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La música palpitaba en sus oídos, una mezcla de bajos y melodías que se entrelazaban con el calor de los cuerpos que se movían al ritmo. Félix se balanceaba ligeramente, la bebida haciendo efecto en su sistema. Una sonrisa boba adornaba sus labios mientras miraba a Minho, que lo observaba con una mezcla de diversión y amor.

Sintió una mano en su hombro y se giró para encontrarse con la mirada intensa de su novio.

—Creo que ya es hora de irnos, ¿no crees? —sugirió Minho, su voz más suave de lo habitual.

Félix negó con la cabeza, su lengua se sentía pesada. —¡Todavía no! ¡Quiero quedarme un rato más! —exclamó, su voz un poco más alta de lo necesario.

Minho sonrió ante su infantilismo y lo tomó de la cintura, acercándolo a él. —Sé que quieres quedarte, pero ya es tarde. Además, no quiero que te enfermes.

Félix se aferró a la camiseta de Minho, negándose a soltarlo. —¡No me voy a enfermar! —protestó, su voz empezando a fallar.

Minho suspiró, sabiendo que discutir con Félix en ese estado sería inútil. Se agachó para quedar a la altura de su oído y le habló con suavidad. —Ven conmigo, te llevaré a casa y te prepararé algo caliente. ¿Qué te parece?

Félix lo miró fijamente, sus ojos brillando bajo la luz tenue del bar. Asintió lentamente, una pequeña sonrisa curvando sus labios.

Al salir a la calle, el aire fresco golpeó sus rostros, despejando un poco sus cabezas. Minho ayudó a Félix a subir a su coche y se acomodó en el asiento del conductor. En el camino, Félix se recostó en el asiento, cerrando los ojos.

—Minho... —murmuró, su voz apenas audible.

—¿Sí? —respondió Minho, sin apartar la vista de la carretera.

—Te quiero mucho.

Minho sonrió levemente. —Yo también te quiero, Félix. Mucho.

Félix abrió los ojos y lo miró fijamente. Se acercó y lo besó suavemente. Minho correspondió al beso, profundizandolo lentamente.

Al llegar a casa, Minho ayudó a Félix a subir las escaleras y lo acostó en la cama. Le preparó una taza de té de hierbas y se sentó a su lado.

—Descansa, mi amor. Mañana te sentirás mejor.

Félix sonrió y tomó la taza de té. —Gracias, Minho.

Minho acarició suavemente su cabello y se quedó a su lado hasta que se quedó dormido. Al verlo tan tranquilo, sintió una oleada de felicidad. Sabía que había tomado la decisión correcta al confesar sus sentimientos y que su relación con Félix era más fuerte que nunca.

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A la mañana siguiente, Félix despertó con una terrible resaca. Se sentía mareado y con la cabeza pesada. Abrió los ojos y vio a Minho sentado en una silla junto a la cama, leyendo un libro.

—Buenos días —saludó Minho con una sonrisa.

Félix se sentó y se frotó los ojos. —¿Cómo llegué aquí?

—Te traje a casa anoche.

Félix se sonrojó. —Lo siento.

—No te preocupes. Lo importante es que ahora te sientas mejor.

Minho se acercó a él y lo besó en la frente. Félix cerró los ojos y disfrutó de ese pequeño gesto.

En ese momento, se sintió completamente seguro y amado.

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