La identidad es algo tan fundamental, tan intrínseco a cada persona, que debería ser respetado sin cuestionamientos. Pero para muchas personas trans, este derecho a ser es un privilegio que rara vez se concede sin lucha. Defender la identidad propia se vuelve, entonces, una batalla constante y desgastante que consume la energía y el espíritu, día tras día. Es como tener que justificar la propia existencia, como si el derecho a ser quienes somos estuviera sujeto a la aprobación y al entendimiento de los demás.
Cada vez que alguien cuestiona tu identidad, ya sea con palabras hirientes o con gestos sutiles de incomodidad, algo dentro de ti se desmorona. La necesidad de explicar, una y otra vez, que tu identidad es válida, que tu nombre y tus pronombres no son solo una “fase” o una confusión, se convierte en una tarea emocionalmente agotadora. Lo peor es que estos cuestionamientos no vienen solo de desconocidos, sino también de personas cercanas: familiares, amigos, incluso compañeros de trabajo o de estudios. Esa falta de reconocimiento, ese acto de invisibilizar una parte tan esencial de ti, se siente como una negación constante y persistente de tu existencia.
La repetición de estos momentos va acumulando un desgaste que se hace cada vez más difícil de sobrellevar. No se trata solo de un par de incidentes aislados; se trata de una lucha diaria, una colección de situaciones en las que, a veces sin darte cuenta, pones una máscara, bajas la cabeza y eliges tus palabras cuidadosamente para evitar confrontaciones. Te encuentras en constante estado de alerta, previendo posibles comentarios, preparando respuestas para preguntas incómodas, armando barreras para protegerte de la incomprensión y la intolerancia. Es un desgaste mental que no te permite descansar plenamente en ningún lugar.
Con el tiempo, el peso de estas experiencias acumuladas empieza a sentirse en lo más profundo. Te encuentras con un cansancio que va más allá de lo físico; es un agotamiento emocional que afecta tu autoestima, tu bienestar y tu tranquilidad. Incluso en momentos donde podrías sentirte en paz, esa carga se siente, recordándote que siempre hay que estar listo para defender quién eres. Llega un punto en que uno se cuestiona si alguna vez podrá simplemente ser, sin tener que dar explicaciones o pelear por el derecho a existir como realmente es.
Este desgaste no es solo un efecto secundario de ser trans, sino una consecuencia directa de la falta de aceptación y empatía que aún persiste en la sociedad. Ser obligado a defender tu identidad, a justificar una y otra vez tu derecho a ser quien eres, crea una herida invisible que no es fácil de sanar. El dolor de saber que cada paso hacia adelante es también un recordatorio de lo mucho que aún hay que luchar, lo mucho que aún queda por explicar y defender, es un peso que puede quebrar hasta a la persona más fuerte.
Defender la propia identidad es un acto de valentía y resistencia, pero también es una carga injusta. Nadie debería tener que gastar su vida justificándose, demostrando su valía o educando a otros para que entiendan algo tan simple y humano como la identidad. Pero mientras el mundo aún no sea capaz de abrazar la diversidad sin cuestionarla, las personas trans seguirán cargando esta lucha, agotadas pero firmes, en un camino que debería ser de libertad y no de combate.
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Fragmentos de un YO Silenciado © ✓
RandomEste libro es un viaje a través de mis pensamientos y emociones, un espacio donde comparto la lucha por afirmar mi identidad. Cada relato es un fragmento de mi vida, una ventana a mis experiencias de rechazo y anhelos de aceptación. Sin filtros ni a...