11 de julio de 2010 11:32 AM

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Alina

Mientras hablaba en mitad del pasillo con Marissa sobre los planes de llevar a su hijo al jardín, me llegó una llamada de "Amorcito". Hice una seña a Marissa indicando que iba a contestar, y asintió antes de girarse para irse. Con las manos temblando de rabia, contesté.

—¿Dónde estabas? —grité, dejando que la frustración se filtrara en mi voz.

—¿Dónde estás? —respondió desde el otro lado, su tono sonaba agitado.

—¿Qué? ¿Cómo que yo dónde estoy? ¿Dónde has estado tú? No sabes lo preocupada que me has tenido.

El descaro de hacer preguntas estúpidas a una hora tan temprana, bueno, ya no era tan temprano. No faltaba mucho para la ceremonia, y todavía no había solucionado ni la mitad de mis problemas.

—Perdón, hace sólo una hora que desperté. Mi celular estaba descargado, no puedo creer que me perdí media hora del partido —contestó.

—¿A ti te preocupa el partido? —pregunté incrédula mientras me frotaba los ojos de la frustración.—¿Y qué hay de tu moretón? ¿Cómo piensas en aparecerte así?

Se hizo un silencio.

—Ah...supongo que ya te enteraste.

—¡¿Y qué esperabas?! ¿Qué me enterara mientras iba de camino al altar? Eso sólo provocaría que dijera que no y saliera corriendo.

—¿Dónde estás? —escuché como suspiraba.

—En el pasillo que está al lado de la recepción.

—¡Voy para allá!

—¿Qué?

—¡Voy para allá, espérame un poco!

—¿Estás loco? No puedes verme, aún no.

—¿Ya estás vestida?

Todavía no era el momento de lucir mi impactante vestido.

—No, pero igual da mala suerte...

—¡Eso solo pasa cuando llevas puesto el vestido!

—¿Y qué? No quiero más mala suerte el día de mi boda. Espérame en la sala de las novias —chillé desesperada.

—¡Ya estoy yendo! —dijo antes de colgar. Me quedé unos segundos mirando el celular.

Comencé a correr hacia las escaleras, pasando junto al televisor donde varios de mis invitados estaban viendo el partido; algunos ya estaban gritando y quejándose. Mientras corría, temí que mi prometido me viera; no podía permitirlo por nada en el mundo. No quería traer más mala suerte a este día.

Llegué agitada a la sala de las novias, que estaba vacía, solo estaba mi vestido y yo. Escuché el timbre del ascensor; supuse que era mi prometido. Me apoyé contra la puerta, escuchando sus pasos más cerca, y luego intentó abrir la puerta.

—¡Te dije que no puedes verme! —grité desde el otro lado.

Forcejeó y logró abrirla un poco. El maldito tenía fuerza.

—¡Sólo déjame verte!

Su brazo ya estaba atravesando la puerta, un poco más de forcejeo y terminaría entrando.

—¡Ni loca! ¡Tendrás que esperar a la boda! —chillé con firmeza.

Se cansó de luchar y dejó su brazo allí. Yo también dejé de forcejear, ambos estábamos jadeando por la lucha.

—Yo solo quería verte... —dijo, y podía imaginarme su expresión, probablemente haciendo un puchero, como los de Nathan, mi sobrino.

—¿Cómo está tu moretón? ¿Te duele? —pregunté, preocupada.

—Nah.

—No te hagas el duro, dime la verdad.

—Bueno sí, me duele un poco, pero no es nada del otro mundo. Sobreviviré.

Se hizo un silencio, allí contra la puerta me sentí más cansada que nunca, pero de alguna manera tener a mi prometido al otro lado me tranquilizó bastante.

—Me llegó el período —solté.

—¿De verdad? —no se escuchaba sorprendido.

—¿No te molesta?

—¿Por qué? Un verdadero guerrero no teme manchar su espada con sangre —bromeó con una risilla.

Resoplé con fuerza. A veces de verdad sentía que me había casado con una bestia, creo que ahora sí me estaba poniendo del lado de mamá.

—De verdad eres asqueroso, si sigues así no te voy a dar el sí. Es más, hasta te voy a dejar plantado en el altar —le advertí con firmeza, aunque en el fondo sabía que no lo haría.

Se hizo otro silencio, y nuevamente lo escuché suspirar.

—Oye Alina, ¿me puedes dar tu mano?

Mi prometido hizo que le diera mi mano a través de la puerta, y a pesar de que su tacto era un poco áspero, también era cálido. Sentí un cosquilleo reconfortante mientras nuestras manos se unían, como si fuera un pequeño refugio en medio de la tormenta.

—¿Y esto para qué? —pregunté, intrigada por su gesto.

—Nada, es sólo que quería tomarte la mano antes de casarnos.

Daba gracias de que tuviéramos una puerta entre nosotros, sino ahora estaría viéndome mientras sonreía como una colegiala enamorada.

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