006: LA CÁRCEL DEL PREJUICIO INTERNO

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La transfobia no siempre llega en forma de palabras hirientes o miradas despectivas

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La transfobia no siempre llega en forma de palabras hirientes o miradas despectivas. A veces, se instala en el interior, sin ser invitada, creciendo en silencio hasta convertirse en una voz constante que cuestiona cada paso que doy hacia mi verdadera identidad. Es una voz que dice cosas que ni siquiera yo quisiera creer, pero que se vuelve tan fuerte y persistente que empieza a parecerme cierta.

Luchar contra la transfobia interna es una batalla compleja. Es como si todas las palabras hirientes que alguna vez escuché se acumularan dentro de mí, construyendo una especie de cárcel emocional en la que me encuentro atrapado. Incluso en mis momentos más felices, cuando logro aceptar quién soy, esa voz aparece, cuestionando, haciendo que me pregunte si alguna vez seré lo suficiente, si alguien me aceptará tal como soy o si realmente merezco este camino que estoy tomando.

La transfobia internalizada me ha hecho dudar de mí mismo en formas que nunca imaginé posibles. A veces me encuentro deseando no ser quien soy, pensando que tal vez la vida sería más fácil si pudiera encajar en las expectativas que otros tienen para mí. He llegado a cuestionarme si todo esto tiene sentido, si alguna vez podré vivir sin esta constante necesidad de justificarme ante los demás. Es como si mi identidad estuviera en un juicio continuo, donde el juez más duro soy yo mismo.

Es difícil confiar en que mi identidad es válida cuando esta voz me dice que nunca seré realmente quien quiero ser, que no pertenezco, que mis esfuerzos por ser yo mismo son inútiles. Esa voz, alimentada por el rechazo y las miradas de duda de otros, me hace sentir pequeño, insignificante, como si fuera un error por el simple hecho de existir de esta forma. La transfobia internalizada intenta convencerme de que mis sueños y mis deseos no importan, que lo que yo siento es menos real que lo que otros decidan ver.

Reconocer esta transfobia dentro de mí es doloroso porque significa darme cuenta de que, de alguna forma, he aceptado la narrativa de aquellos que me rechazan. Significa que he dejado que sus palabras se conviertan en mis propias dudas, en mis propios miedos. La transfobia internalizada es como un espejo distorsionado que me devuelve una imagen de mí mismo que no es la verdadera, pero que con el tiempo he llegado a temer y, en ocasiones, a creer.

Pero al mismo tiempo, enfrentar esta transfobia dentro de mí es también un paso hacia la liberación. Me ha obligado a cuestionar de dónde vienen estos pensamientos, a darme cuenta de que no nacen de mí, sino de las expectativas y prejuicios de una sociedad que no siempre me acepta. Aprender a rechazar esa voz, a decirme que merezco respeto y aceptación, es un proceso lento y lleno de tropiezos, pero cada día que logro silenciarla, cada día que logro verme con mis propios ojos y no con los de los demás, siento que recupero una parte de mí.

La transfobia internalizada es un enemigo sutil, que a veces se disfraza de duda y autocrítica, pero reconocer su existencia me ayuda a tomar el control, a construir una identidad fuerte y propia. Porque al final, no importa cuántas veces esa voz intente convencerme de lo contrario: soy válido, soy real, y tengo derecho a existir en este mundo, tal como soy.

 Porque al final, no importa cuántas veces esa voz intente convencerme de lo contrario: soy válido, soy real, y tengo derecho a existir en este mundo, tal como soy

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