Lady es un demonio de alto rango, con una presencia imponente que refleja su poder y antigüedad en el inframundo. Obligada por razones aún desconocidas a abandonar su reino, ahora habita en la Tierra, en un pequeño departamento situado en una bulliciosa ciudad. A pesar de lo reducido de su nuevo hogar, algo juega a su favor: en este lugar, criaturas como ella son una vista común. En la ciudad, conviven seres de distintas dimensiones y naturalezas, y su apariencia demoníaca no causa más que una mirada curiosa de vez en cuando.
La atmósfera de la ciudad es un mosaico de luces neón y sombras profundas, donde lo sobrenatural se mezcla con lo cotidiano. Las calles están llenas de seres con pieles de colores inusuales, alas, cuernos, y ojos de brillos extraños; sin embargo, para la mayoría de los ciudadanos, estos detalles son parte de la rutina. Lady se desplaza entre ellos con facilidad, manteniendo una apariencia sobria y misteriosa. Aunque podría aterrar a cualquiera con una mirada, ha aprendido a modular su presencia para adaptarse a las reglas de la Tierra, donde el respeto y la armonía entre criaturas parecen ser la norma.
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Era un día cualquiera cuando Lady caminaba de regreso a su departamento, cargando con tranquilidad unas pocas bolsas de compras. Había pasado la tarde recorriendo las tiendas del centro, eligiendo cuidadosamente algunos artículos que ahora formaban parte de su vida cotidiana en la Tierra. La luz del atardecer proyectaba largas sombras sobre las calles, llenando la ciudad de un ambiente tenue y casi místico.
Al pasar junto a un callejón oscuro, algo llamó su atención y la hizo detenerse. Una tenue luz roja parpadeaba en la penumbra, como si unos ojos brillantes la observaran desde las sombras. Los ojos parecían fijos en ella, escudriñándola, inmóviles pero cargados de una intensidad que Lady no pudo ignorar. Su instinto demoníaco la alertó de inmediato, y sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Justo cuando pensaba en dar un paso hacia atrás para evaluar mejor la situación, todo ocurrió demasiado rápido para reaccionar.
De la oscuridad surgió una sombra, tan rápida y precisa que Lady apenas tuvo tiempo de procesar lo que sucedía. Sintió un impacto fuerte en la cabeza, y el mundo a su alrededor comenzó a desvanecerse en un borroso remolino de luces y sombras. Su cuerpo cedió al golpe, y las bolsas cayeron al suelo en un leve eco de crujidos y tintineos mientras ella caía inconsciente, sin tener idea de quién —o qué— la había atacado.
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Lady despertó lentamente, sus sentidos regresando en oleadas borrosas mientras parpadeaba para aclarar su vista. Sentía un leve dolor en la cabeza, probablemente donde había recibido el golpe que la dejó inconsciente. Al intentar mover sus manos, se dio cuenta de que estaban atadas firmemente junto a sus tobillos, restringiéndola en una postura incómoda sobre una silla de madera. La madera crujía bajo su peso, sus bordes rugosos y poco pulidos raspando su piel con cada intento de moverse.
Al levantar la vista, notó que la habitación estaba sumida en una penumbra opresiva, apenas interrumpida por la pálida luz de un único foco que colgaba desde el techo, balanceándose lentamente como si alguien lo hubiese tocado recientemente. La luz, débil y titilante, apenas lograba romper la oscuridad, proyectando sombras largas y distorsionadas alrededor de la habitación. Apenas podía distinguir las paredes, que parecían manchadas y agrietadas, como si el lugar hubiera sido abandonado y olvidado hace mucho tiempo.
El silencio era casi absoluto, salvo por el suave zumbido del foco y el eco de su propia respiración. Lady trató de forzar las cuerdas que sujetaban sus muñecas, pero estaban bien ajustadas, y cada movimiento las hacía clavarse un poco más en su piel. Apretó los dientes, conteniendo la frustración que comenzaba a hervir en su interior. Miró de nuevo a su alrededor, buscando algún indicio de quién la había traído a este lugar o de por qué la habían capturado, pero el misterio de la sala solo hacía que su inquietud aumentara.
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De repente, una figura comenzó a emerger de la penumbra, sus pasos resonando suavemente en el suelo de concreto de la habitación. Lady entrecerró los ojos, tratando de enfocar su vista en el intruso mientras este se acercaba a la zona iluminada por el tenue foco. Era un hombre alto y delgado, vestido completamente de negro. Su atuendo parecía cuidadosamente elegido para pasar desapercibido, sin ningún adorno o color que revelara más de lo necesario. Pero lo que más captó la atención de Lady fue su cabello: una melena oscura y desordenada que se alzaba en puntas, como una especie de palmera descuidada, dándole un aire extraño y casi caricaturesco.
Sin embargo, su rostro desmentía cualquier apariencia inofensiva. Sus ojos —esos ojos— eran fríos, oscuros como el vacío y reflejaban un vacío abismal, algo que parecía más sombrío que la misma muerte. Al sostener su mirada, Lady sintió un escalofrío recorrerle la columna vertebral, una sensación que rara vez experimentaba, como si en esos ojos habitara una amenaza primitiva e implacable que estaba más allá de su comprensión. Aquellos ojos parecían ver a través de ella, despojándola de cualquier barrera, penetrando en los rincones más ocultos de su mente y alma.
El hombre la observaba en silencio, y una leve sonrisa torcida se dibujó en su rostro, una sonrisa que no transmitía ninguna calidez, sino algo oscuro y perturbador. Lady intentó no apartar la mirada, aunque su instinto le gritaba que rompiera ese contacto visual, que mirara hacia otro lado para no quedar atrapada en esa inquietante profundidad.
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El hombre mantuvo su mirada fija en Lady durante unos largos segundos, en un silencio que parecía absorber todo el aire de la habitación. Su sonrisa torcida permanecía en su rostro, inmóvil, como si estuviera disfrutando de alguna broma oscura que solo él comprendía. Lady, aún atada y vulnerable en la silla, intentaba recomponerse, recuperar el control de sus pensamientos mientras aquel desconocido continuaba observándola. Sentía su cuerpo tenso, en alerta, pero atrapado entre las cuerdas que le impedían cualquier reacción.
Finalmente, sin decir una sola palabra, el hombre giró sobre sus talones y comenzó a alejarse, sus pasos resonando con un eco suave en la habitación mientras desaparecía nuevamente en las sombras, dejándola sumida en la inquietante penumbra. Lady lo siguió con la mirada hasta que su figura se disolvió en la oscuridad, dejando tras de sí solo el tenue parpadeo del foco como único testigo de su presencia.
El vacío que dejó tras su partida era casi más aterrador que su misma presencia. Lady, aún en shock, trataba de procesar lo que acababa de suceder, pero las piezas no encajaban. Su mente repasaba frenéticamente cada detalle: el brillo vacío de sus ojos, la fría indiferencia de su expresión y el absoluto silencio con el que había decidido abandonarla allí. Una extraña mezcla de miedo y desconcierto comenzó a crecer en su interior; sabía que aquel hombre representaba una amenaza, pero ignoraba sus intenciones.
En la penumbra, el leve balanceo del foco proyectaba sombras movedizas sobre las paredes, y cada parpadeo de luz parecía intensificar su soledad y vulnerabilidad. Lady intentó calmarse, respirar profundamente, pero el eco de esos ojos la seguía acechando, dejándola atrapada en una red de preguntas y una sensación de peligro inminente
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Fin