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Era la tercera fiesta que organizaba en la que nadie más aparte de todos tus peluches acudía, y Mrs Gus, su oso de peluche favorito, seguía siendo el invitado de honor. A Michael le dolía el pecho y hacía poco desde que había parado de hiperventilar a causa de otro de sus ataques de ira, aunque más bien, eran como cualquier rabieta de un niño de cinco años. Él tan solo miraba a la nada mientras intentaba regular su respiración de nuevo. Además le dolía la garganta de tanto gritar y sus ojos estaban enrojecidos debido al haber llorado durante casi una hora y media.

Le había arrancado la cabeza a tres de sus muñecas favoritas, y la tarta en la que había desperdiciado dos horas en decorar se encontraba hecha pedazos que se repartían por toda la habitación, incluso en las paredes había restos de chocolate mezclados con el relleno que  Michael había arrancado del interior de sus peluches.

Michael empleaba alrededor de una semana entera preparando sus, según él, increíbles fiestas. Le gustaba ir a comprar adornos de colores rosados y pasarse tardes enteras cocinando tartas y pastelitos con glaseado rosa. Decidía que discos de vinilo eran los mejores para poner en la fiesta, e incluso se compraba un sweater de la sección femenina para la ocasión.

Michael buscaba una excusa tonta cada dos o tres semanas para organizar una fiesta. Y su madre, incapaz de negarse ante la carita de su pequeño angelito, siempre accedía.

Aunque, tras algunas excusas de Michael para organizar sus fiestas, su madre empezaba a asustarse un poco por la salud mental de su hijo. Supongo que todas las madres lo harían si su hijo afeminado les suplica hacer una fiesta en honor al cumpleaños de su hermana. Eso no tiene nada de malo, pero contando con el hecho de que la hermana de Michael murió cuando este apenas tenía tres años, a Karen, su madre, le sorprendió hasta el hecho de que él se acordase de la fecha de nacimiento de su fallecida hermana.

Y si su madre supiese como acababan todas las fiestas de su querido hijo, probablemente ya lo habría buscado ayuda profesional, ya que el entusiasmo de su hijo por esas fiestas parecía el de un niño pequeño. Se podría decir que Michael estaba incluso obsesionado con aquellas fiestas.

Pero Michael, a pesar de todo, siempre le decía a su madre que la fiesta había sido fantástica. Sólo por el hecho de que sabía que si le contaba la verdad, ella no le dejaría organizar otra. Como Karen trabajaba día y noche para poder mantener la enorme casa en la que vivían su hijo y ella, a penas estaba en casa y no tenía ni idea de cómo realmente eran sus fiestas. Todo lo que sabía era las bonitas mentiras que le contaba el teñido de rosa pastel.

En estos momentos, él tan solo recogía todos los destrozos que él mismo había causado hace apenas unos quince minutos, mientras se lamentaba el hecho de que otra de sus fiestas hubiese sido un desastre.

-Claro, si los hubiese conocido bien no me habría pasado esto, pero tenía que decirles que las decoraciones eran cintas de color pastel. -Se oía la voz de michael romper el silencio de su habitación.- Soy tan estúpido, mis fiestas siempre acaban siendo penosas. Seguro que todos piensan eso y por eso no vienen. No debería organizar una fiesta nunca más.

Y Michael, una vez más, acabó llorando otra vez ante sus propias palabras





happy bday cry baby; muke auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora