Capítulo 13: Patán Eros, parte I

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Hoy mini maratón :D

Capítulo dedicado a: Krisstina_88


Capítulo 13:  Patán Eros, parte I


EVA DUNKEL


Todo explotó en el momento en que nos detuvimos en la frontera, como un efecto dominó que se acercaba y voló los primeros autos dirigiéndose hacia nosotros.

—¡Salta! —gritó Eros y sin darme tiempo de reaccionar me empujó con él fuera del auto al camino lleno de tierra y arbustos.

Tosi un poco, las ramas se clavaban en mis manos, pero las explosiones seguían demasiado cerca de nosotros. Ellos nos querían muertos.

—¡Sigue rodando! ¡sigue rondando! —gritó Eros y volvió a empujarme.

Caímos en descontrol hacia abajo por un montón de árboles, hasta detenernos a la orilla de un arroyo, mis piernas y brazos llenas de tierra y ramas. Apenas podía respirar, lento, despacio, voltee a buscar a Eros, él estaba acostado con los ojos cerrados, me levanté y me acerqué a él sintiendo que el corazón me latía en la boca y me acosté a un lado de él moviéndolo.

—Hey, Eros, ¿estás bien? —susurré y aver que no reaccionaba empecé a darle ligeras bofetadas en las mejillas—, mírame... Eros, Hey...

La última bofetada tal vez fue demasiado fuerte porque él pestañeó un par de veces y entonces contrajo el gesto quitándome mis manos de encima de él.

—Estoy bien —se levantó y yo le toqué el hombro al ver que algo parecía sobresalir de su camisa— ¡ahg!

Me quitó la mano de un manotazo.

—Oye —dije—, solo trato de ayudarte...

Me lanzó una mirada feroz.

—No te pedí ayuda. —replicó y se levantó para ir a la orilla del arroyo y limpiarse la suciedad de los brazos, fue cuando vi un hilo de sangre empapar su brazo.

—¡Estás desangrando! —le advertí.

Me ignoró deliberadamente. No lo entendía, en un momento él me protegía y al otro actuaba como un idiota con un muro enorme entre los dos.

«Definitivamente Eros era un grandísimo idiota bipolar»

Me limpié los brazos y las piernas del arroyo y me di cuenta que que solo tenía unos breves rasguños, la herida de mi abdomen estaba bien, aun así me tomé dos pastillas para mantener el dolor anestesiado. Cuando miré a Eros parecía que algo le dolía, su cara se contraía en gestos de dolor.

—¿Te duele el hombro? —me atreví a preguntar.

—Estoy bien —gruñó y me pregunté por qué me seguía preocupando por este imbécil, pero cuando se sentó y se echó hacia atrás tocando su hombro e hizo una mueca de dolor más grave, supe que sí era algo grave.

Quise ignorarlo, realmente lo quise hacer, pero, no pude. Tal vez aún una parte de mi seguía queriendolo, al menos un poco.

—Oye tienes probablemente el hombro dislocado —dije acercándome a él—,  déjame ayudarte.

—¿Qué vas a saber tú de ayuda? —dijo pareciendo sudar frio— Eres demasiado joven.

Primera vez que escuchaba a alguien llamarme "joven" y sonaba como un insulto.

—Soy médico —expliqué— yo estudiaba con tu hija.

Él pareció comprender que no era una loca queriendo jugar a ser doctora, sino que había estudiado para ayudar a las personas y pareció quedarse sin argumentos.

—Vale —dijo por fin.

Me acerqué con cuidado sintiendo que estaba acercándome a un león rugiente porque eso era Eros parecía siempre estar a punto de atacar a todo el mundo. Toqué su hombro y me di cuenta de que solamente estaba un poco lastimado, pero cuando le alcé la camisa, ahogué un gemido, tenía una pequeña estaca metida justo en su hombro con sangre seca alrededor. No fui ajena a que su piel se erizó cuando puse mis dedos sobre él.

¿Acaso su cuerpo me recordaba?

Se la quité y él gritó se la impresión, salió un poco de espesa sangre de su piel tatuada, me apresuré a improvisar un torniquete con un trozo de tela que rasgué de mi camisa y se la coloqué en su hombro, al menos serviría hasta llegar a un sitio con servicio médico.

—Hey —dije y agregué en burla:— Estas muy viejo como para gritar por una pequeña estaca ¿no? 

Él refunfuñó algo entre dientes y yo me senté a un lado sin decir nada más únicamente mirando los raspones en mi cuerpo, pero no fui ajena a su mirada sobre mí.

—Está mejor —comentó luego de un momento.

—De nada. —dije con algo de sarcasmo.

Lo miré, y el dudó pero luego dijo a regañadientes:

—Gracias.

Este hombre... Nunca iba a cambiar.

—No tienes que ser un patán conmigo siempre.

Porque eso parecía, que ponía un muro que me impredia pasar hacia él, como si quisiera alejarme tratandome, y la verdad era que ya había tenido demasiada mierda junta.

—No es nada personal lo que tengo hacia ti realmente —replicó— no me interesas, esto es más que sentimientos, esto es la guerra.

Giré los ojos y dije en su mismo tono seco:

—Pues estar metido en la guerra no significa que sea un completo imbécil.

Él abrió ligeramente la boca ante mi ofensa, y parecía querer replicar cuando de repente escuchamos ruido, como rocas romperse, nos quedamos en silencio por un momento cuando de repente algo me agarró por el cuello, era una cuerda que empezaba a asfixiarme.

La maldad del rey (#2) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora