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La cena era un desfile de platos elaborados que nadie parecía disfrutar. Minho empujaba la comida con el tenedor, sus ojos fijos en un punto indeterminado de la mesa. Su madre, intentando romper el hielo, preguntó: —¿Y tú, Minho? ¿Cómo te va en la academia? ¿Has aprendido algo nuevo?

Minho se encogió de hombros. —Lo de siempre.

Su padre, notando la tensión, intentó cambiar de tema.—Y tú, JeongIn, ¿cómo te va con tus amigos?

JeongIn, que había estado observando la escena con cautela, respondió con un simple
—Bien.

El silencio volvió a apoderarse de la mesa. La madre de Minho suspiró, desanimada. Cansada de las respuestas evasivas de sus hijos, decidió ser más directa. —Minho, sé que estás molesto. Pero tienes que entender que tu padre y yo te queremos.

Minho levantó la vista, sus ojos llenos de resentimiento. —¿Quererme? No sabía que dejar a sus hijos en un país completamente solos e irse a vivir a otro era cariño.

Su padre se tensó. —Hijo, lo sentimos mucho...

Minho lo interrumpió.—No soy tú hijo y no hay nada que puedan hacer para arreglarlo.

Su padre asintió, tratando de iniciar una nueva conversación. —Y, ¿has pensado en qué quieres hacer en el futuro? Quizás podríamos hablar de alguna universidad...

Minho lo interrumpió de nuevo con un tono cortante. —¿Por qué te importa?

La pregunta cayó como una bomba sobre la mesa. Un silencio incómodo se apoderó de todos. JeongIn, que hasta ese momento había estado observando la escena con cautela, se encogió de hombros.

—Minho.-respondió su madre con voz temblorosa. —solo queremos saber cómo te sientes...

Minho se levantó bruscamente de la silla.—No tengo nada que decir.-Y con eso, salió de la habitación, dejando a sus padres y a JeongIn en un silencio aturdido.

Una vez que Minho subió a su habitación, su madre se volvió hacia JeongIn con una mirada preocupada. —Hijo, ¿sabes qué le ocurre a Minho? Últimamente ha estado muy distante.

JeongIn suspiró. —Creo que está muy estresado con la academia. Ya saben que pronto tienen una competencia importante y él siempre se pone así cuando se acerca una fecha límite.

El padre de Minho asintió pensativo.—Tienes razón. Quizás deberíamos darle un poco más de espacio.

La madre de Minho se mostró comprensiva.
—Pobre Minho. Quizás mejor deberíamos hablar con él.

JeongIn asintió.—Tal vez una pequeña charla lo ayude a relajarse un poco.

Cuando terminaron de comer, su padre se dirigió a la habitación de Minho para hablar con él. Su padre le preguntó por qué se estaba comportando de esa manera y Minho solo le dijo que se largar de su vida que lo odiaba por todo el daño que le había hecho.

Minho cerró los ojos con fuerza, intentando reprimir los recuerdos que lo atormentaban. Una ola de ira y tristeza lo inundó. Pensó en esa noche, cuando la oscuridad de la habitación se había convertido en su peor pesadilla. Desde entonces, había llevado esa carga en silencio, un secreto que lo corroía por dentro.

Al abrir los ojos, su mirada se encontró con la de su padrastro, quien parecía atónito. Minho se levantó de un salto y se dirigió hacia la puerta. —¡Fuera! -gritó, su voz llena de rabia y dolor.

Cuando su padre salió cerró la puerta con seguro y se volvió acostar en la cama para ver si de una vez por todas podía dormir.

Minho se despertó sobresaltado, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. La oscuridad de su habitación era opresiva, y una sensación de pánico lo invadió. Sudaba profusamente y sentía un nudo en el estómago. Intentó recordar qué lo había despertado, pero solo lograba vislumbrar imágenes borrosas del pasado y fragmentos de sonidos que lo hacían estremecer. Con un suspiro, se levantó de la cama y se dirigió a la ventana. La fría brisa nocturna lo calmó un poco, pero no logró disipar la sensación de malestar que lo acompañaba.

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Minho en la noche siguiente se encontraba en la casa de Félix. No podía más, no lo soportaba más. Necesitaba estar con Félix, que le diera un abrazo y le recordara que no estaba solo.

Minho se acurrucó en un rincón del sofá, su cuerpo temblando ligeramente. Félix se acercó con cautela, sentándose a su lado y tomando su mano. La calidez de la mano de Félix era reconfortante, pero no lograba disipar la tormenta que se agitaba dentro de Minho.

—Félix...-susurró Minho, su voz apenas audible.

Félix lo miró con ternura, sus ojos llenos de preocupación. —¿Qué pasa, Minho? ¿Te encuentras bien?

Minho no respondió de inmediato. Se quedó mirando fijamente al suelo, como si buscara las palabras adecuadas. Finalmente, levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de Félix. En ese instante, decidió que era hora de romper el silencio que lo había atormentado durante tanto tiempo.

—Necesito que me abraces.-dijo Minho, su voz rota por la emoción.

Félix no lo dudó un segundo. Abrió sus brazos y Minho se dejó caer en ellos. Se aferró a Félix como si fuera su último salvavidas, buscando refugio y protección.

—Shh, Minho, estoy aquí. Todo va a estar bien.- susurró Félix, acariciando suavemente el cabello de Minho.

Minho se aferró a Félix con más fuerza, su cuerpo temblando incontrolablemente. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, deslizándose por sus mejillas.

—Mi padre... Ese señor que me crío.-comenzó a decir, su voz entrecortada por los sollozos.
—Él... me hacía cosas horribles.

Félix apretó su abrazo. —Shh, no tienes que decir nada si no quieres.

Pero Minho necesitaba desahogarse. Necesitaba que alguien supiera lo que había estado guardando en su interior durante tanto tiempo.

—Cuando era pequeño, me hacía daño. Me asustaba y me amenazaba. Me sentía tan solo, tan sucio.

Félix escuchó atentamente, sin interrumpirlo. Sabía que Minho necesitaba sacar todo lo que llevaba dentro.

—No quería que nadie lo supiera. Tenía miedo de que no me creyeran, de que me juzgaran.

Félix limpió las lágrimas de los ojos de Minho con el pulgar. —Minho, yo te creo. Siempre te creeré.

Minho se aferró a esas palabras como si fueran un ancla. Se sentía visto, comprendido y amado.

—No sé qué hacer, Félix. Me siento tan perdido.

—Vamos a salir de esto juntos, Minho. Yo estaré contigo en cada decisión que tomes.

En ese momento, Minho sintió una sensación de paz que hacía mucho tiempo que no experimentaba. Sabía que aún le quedaba un largo camino por recorrer, pero tener a Félix a su lado le daba la fuerza que necesitaba para seguir adelante.

La noche avanzaba y ellos permanecieron así, abrazados en silencio, encontrando consuelo en la compañía del otro. Minho sabía que había dado el primer paso hacia la sanación. Y aunque el camino sería difícil, tenía la certeza de que no estaría solo.

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