11 de julio de 2010 11:13 AM

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Alina

Apenas comenzó el partido, me largué de allí. Estaba demasiado nerviosa como para poder ver un partido en el que se decidiría la Copa Mundial de Fútbol. Me fui a la entrada a esperar que, por milagro, dejara de llover, pero ¿de qué serviría? Ya habíamos trasladado todo y, en este momento, Mónica y la esposa de mi hermano estaban partiéndose el culo por recrear hojas.

Finalmente, vi a mi hermana y a mi otra madre llegar. Las dos llevaban paraguas y ya estaban vestidas para la ocasión. Mi hermana sería otra de las damas de honor, así que su vestido era celeste. A ella no le gustaba ese color, pero jamás se quejó.

¡Ah, y por supuesto, mi adorable sobrino! Mi hermana lo traía en sus brazos. Apenas pisaron la entrada, corrí hacia él para cargarlo.

—¡Hola! —dije con voz de bebé, haciendo muecas para hacerlo reír. Si mi prometido me viera haciendo eso, seguro se reiría de mí.

Él simplemente sonrió. Tenía unas pestañas adorables y unas manitas regordetas que intentaron apretar mis mejillas.

—¡Alina! —escuché a mis espaldas. Era Mónica, sosteniendo unas tijeras en sus manos. —¿Podrías venir un momento a la sala?

—Las acompañamos —dijo la Sra. McKay con una sonrisa amable.

Mónica y yo lideramos la fila hacia la sala. Mónica parecía inquieta, como si estuviera conteniendo algo. Sabía que diría lo que ya sabía que estaba pensando.

—Pensé que habías dicho que no querías bebés en la boda.

—Eso era una indirecta para Brooke, la hermana de mi cuñada. A Nathan tengo que aceptarlo, soy su madrina después de todo.

A Mónica no le hizo gracia. Suspiró, como si la mera idea la frustrara. Supongo que en su mente, una boda perfecta significaba sin niños ni bebés.

Llegamos a la sala, donde varios asistentes estaban sentados en el piso con un montón de cartulinas y papeles de diferentes tonos de verdes. Me acerqué a un chico que estaba poniéndole brillantina en la esquina a una hoja falsa.

—¿Y para qué querías que viniera?

—Es que quería saber si las hojas te están gustando —dijo Mónica, con una expresión de anticipación en el rostro.

—¿Va a ser adentro? Pensé que la boda sería afuera —comentó la Sra. McKay, visiblemente confundida por el cambio de planes.

—Madre, ¿no has visto cómo está lloviendo? Es imposible tener una boda con este clima, a menos que queramos que todos nos mojemos —aclaró Marissa.

—Lo siento, supongo que estoy algo distraída. ¿Dónde está tu madre? —preguntó, dirigiéndose hacia mí con curiosidad.

—Está en el pasillo cerca de los baños, viendo el partido —respondí, señalando hacia la dirección donde sabía que encontraría a mi madre.

Tomó a Nathan en brazos y se lo llevó a ver el partido. Con Marissa, no nos quedó más opción que pasear por los pasillos. Yo estaba demasiado nerviosa para ver el partido, y a ella ni siquiera le gustaba el fútbol.

Observé a Marissa, quien lucía tan tranquila como siempre. Parecía que iba a un funeral. Odiaba que le preguntaran si estaba triste o enojada. La realidad es que esa era su cara; podría estar muy contenta en este momento, solo que su rostro no lo demostraba.

—Ay, hermana, menos mal que has llegado. ¡Ya no sé con quién más desahogarme! ¿Sabías que mi prometido recibió un golpe anoche? ¿Y que tiene un moretón?

—Sí, ya lo sabía —respondió con voz tranquila.

Claro que lo sabía, su pareja debió haber sido testigo.

—Es que de verdad no puedo creerlo... ¡Esta boda está siendo la peor de la historia!

Me tapé la cara con las manos, estaba cerca de mi punto de quiebre.

—No deberías tomarle tanta importancia. Es sólo una boda, lo importante aquí es que tu prometido y tú realmente se quieran lo suficiente como para estar juntos el resto de sus vidas. Yo ni siquiera estoy casada, ni siquiera tengo planes de boda y aún así soy feliz junto al padre de mi hijo.

Marissa sonaba igual que mi madre, a veces sentía que ella era más su hija. Por supuesto que no lo entenderían, ellas no tenían la mirada romántica de la vida.

—¡Es que tú no entiendes! He soñado con la boda perfecta desde el día en que vi la sirenita.

—Acá lo único que debería ser perfecto es tu prometido. ¿Acaso no lo quieres? —preguntó Marissa, con una mezcla de preocupación y curiosidad en su voz.

Ni siquiera lo dudé.—¡Claro que sí! No sabes todo el tiempo que tuve que esperar por él. En el camino tuve que besar a uno que otro sapo.

Marissa hizo una mueca de asco arrugando la nariz.—Menos mal me salvé de eso.

—Ya quisiera yo tener suerte. Mi primer beso fue irrelevante, ojalá hubiera sido con mi prometido.

Es más, ya ni siquiera me acordaba de ello.

Encuéntrame en el 2001 [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora