Delxer había llegado a un punto donde su poder sobre Lady no solo era mental, sino físico. Era una relación de total sometimiento, y él disfrutaba estirando esa tensión al límite. Esta noche, el ambiente era especialmente denso, cargado de algo más oscuro que de costumbre. Delxer la observaba, y Lady apenas podía sostener su mirada, sus manos temblaban, como si algo en su interior le gritara que se alejara, pero su cuerpo no obedecía.
Sin previo aviso, Delxer se acercó a ella y la sujetó del mentón, obligándola a alzar la vista para encontrar su mirada penetrante y fría. Su agarre era firme, inquebrantable, sus dedos apretaban lo suficiente para hacerle sentir el dolor sin causarle daño real. Su rostro estaba a escasos centímetros del de ella, y sus palabras fueron un susurro peligroso.
"¿Por qué dudas de mí, Lady?" preguntó, su tono suave, casi burlón. "¿Acaso no sabes ya cuál es tu lugar?"
Lady intentó hablar, pero las palabras se le atoraron en la garganta. Sentía el peso de su presencia, cada segundo de su mirada como un castigo. Delxer, sin soltar su mentón, acercó su otra mano y la dejó descansar en su hombro, aplicando una leve presión, como una advertencia de lo que podía hacer si se atrevía a desafiarlo.
"¿Crees que puedes desobedecerme?" Continuó, su voz volviéndose más dura. "¿Que puedes dudar de lo que te digo después de todo lo que he hecho por ti?"
Con un movimiento rápido, la soltó del mentón solo para sujetarla de los brazos, empujándola hacia la pared con una fuerza controlada, lo justo para intimidarla, para hacerle sentir su dominio físico. El impacto no fue suficiente para hacerle daño, pero el susto y la vulnerabilidad la dejaron completamente inmóvil. Lady lo miró con los ojos abiertos, y en esa mirada, Delxer vio el miedo mezclado con una extraña devoción.
"¿Entiendes ahora?" dijo, acercando su rostro al de ella hasta que sus respiraciones se entremezclaron. "No tienes a nadie más. Nadie vendrá a salvarte de mí... ni tú misma puedes escapar. Eres mía, Lady, y cuanto antes lo aceptes, menos dolor sentirás."
Lady cerró los ojos, y una lágrima silenciosa se deslizó por su mejilla. Pero en lugar de liberarla, Delxer levantó su mano y limpió la lágrima con el pulgar, en un gesto que era una mezcla de desprecio y control. La manera en que su pulgar trazó la línea de la lágrima parecía casi cariñosa, pero el brillo cruel en sus ojos lo desmentía.
Ella no pudo evitar sentir una chispa de gratitud por esa atención, retorcida como era. En ese momento, su voluntad ya no existía; cada pensamiento, cada sentimiento, era una respuesta automática a él, a su aprobación, a su amenaza. Sabía que era prisionera de su propia mente, atrapada entre el terror que le causaba Delxer y la dependencia insana que él había cultivado en su interior.
Mientras él se alejaba lentamente, Lady cayó al suelo, deshecha, como si su fuerza se hubiera evaporado junto con él.
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