Día 18: Baile lento (Jacegon)

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Aegon Targaryen era consciente de que a pesar de los privilegios de su apellido, no siempre los había aprovechado de manera positiva

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Aegon Targaryen era consciente de que a pesar de los privilegios de su apellido, no siempre los había aprovechado de manera positiva.

De adolescente, había achacado su tendencia a la autodestrucción a la falta de interés de su padre, enfocado solo en su trabajo y en su hija mayor como para hacerle el mínimo caso más allá de un saludo ocasional. También culpaba, aunque en menor medida, a su madre, una fanática religiosa que buscaba que su vida y la de sus hijos luciera tan perfecta como una fotografía, no dándose cuenta del daño que les causaba con su intolerancia y sus críticas. No era de sorprender que, a la primera oportunidad, todos volaran del nido, prefiriendo una vida menos lujosa, pero que pudieran llamar suya.

Por desgracia para el rubio, aquel primer bocado de libertad resultó ser muy dañino y lo que empezó como una forma de labrar su propio destino y de disfrutar su juventud, terminó convirtiéndose en noches llenas de alcohol, drogas y encuentros con extraños que solo buscaban pasar un buen rato ya fuera en un sucio baño o en un callejón.

Aegon juraba que era feliz viviendo así, parrandeando toda la noche y recuperándose de día. Y nada de lo que sus hermanos, visiblemente preocupados, le decían parecía penetrar su mente y hacerlo recapacitar.

Pero pronto tocó fondo, perdiendo el poco dinero que le quedaba y siendo desalojado de su departamento apenas con las pocas prendas que traía encima. Al enterarse, sus hermanos fueron a buscarlo, llevándolo al pequeño departamento que llamaban hogar.

Aegon intentó, en verdad intentó, llevar una vida más tranquila, si no por él, al menos por sus hermanos. Mas la tentación fue mayor a su voluntad y pronto volvió a la vida licenciosa que había llevado hasta entonces. Los otros solo pudieron verlo perderse una vez más y resignarse a turnarse para buscarlo en esas noches donde solo le importaban sus placeres.

Así pasó su vida por varios meses más y aunque Aegon era consciente de que sus hermanos hacía tiempo ya habían sobrepasado el límite de sus fuerzas, no fue hasta que ese camino oscuro tocó su vida familiar que finalmente reaccionó.

Ese día, Aegon se encontraba en el departamento con Helaena y Daeron, los menores habiéndolo convencido de ver una película juntos. Ya iban por la mitad cuando el timbre sonó y Helaena, creyendo que se trataba de Aemond, abrió sin ver quién estaba del otro lado, gritando asustada al ver a aquellos dos extraños entrar sin pedir permiso. Aegon se puso nervioso al verlos, pero notando a sus hermanos en un estado similar, se forzó a mantener la calma, bromeando y riendo con esos extraños antes de marcharse los tres juntos de allí, volteando a mirar a sus hermanos con la culpa retratada en el rostro.

Por fortuna, aquella visita no se volvió a repetir, pero fue la llamada de atención que el mayor de los cuatro necesitaba para por fin darle un giro a su vida. Sin embargo, abandonar esa vida fue una de las cosas más difíciles que había hecho Aegon. Estaba tan habituado a perderse en aquellas actividades nocturnas que al principio se sintió sin rumbo y con ganas de que el mundo sufriera con él. Pero sus hermanos, sin necesidad de explicaciones, estuvieron allí para Aegon, sobre todo en esos primeros días en que las ansias por un trago más, una dosis más, un encuentro más eran todo en lo que podía pensar.

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