Hay pocas experiencias que duelan tanto como escuchar el “nombre muerto”, esa palabra que solía definirnos en el pasado pero que ahora se siente como un peso sobre el pecho. Es más que un nombre: es una historia de todo aquello que alguna vez fui obligado a representar, una identidad que no me pertenece, una máscara que la sociedad me impuso. Cuando escucho a alguien referirse a mí con ese nombre, es como si invalidaran todo el esfuerzo, el dolor y el valor que me ha tomado llegar hasta aquí.
El nombre muerto es un recordatorio constante de las noches de insomnio, de las lágrimas silenciosas y del profundo deseo de verme reflejado tal como soy. Lleva consigo la sombra de una versión de mí mismo en la que no me reconozco, y cada vez que alguien lo usa, es como si me empujaran de regreso a un lugar donde jamás quise estar, un lugar de incomodidad y desconexión. Es como una herida abierta, una punzada en el pecho que me hace sentir invisible y desconocido, como si no existiera el esfuerzo que he puesto en reclamar mi verdadero nombre.
Cada letra de mi nuevo nombre, cada sílaba que elegí, lleva consigo la fuerza de alguien que se negó a quedarse atrapado en una narrativa que no era suya. Mi nombre actual es algo que decidí, una pieza de mi identidad que he defendido y abrazado. Escucharlo me hace sentir visto, reconocido, validado. Es el símbolo de un renacimiento y, para mí, escuchar mi verdadero nombre es un recordatorio de que estoy aquí, soy real y tengo un lugar en el mundo.
Cuando alguien me llama por el nombre muerto, sin embargo, es como si deshicieran ese proceso, como si intentaran borrar mi esencia y reducirme a algo que no soy. Es una invalidación silenciosa, una forma de rechazo que se camufla en la costumbre y la falta de empatía. Es una forma de ignorar mi identidad, de pasar por alto la complejidad de mi historia. La sociedad no siempre entiende que un nombre no es solo un conjunto de letras; es una parte vital de quién soy y lo que represento.
Luchar contra el nombre muerto ha sido una batalla diaria. A veces tengo que corregir a personas que no comprenden el daño que causa, que piensan que es algo trivial o sin importancia. Sin embargo, cada corrección es un acto de resistencia, un recordatorio de que tengo el derecho de existir como quien soy, sin importar si otros están listos para entenderlo. Porque al final, he llegado hasta aquí no solo para ser visto, sino para ser respetado y aceptado en la totalidad de mi identidad.
Mi nombre verdadero es la victoria sobre el dolor, sobre el silencio y la negación. Es la afirmación de que soy digno de ser llamado como quien realmente soy. No importa cuántas veces intenten ignorarlo o cuánto tiempo tome, continuaré corrigiendo, defendiendo y honrando este nombre que me representa, porque es mi derecho y mi verdad.
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Fragmentos de un YO Silenciado © ✓
AléatoireEste libro es un viaje a través de mis pensamientos y emociones, un espacio donde comparto la lucha por afirmar mi identidad. Cada relato es un fragmento de mi vida, una ventana a mis experiencias de rechazo y anhelos de aceptación. Sin filtros ni a...