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Minho se aferró a su madre como si fuera un salvavidas en medio de un mar embravecido. Las lágrimas brotaban de sus ojos, calientes y saladas, mientras recordaba años de dolor y soledad. Su madre, por su parte, lo acunaba como si fuera un bebé, sus propios ojos inundados de lágrimas.

—¿Por qué nunca me dijiste nada, hijo? — preguntó su madre, su voz apenas un susurro.

Minho levantó la mirada, sus ojos rojos e hinchados. — Pensé que no me creerías. Siempre lo has defendido.

Su madre sintió un nudo en la garganta. Tenía razón. Siempre había puesto las necesidades de su marido por encima de las de sus hijos.

— Es mi culpa, hijo — sollozó. — Siempre he sido ciega.

Minho negó con la cabeza. — No, mamá. La culpa es de él. De nadie más.

Su madre lo abrazó con más fuerza. — No sé cómo pude ser tan ciega. Pensaba que tu actitud hacia él era solo rebeldía, o que simplemente no lo querías. Nunca imaginé que te estaba haciendo daño.

Minho se quedó en silencio por un momento, tratando de procesar todo lo que estaba sucediendo. — Perdóname, mamá. Debí haberte dicho algo antes.

— No tienes nada que perdonarme, hijo — respondió su madre. — Soy yo quien debe pedirte perdón.

Minho negó con la cabeza. — No, mamá. Te amo.

Su madre lo besó en la frente. — Y yo a ti, hijo. Te amo más de lo que puedo decir.

En ese momento, la policía se llevó a su padrastro esposado. Minho y su madre lo observaron irse sin sentir ninguna pena.

— No te preocupes, hijo — dijo su madre. — Haré todo lo posible para que pague por lo que te hizo.

Minho asintió con la cabeza. — Gracias, mamá.

El teléfono de Jeongin vibró en su bolsillo, interrumpiendo la tensa calma que se había instalado en la habitación. Era Félix.

—¿Jeongin? ¿Dónde está Minho? Lo he estado llamando y no contesta.

Jeongin se llevó el teléfono a la oreja. Con la voz temblorosa, le contó a Félix todo lo que había sucedido. Al escuchar las palabras de su amigo, Félix se quedó petrificado. No podía creer lo que estaba escuchando.

— Voy para allá ahora mismo — dijo Félix, su voz llena de determinación.

Minho, que había estado escuchando la conversación, se sintió abrumado por la culpa. No quería que Félix se preocupara por él.

—¿Con quién hablabas, Jeongin? — preguntó Minho, su voz apenas un susurro.

— Con Félix — respondió Jeongin. — Te ha estado buscando.

— No debiste decirle nada — dijo Minho, sintiéndose culpable.

— Minho, Félix tiene derecho a saber lo que está pasando — respondió Jeongin. — Es tu novio.

Minho se sonrojó al escuchar la palabra "novio". Asintió con la cabeza, sabiendo que su hermano tenía razón.

Después de unos minutos, la puerta se abrió y Félix entró corriendo. Al ver a Minho acurrucado en los brazos de su madre, se acercó a ellos y los abrazó a ambos.

— Estoy tan aliviado de que estén bien — dijo Félix, su voz temblorosa.

Minho lo miró a los ojos y le agradeció una vez más por estar a su lado.

— Gracias, Félix — dijo Minho. — No sé qué habría hecho sin ti.

Félix sonrió y lo tomó de la mano. —Minho...

Jeongin observó a su hermano y su novio abrazados y sintió una inmensa sensación de alivio. Sabía que a partir de ese momento, las cosas serían diferentes. Minho ya no estaría solo.

— Nunca más estarás solo, Minho — dijo Jeongin, abrazando a su hermano. — Siempre estaremos juntos.

Minho se sintió envuelto en un cálido abrazo familiar. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió seguro y protegido. Sabía que había un largo camino por delante, pero también sabía que no lo estaría enfrentando solo. Tenía a su familia y a su novio a su lado.

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El sol de la mañana se filtraba por las ventanas del coche mientras Félix conducía, su mirada fija en la carretera. A su lado, Minho miraba por la ventanilla, los dedos entrelazados con los de Félix. Se dirigían a la consulta del psicólogo, un paso importante en su proceso de sanación.

— ¿De verdad crees que necesito ir? — preguntó Minho, su voz apenas un susurro.

Félix le apretó la mano. — Sí, Minho. Sé que es difícil, pero creo que te hará mucho bien. Hablar con alguien que no te juzgue y que pueda ayudarte a entender lo que estás sintiendo será muy beneficioso.

Minho suspiró. — Me siento un poco incómodo con la idea de hablar de mis problemas con un desconocido.

Félix sonrió comprensivamente. — Lo sé, pero piensa en esto como una oportunidad para cuidarte a ti mismo. El psicólogo está ahí para ayudarte a superar todo lo que has pasado.

Minho asintió lentamente. — Está bien. Lo haré por ti.

Félix le regaló una sonrisa cálida. — No lo hagas por mí, Minho. Hazlo por ti. Te quiero mucho y quiero que estés bien.

Al llegar a la consulta, Minho se sintió un poco nervioso. Félix lo acompañó hasta la puerta y lo abrazó con fuerza.

— Todo estará bien — le susurró Félix al oído. — Estoy contigo en esto.

Minho asintió y entró en la consulta. A medida que pasaba el tiempo, se dio cuenta de que hablar con el psicólogo era más fácil de lo que había imaginado. Se sentía cómodo compartiendo sus sentimientos y experiencias, y se dio cuenta de que no estaba solo en esto.

Después de la sesión, Félix lo esperaba en el coche. Minho se sintió más ligero y relajado.

— ¿Cómo te sentiste? — preguntó Félix.

— Bien — respondió Minho. — Fue más fácil de lo que pensaba.

Félix sonrió. — Lo sabía. Estoy muy orgulloso de ti.

En el camino de vuelta a casa, Félix y Minho hablaron sobre lo que había sucedido en la sesión. Minho se sintió agradecido por tener a alguien con quien compartir sus pensamientos y sentimientos.

Esa tarde, mientras se acurrucaban en el sofá, Félix tomó la mano de Minho.

— Recuerda, siempre estaré aquí para ti, pase lo que pase — dijo Félix.

Minho sonrió. — Gracias, Félix. Te amo mucho.

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