Día 15: Preocupaciones (Jacegon)

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Cuando el Rey Viserys recobró algo de su hasta ese entonces resquebrajada salud y anunció que tomaría una vez más las riendas de la casa Targaryen, lo último que imaginó el Príncipe Aegon era que una de sus primera órdenes fuera el cambiar el orde...

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Cuando el Rey Viserys recobró algo de su hasta ese entonces resquebrajada salud y anunció que tomaría una vez más las riendas de la casa Targaryen, lo último que imaginó el Príncipe Aegon era que una de sus primera órdenes fuera el cambiar el orden de sucesión, proclamándolo a él como su heredero en lugar de a Rhaenyra, su única hija con la difunta Reina Aemma y su favorita.

Aegon quiso negarse, con su madre y abuelo callando cada una de sus protestas y obligándolo a mostrarse agradecido y preparado para asumir la responsabilidad de portar la corona de su padre.

Sin embargo, los Verdes no pudieron cantar victoria, pues Viserys, sabiendo lo poco adepto que era su primogénito a las responsabilidades, estableció una serie de condiciones para él, las cuales incluían: retomar sus lecciones con los maestres, aprendiendo de historia, filosofía y, por supuesto, valyrio; asistir todas las mañanas al patio de entrenamiento bajo la tutela de los Capas Blancas; y presentarse sin falta a las reuniones del Consejo.

A todos les pareció que aquellas eran órdenes bastante lógicas, pues todo rey debía tener todos esos conocimientos y muchos más para poder gobernar con prudencia y sabiduría.

Pero Viserys aún no había terminado.

Hubo una condición más que hizo enojar tanto a los Verdes como a los Negros.

Y es que el monarca, como una forma de resarcir a su hija mayor por destituirla como su heredera, decretó que su primogénito, el Príncipe Jacaerys, se convertiría en el consorte de su hijo.

Rhaenyra intentó negarse a entregar a su hijo. Alicent intentó negarse a que se realizara esa boda. Otto, como Mano del Rey, intentó negarse a mezclar la sangre Hightower con la cuestionable del Príncipe Velaryon. Pero Viserys estaba decidido, firmando y sellando los documentos que dejaban escrita su voluntad frente a todos ellos.

En cuanto a Aegon, no supo muy bien cómo sentirse.

Por un lado, no quería ser rey, ni tener que casarse por obligación ni engendras hijos, ya fuera con una reina o un consorte. Pero por otro lado, casarse con Jacaerys era uno de sus sueños. De niños, habían sido grandes amigos y aunque el rubio no había visto a su sobrino de forma lasciva en ese entonces, en sus sueños no podía evitar verlo a su lado, creando una familia y siendo felices y comiendo sus dulces favoritos sin que nadie les dijera nada.

Y ahora que el moreno había crecido y se había desarrollado, se había convertido en el ideal de un príncipe: apuesto, educado, aguerrido y experto en política. Aegon en definitiva palidecía a su lado. ¿Cómo podría entonces hacerlo su consorte cuando él merecía ser el rey en su lugar?

Pero aún con sus dudas, Aegon se mostró agradecido con el rey, prometiendo cumplir su voluntad a toda costa y saliendo de la sala sin mirar ni a su madre ni a su indignada hermana. Que las mujeres pelearan cuanto quisieran con el rey. Él aprovecharía para buscar a su sobrino y comunicarle la noticia. Después de todo, era justo que lo supiera por su propia boca y no por otros, mucho menos por su hermana mayor.

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