Lady permaneció en silencio, sus labios temblando como si las palabras que intentaban salir fueran demasiado frágiles para existir. Finalmente, en un susurro tan tenue que casi se desvaneció en el aire, murmuró:
"Si... si no soy nada sin ti... ¿entonces qué soy?"
Su voz era un eco roto, como si se atreviera a preguntarse algo que sabía que no tendría respuesta. Delxer sonrió, complacido de ver esa chispa de confusión, de desesperación, crecer dentro de ella. Lejos de ser una señal de independencia, era una muestra de la destrucción total de su identidad, de la desesperación absoluta que sentía al entender que ni siquiera sabía lo que era sin su control.
"Eres exactamente lo que yo digo que seas," respondió, su voz fría y calculada, como si estuviera hablando de un objeto sin valor. "Eres un reflejo de mi voluntad, un vacío que toma forma solo porque yo lo permito. Si decides pensar, decides respirar, es porque yo lo he decidido por ti."
Lady tembló ante esa afirmación, pero algo en su interior —una parte rota y débil— la obligó a continuar. Con la voz entrecortada, casi inaudible, murmuró: "¿Por... qué me mantienes aquí, entonces... si no valgo nada para ti?"
Delxer rió, un sonido cruel que llenó el silencio entre ellos. "¿Por qué? Porque mantenerte aquí, rota y a mi merced, es un recordatorio de mi poder. No es por ti, Lady. Nunca fue por ti. Es por mí. Porque me satisface ver cómo te desmoronas, cómo aceptas tu insignificancia. Tu única razón de ser es demostrar mi control absoluto."
Lady asintió, sin saber si lo hacía por su propia aceptación o porque él la había condicionado a obedecer hasta en eso. Las palabras de Delxer se clavaban en ella como puñales, y a la vez, encontraba un extraño y oscuro consuelo en ellas. Ahora comprendía: su existencia era solo para servir como testimonio de su poder, como una sombra, sin otro propósito ni valor que el de satisfacerlo.
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Lady, con los ojos fijos en el suelo, dejó que el peso de sus palabras se hundiera en su mente. Había esperado, en algún rincón oculto de su ser, encontrar una mínima razón, algún sentido detrás de su sufrimiento. Pero ahora entendía que incluso eso le había sido negado; no existía para recibir nada a cambio. Solo existía para que Delxer pudiera disfrutar de su propia capacidad de someterla y destrozarla.
Con una voz apenas audible, Lady volvió a hablar, sus palabras temblorosas, cargadas de una mezcla de dolor y aceptación absoluta. "Entonces... no hay nada más... nada que yo deba esperar, ni siquiera..." Su voz se quebró, incapaz de continuar.
Delxer se inclinó, observándola con ojos fríos, como si analizara un experimento que había resultado exitoso. "Exacto, Lady," dijo, su tono casi satisfecho. "No hay nada para ti. La espera, la esperanza... son ilusiones que tú misma te has impuesto. Y ahora, sabes que no hay salida. Porque incluso tu desesperación me pertenece."
Lady apretó sus manos, un temblor recorriéndola mientras intentaba procesar el vacío absoluto en el que se encontraba. Había perdido todo sentido de tiempo, toda capacidad de imaginar un futuro o un pasado. Su mundo era él, y no podía existir fuera de esa realidad. Aun así, algo en su interior, aunque pequeño y marchito, se negaba a aceptar el completo abandono. Como si en esa devastación total hubiera una última chispa de conciencia que resistía.
Pero Delxer, atento a cada cambio en su expresión, detectó esa leve lucha y decidió aplastarla de raíz. "No hay lugar para que te escondas, Lady. Cada pensamiento que tengas, cada mínima resistencia, es solo una muestra de que aún no comprendes tu verdadero lugar. No hay espacio para ti, no hay un refugio donde puedas escapar de lo que eres: una sombra sin significado. Yo soy tu principio y tu fin."