El Juicio

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Tenían un protocolo que cumplir. Fueron semanas duras para ambos: entrevistas constantes, cada una más insistente que la anterior, con preguntas incómodas que no podían responder hasta que sus respectivos equipos dieran luz verde. El acoso mediático era implacable, y ambos sabían que cualquier palabra malinterpretada podía agravar la situación.

El proceso legal con los abogados seguía en marcha. Tanto Ferrari como Mercedes habían evitado tomar represalias contra ellos. No querían arriesgarse a una polémica que perjudicara la imagen de sus marcas o comprometiera a los patrocinadores. Se acordó mantener la situación controlada: ningún comunicado oficial que profundizara en el asunto y, sobre todo, evitar que la controversia afectara las negociaciones comerciales en curso. La prioridad era no dañar a ninguna de las marcas, y los pilotos tuvieron que aceptar esa fría realidad.

La semana de carrera en Bakú no fue lo que esperaban. Red Bull tuvo una remontada espectacular, metiéndose aún más en la pelea por el campeonato. Max Verstappen y Sergio Pérez dominaron la pista, mientras que Charles y Carlos tuvieron que conformarse con un P4 y P5 respectivamente. A pesar de los puntos obtenidos, ninguno de los dos sentía que hubiera sido suficiente. Cada carrera que no estaban en el podio se sentía como un golpe más a su confianza.

Las interacciones entre ellos en público eran calculadas, medidas al milímetro por los equipos de prensa y los representantes de cada escudería. Un simple cruce de miradas o un saludo casual podía convertirse en titular al día siguiente. Pero tras las puertas cerradas de la habitación del hotel, podían finalmente respirar y ser ellos mismos. Esos momentos se volvieron vitales, pequeños refugios en medio del caos.

Por las noches, aprovechaban cada instante juntos, en silencio o en conversación. No necesitaban grandes gestos, solo la certeza de la presencia del otro. A veces, sus compañeros más cercanos se unían a ellos para distraerlos un poco y evitar que se sintieran solos en esa tormenta mediática. Lando, Pierre, Max y Checo, se habían convertido en un apoyo constante, manteniéndolos a flote en medio del huracán. Con pizzas, cervezas y bromas tontas, intentaban devolverles un poco de normalidad.

Eran noches donde, al menos por unas horas, se olvidaban del mundo exterior. Allí, en esa burbuja que creaban, no existían los rumores ni las decisiones de los patrocinadores. Solo eran Carlos y Charles, dos personas que encontraban en el otro la calma que tanto necesitaban.

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Esa mañana, al despertar entre los brazos de Carlos, Charles se sintió más tranquilo que en días anteriores. La calidez del cuerpo de Carlos, la suavidad de las sábanas y el leve sonido del viento filtrándose por la ventana del hotel le daban una sensación de paz que había sido difícil encontrar últimamente.

Desde su posición, podía admirar cada detalle del familiar y querido rostro de Carlos: la curva relajada de sus labios, el cabello despeinado que se enredaba sobre la almohada, y esa barba de varios días que a Charles le encantaba acariciar.

Con una sonrisa suave, se inclinó para dejar un beso ligero en la barbilla de Carlos, un gesto apenas perceptible. Quiso levantarse, pero antes de poder moverse, sintió cómo los brazos de Carlos se apretaban con más fuerza a su alrededor, envolviéndolo y atrapándolo contra su cuerpo cálido.

—Buenos días para ti también, cariño —murmuró Carlos con la voz ronca del sueño, sin abrir los ojos del todo. Su tono era dulce y un deje de pereza mañanero que hizo que Charles sonriera.

—Carlos... necesito levantarme —protestó en un susurro, aunque sin mucho esfuerzo por zafarse.

—No. Quiero quedarme así —Carlos hundió el rostro en el cuello de Charles, respirando su olor con una satisfacción casi infantil. —Eres mío esta mañana, honey. No tienes escapatoria.

Together Or Nothing |Charlos|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora