«LAS NIÑAS»

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Escuché el grito desgarrador de mi hija y corrí a su cuarto. La encontré temblando de miedo debajo de su sábana con estampa de gatitos de tono beige.

—¿Que sucede Ana? –le pregunté con preocupación.
—¡Papá!, hay una nena igual a mi escondida dentro del ropero, y tengo miedo.

No puede ser, -susurré mientras me acercaba al mueble pintado de rosa pastel ubicado en la esquina del cuarto. Me detuve frente a el. Titube un momento. Luego estiré mi mano algo sudorosa hasta alcanzar el pasador. Me costaba admitirlo pero sabía que habia alguien mirándome agazapada dentro del mueble.

Tragué saliva. La piel de la nuca se me erizó al tiempo que abría lentamente la puerta apenas entornada.

Lo primero que vi fueron los pies descalzos de mi hija. Llevaba su camisón de flores amarillas mientras sostenía con fuerza su osito de felpa marrón. Me miraba asustada con surcos de lágrimas en sus mejillas.

Luego tomó de mi mano y me jaló haciéndome inclinar hasta donde estaba escondida ella. Después acercó sus labios a mi oído, y con voz susurrante, me dijo:

—Papá. Hay una nena igual a mí acostada en mi cama y tengo miedo.

Parpade con incredulidad. Me tomó dos eternos minutos para comprender el juego. Las niñas se rieron al ver mi cara de desconcierto. Otra vez volví a caer en sus juegos de gemelas.

—Vamos, niñas. No le hagan esas bromas a papá. Anna, Katty, ya es hora de dormir –les regañé.

Katerine, aún riéndose de mí, salió del ropero y se dirigió  a su cama. Me acerqué a ellas y les di un beso en la frente a cada una, deseándoles buenos sueños. Después me dirigí hacia la puerta, apagué la luz y cerré.

Todavía escuchaba sus risitas al alejarme por el pasillo. Me alegraba verlas así después del accidente que tuvimos tiempo atrás.

De pronto mi sonrisa se convirtió en una mueca de horror al recordar aquel fático día. Temblaba mientras me llevaba las manos a la boca para contener un grito.

Ese día los tres íbamos a la casa de tía Martha. Recuerdo la ruta mojada por la lluvia de la noche anterior. Recuerdo el golpe y los trompos que hizo el coche sobre la carretera. Y recuerdo la voz angustiada del doctor cuando tuvo que darme la noticia...

Ese día íbamos tres, pero a casa regresamos dos. Anna no volvió.
 

 

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«Cuentos para NO dormir». El Cuento te lo regalo, el susto te lo debo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora