Día 14: Volar juntos (Daewin)

13 3 0
                                    

Una de las cosas que Ser Harwin Strong amaba de su omega era que fuera jinete de dragón

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Una de las cosas que Ser Harwin Strong amaba de su omega era que fuera jinete de dragón. Pero una de las cosas que odiaba de su omega, era también que fuera jinete de dragón.

Pese a lo que se pudiera pensar, no se debía a algún odio hacia aquellas majestuosas criaturas. Por el contrario, las consideraba criaturas mitológicas dignas de respeto y admiración. Y ver a su Daemon paseando a lomos de Caraxes siempre era una dicha para él.

Por supuesto, aquel había sido su pensamiento hasta que el rubio, siempre deseoso de compartir todo con su alfa, le propuso varias veces volar juntos. Harwin se había negado cada vez, aduciendo que así como el lugar de su rubio era en los cielos, el suyo lo era en tierra firme.

Su esposo había intentado convencerlo de acompañarlo, pero al ver que Harwin no cedía, decidió dejar de insistir. Por lo menos de momento, pues su vientre crecía con cada luna que pasaba y podía notar la preocupación y el temor en el rostro amado de su Strong cada vez que salía con su fiel dragón, deseoso de que Caraxes se habituara a la presencia de su cachorro y que este, a su vez, se acostumbrara a la sensación de volar.

Los últimos meses de su embarazo, no obstante, Harwin no soportó más, acechado todas las noches por terribles sueños donde los perdía a ambos, al final rogándole a Daemon que no se expusiera a montar a su dragón en lo que duraba su embarazo.

Pero el rubio, malhumorado a causa de sus malestares, desestimó sus temores e inició una pelea que terminó solo cuando Daemon, buscando herirlo en lo más hondo, le confesó lo arrepentido que estaba de haberse enlazado con un pusilánime como él.

Para cuando se dio cuenta de lo que había dicho ya era demasiado tarde.

Intentó acercarse a su alfa y disculparse, pero las lágrimas que inundaban los ojos del otro lo detuvieron. Y esa noche, aunque Harwin no abandonó sus habitaciones, tampoco lo acunó entre sus brazos para dormir, como solía hacer, con Daemon pasando la noche en vela llorando por su estupidez.

A la mañana siguiente, Harwin se marchó sin decir palabra y aunque lo buscó por todas partes, Daemon no pudo encontrarlo. Solo lo volvió a ver a la hora de la cena, pero para ese momento el rubio se sentía tan mal que no pudo probar bocado, huyendo del salón. El moreno, sin demora, fue tras él, encontrándolo en la cama llorando y abrazando su vientre con desesperación. De inmediato, Harwin fue con él, abrazándolo por detrás y besando sus cabellos, dejando que se desahogara.

Ligeramente más tranquilo, Daemon se dio media vuelta, necesitando ver el rostro de su esposo y disculpándose una y otra vez por sus palabras crueles. Harwin, no deseando que se desestimara su propio pesar, le expresó su dolor por lo dicho, pero aceptó sus disculpas de todo corazón, seguro del amor de su omega, así como de su testarudez.

—Te juro que no montaré a Caraxes hasta que nazca nuestro hijo. Ni siquiera iré al Pozo —prometió el rubio, buscando enmendar su error a como diera lugar.

—Dudo que Caraxes soporte mucho tiempo una separación así, amor mío —refutó Harwin, tampoco queriendo mantenerlos alejados tanto tiempo. No ahora que un plan comenzaba a formarse en su mente—. Pero sí me gustaría ir contigo cuando lo hagas —al ver la mirada de sorpresa de su omega, continuó—. Después de todo, así como Caraxes ya reconoce a nuestro hijo, también debería reconocer a su otro padre, ¿no te parece?

La única respuesta de Daemon fue abrazarse a su cuello y besarlo con entusiasmo. Harwin lo tomó como una respuesta afirmativa, antes de poner toda su atención en su omega, pasando el resto de la noche venerando su cuerpo.

Dos lunas después, Daemon batallaba para dar a luz a su bebé.

Harwin, en contra de las costumbres alfa, había permanecido en la habitación sosteniendo el cuerpo del rubio y soportando en silencio su agarre, sus arañazos y sus insultos. Nada de eso importaba. Solo su omega y su cachorro.

A lo lejos, se podía escuchar los rugidos de Caraxes, angustiado y experimentando el mismo dolor de su jinete. Sus ruidos no cesaron hasta que con un último alarido, Daemon sintió que algo se escurría entre sus piernas y pronto el llanto de su bebé llenaba toda la habitación.

—Un varón, mi príncipe. Un digno heredero para Harrenhal —anunció el maestre, para molestia del platinado.

—Y un futuro jinete de dragón. Igual que su otro padre. Su destino será brillante —le corrigió Harwin, aún sosteniendo a su pareja. Daemon se acurrucó más contra su pecho, feliz con sus palabras.

Minutos después, el maestre les entregaba a su hijo, el omega llorando al verlo tras meses de sentirlo en su interior.

—Harwin... es... es hermoso —susurró Daemon, enamorado de su hijo, la viva imagen de su alfa.

—Es lo mejor de los dos.

—¿De qué hablas? Es idéntico a ti.

—Pero mira esos ojos. Son los tuyos, mi amor. O lo serán —Daemon miró con más detenimiento y eligió darle la razón a su pareja. Si bien sus ojos aún no eran ametistas como los suyos, si se notaban claros, más claros que los de su alfa. Pero eso no importaba ahora. Lo único importante era que su hijo estaba ya con ellos.

Días más tarde, la pareja preparaba a su hijo para su primera salida de la fortaleza.

Ya Daemon se sentía mucho mejor y estaba impaciente porque Caraxes conociera a su Jacaerys y Harwin iría con ellos. El rubio habría querido emular a su madre y llevar a su cachorro en su primer vuelo, pero no se atrevía a proponérselo a su esposo, todavía recordando aquella discusión meses atrás.

Sin embargo, para su total sorpresa, una vez llegaron al Pozo Dragón y los guardianes trajeron a Caraxes, el moreno avanzó a la par que su omega, acariciando la barbilla del dragón, como siempre sorprendido por el calor que emanaba de la bestia.

—¿Sabes que deberíamos hacer? —preguntó de pronto Harwin.

—¿Qué?

—Deberíamos llevar a Jacaerys a conocer los cielos.

—¡¿Qué?!

—Lo ideal sería que conociera primero los cielos de sus futuros dominios, pero por ahora podría hacerlo aquí en Desembarco.

—¿Qué? ¿Estás hablando en serio?

—Muy en serio.

—¿Me permitirías hacerlo?

—No creo que sea necesario mi permiso para que hagas cualquier cosa que desees. Pero sí me gustaría acompañarlos. Sentir lo mismo que ustedes.

–Harwin... —Daemon no sabía qué decir. Lo que su esposo estaba pidiendo era algo que había deseado desde que descubrió que esperaba a su hijo. Y que ahora su deseo se estuviera haciendo realidad era simplemente increíble—... gracias, alfa —Daemon se acercó al moreno, besándolo y riendo al mismo tiempo. Estaba demasiado feliz.

Una vez se separaron, el moreno ayudó a su esposo a subir al lomo de Caraxes, respirando hondo antes de hacer lo mismo, ambos asegurando las cadenas que los mantendrían seguros en la silla. Y solo por si acaso, Harwin lanzó una plegaria a sus dioses, a duras penas aguantando el grito que pugnaba por salir de su garganta al sentir al dragón alzar vuelo.

Pero aún con el miedo que lo embargaba, no pudo dejar de notar lo maravilloso que era ver las ciudad desde lo alto y, sobre todo, lo hermoso y dichoso que se veía su consorte al volver a los cielos, acunando mejor a su pequeño, quien al igual que el omega, también reía al sentir el viento rozando sus mejillas.

Harwin se permitió unos momentos de satisfacción al ver la felicidad de su familia antes de volver a su miedo natural, aquel que no se disiparía hasta la llegada de su tercer cachorro.

Pero esa era otra historia.

Flufftober 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora