Día 13: Cultivar un jardín (Daeffrey)

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Nota:
Continuación del Día 9: Flores

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Joffrey no quería admitirlo, pero estaba preocupado

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Joffrey no quería admitirlo, pero estaba preocupado.

La temporada social había terminado hacía ya un par de semanas y toda la familia se había dirigido, como todos los veranos, a su casa de campo fuera de la ciudad. Y debido a los embarazos de sus cuñados/tíos, Aegon y Aemond, sus hermanos también habían llegado con sus consortes, buscando disfrutar de sus últimos meses de gestación en la tranquilidad de la campiña.

Y aunque Daeron, su ahora prometido, los había acompañado, no se quedó más que un par de días antes de volver a la ciudad. Joffrey se mostró comprensivo, pues al no ser un primer hijo, debía hacer su camino por él mismo, pero aún así saber eso no calmaba esa sensación de soledad que lo embargaba cada día que pasaba lejos de él.

Por supuesto, todos los días sin falta llegaban sus cartas y el moreno podía pasarse horas leyendo y releyendo cada una, suspirando enamorado e imaginando que en lugar de aquellas misivas, era la voz de Daeron quien le hablaba al oído. Era en esos momentos en que Joffrey corría a los invernaderos y tocaba la tierra y las flores y plantas, sintiendo por medio de ellas una conexión con su futuro esposo.

Una vez su corazon se tranquilizaba, Joffrey sin demora se sentaba a responder cada carta, contándole sobre sus días en la mansión familiar, sobre las correrías de Jacaerys y Lucerys por complacer a sus malhumorados esposos y, sobre todo, le detallaba cada decisión que se iba tomando para sus nupcias, entusiasmado por empezar su nueva vida juntos una vez reiniciara la temporada.

Y sus preocupaciones por fin terminaron cuando el rubio volvió a él, justo para acompañarlos de regreso a la capital. Nada más verlo bajar del carruaje, un eufórico Joffrey corrió a su encuentro y cuando el otro les informó a él y el resto de la familia que ya había conseguido la licencia matrimonial, el moreno quiso volver lo antes posible a la ciudad. Únicamente Daeron logró calmar a su acelerado prometido, asegurándole que ya pronto estarían juntos para siempre y confesándole que para ese día le tenía una sorpresa especial.

Por más que Joffrey intentó sonsacarle la información, Daeron siempre encontraba la forma de distraerlo con los demás preparativos, tanto para la ceremonia y posterior banquete, como para la casa que el rubio había adquirido para ellos. El omega se había divertido como nunca durante esos días, eligiendo cada mueble, telas, adornos y demás para su nuevo hogar y se entretuvo aún más arreglando el enorme jardín en donde ya se encontraban la mayoría de las flores y plantas que Daeron la obsequiara desde que iniciaron su cortejo.

Y cada vez que veía cómo iba quedando aquel lugar tan especial, Joffrey deseaba que hubiera sido posible celebrar su boda allí. Por desgracia, las reglas de la sociedad exigían que la ceremonia se llevará a cabo en una iglesia, por lo que el omega se consolaba con saber que al menos el banquete nupcial sí tendría lugar allí.

Así, entre correrías para terminar con los últimos detalles, por fin llegó la mañana de la boda.

Joffrey se veía tan hermoso con su traje blanco y aquel brillo especial en los ojos, que Aegon no pudo evitar llorar al verlo, siendo consolado por Jacaerys mientras Aemond le daba consejos para mantener a su alfa siempre obediente y dedicado solo a él. Lucerys ni se molestó por sus palabras, pues para todos era bien sabido que él era capaz de mover cielo y tierra cada vez que su omega deseaba algo.

Sin embargo, y para sorpresa de Joffrey, una vez se pusieron en camino a la iglesia, descubrió que en lugar de dirigirse hacia allá, iban en dirección contraria. Y quedó anonadado cuando los carruajes pararon frente a los Jardines Botánicos, uno de sus lugares favoritos en la ciudad.

Su padre, sonriéndole con cariño, le ayudó a bajar del coche, guiándolo al interior y dirigiéndose al lugar donde el moreno podía ver a mucha gente reunida. Una vez allí, Joffrey ahogó un grito de asombro al ver a Daeron esperándolo al final del camino, un sacerdote a su lado listo para casarlos.

La ceremonia se llevó a cabo sin contratiempos y pronto el padre los declaró alfa y omega enlazados, el rubio tomándolo entre sus brazos y besándolo, sellando así su unión.

El menor creyó que luego de la ceremonia se dirigirían a su hogar, pero mientras que los invitados lo hacían, Daeron lo tomó de la mano y lo llevó a caminar con él por los jardines. Fue entonces que Joffrey recién empezó a notar con mayor detenimiento las flores a su alrededor. Y descubrió que eran idénticas a las que Daeron le regalara desde aquella primera vez y que ahora decoraban el jardín de su casa. Todas y cada una de ellas.

—Llevo ya unos meses trabajando en esta sorpresa —dijo el alfa una vez notó que su omega se había dado cuenta de las flores—. ¿Te gusta?

—Dae... pero... ¿cómo...?

—Desde la primera vez que te regalé aquellos tulipanes, me propuse que algún día te obsequiaría tu propio jardín y que todos lo admirarían. Y aunque las flores y plantas que tenemos en nuestro hogar son hermosos, quería algo a mayor escala que traspasara los límites de nuestra casa y nuestra vida y que perdurará por generaciones. Así todo el que las viera sabría que originalmente fueron cultivadas aquí como una ofrenda de amor eterno de un alfa a su omega.

—Daeron... —Joffrey no sabía qué decir. Su esposo acababa de hacer algo que ni en sus más locos sueños hubiera creído posible. Porque una cosa era alimentar su amor por las flores vivas y otra muy distinta era crear todo un jardín para demostrar su amor. Un jardín que todo el público vería ahora y en el futuro.

El rubio, quien conocía a su esposo mejor que nadie, interpretó su silencio como una buena señal, atrayéndolo hacia él y besándolo en aquel campo lleno de sus tan amadas flores, deseando que así como ellas eran la prueba de su amor ante el mundo, también fueran testigos de aquel momento, efímero pero tan significativo, del inicio de su vida juntos.

Flufftober 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora