermano mayor vendría a buscarlo corrió como pólvora. Para cuando llegó, todos estábamos esperando el enfrentamiento. Recuerdo verlo entrar al patio, su uniforme de preparatoria haciéndolo ver aún más imponente, y su mirada oscura clavada en Satoru. Fue la primera vez que lo vi asustado. Ya no era el chico arrogante que controlaba la situación; por primera vez, había encontrado a alguien a quien no podía intimidar con su actitud.

El silencio que cayó en el patio fue ensordecedor cuando el chico mayor se acercó. Y en lugar de golpear a Satoru, lo que todos esperábamos, el matón lo tomó del cuello de la camisa y lo levantó con una facilidad aterradora. La mirada de Satoru, llena de una mezcla de miedo y confusión, me hizo algo en el pecho. Yo no era como él, no tenía su arrogancia ni su dureza. Pero, en ese momento, debo admitir que fui tonta. Di un paso al frente, con la absurda esperanza de que, de alguna manera, podría hacer que todo cambiara, que la situación no terminara como todos esperaban.

La verdad es que no lo hice por Satoru. Lo hice porque quería comprobar algo que mi madre siempre me decía: "Con la amistad correcta, Satoru puede cambiar para bien." Según ella, yo era la amistad correcta. ¿Por qué? Porque no me dejaba intimidar por él y porque, de alguna manera, siempre encontraba la manera de ignorar sus intentos de controlarme. Creía que tenía la responsabilidad de ayudarlo, de ser esa influencia positiva que mi madre tanto predicaba.

Me acerqué lentamente, mis pasos resonando en el patio ahora silencioso, y miré directamente al hermano mayor del chico. Mi voz temblaba un poco, pero traté de sonar firme.

—¿Podrías dejarlo?— le dije—. No va a volver a meterse con tu hermano, te lo prometo.

El matón soltó una risa seca, sin soltar a Satoru, y me miró con una mezcla de incredulidad y diversión.

—¿Y tú quién eres para decirme eso?— preguntó, su tono burlón.

—Solo... déjalo, por favor— insistí, mi mirada buscando la del hermano pequeño, quien estaba observando desde un rincón. Sabía que podía ayudarme, que si él decía algo, su hermano lo escucharía.

Positions | Geto S. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora