XII

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MI ÚLTIMA ESPERANZA

~Alessandro~

La oficina es grande, que siento que me ahoga en tanto silencio y soledad. La sala está desierta y en total silencio. Hay tantas habitaciones y no hay personas que las puedan ocupar; tantos lujos que nadie disfruta. El jardín gigante solo está rodeado de guardias, sin nadie que lo disfrute en verdad. La comida es abundante, pero nadie quiere ingerirla, especialmente yo.

Tengo todo esto, pero no tengo con quien compartirlo. No tengo a mi hermano, la persona con quien debería estar riendo en estos momentos, celebrando juntos la derrota de Tomasso. La ironía es amarga: logré lo que quería, pero perdí lo que más valoraba.

Cada que camino por los rincones de este castillo, todo está tan callado que puedo escuchar los ecos de mis pasos. Hay tantos hombres solo protegiendo a una sola persona que, en realidad, quiere morir. Tanta gente trabajando para una sola persona que, en verdad, no quiere nada.

Esa persona soy yo. Yo, y solo yo. Totalmente solo.

Una lágrima cayó por mi mejilla al imaginarme las tonterías que diría Franchessco. No fui capaz de protegerlo. No pude hacer nada. No merezco estar vivo, ni tengo razón para estarlo.

El arma frente a mí, que reposa en el escritorio, me invita a tomarla y lo hago con desespero. La examino por cada rincón, preguntándome si ella podrá acabar con mi dolor.

Es un dolor incontrolable que me invade por completo, desgarrando cada parte de mi interior. Me siento despedazado, y cada fragmento sangra y grita en silencio. Respirar me es un suplicio; cada bocanada es un recordatorio de que aún estoy vivo y aún sufro.

No me queda nada. No soy nada. Me siento vacío, un hueco que no puede ser llenado. Tengo dinero, pero carece de valor; no le veo el sentido en gastarlo.

Sólo he estado caminando por inercia, respirando en automático. Mi mente funciona, pero mi corazón ya no tiene ganas de latir y seguir sufriendo.

Sólo pienso en él. Mi mente me mata en cada segundo, trayéndome recuerdos de nuestra horrible niñez, y lloro más. Me dice que no valoré lo suficiente el tiempo junto a él. Desperdicié tanto tiempo odiando a Tomasso y pensando en cómo destruirlo; pasé tanto tiempo sumergido en mi tristeza interminable que lo dejé totalmente de lado.

La garganta se me cierra sin siquiera decir una sola palabra, y mis ojos no dejan de soltar lágrimas.

Ni siquiera puedo gritar ya no me libera de nada. Ya no siento heridas, más que las del alma.

Miré mi reflejo deteriorado en la lustrada arma. Ya nada importa. La llevé con lentitud hasta mi boca y escuché el metal chocar con mis dientes.

Cierro los ojos y dejo que el pasado me envuelva. Recuerdo mi niñez con Fran, con sus momentos de alegría y tristeza. Aunque no fue perfecta, fue nuestra, y eso es lo que hace que valga la pena recordarla.

Llevo el dedo al gatillo.

—¡Alessandro! ¡Abre la puerta! —escucho a Hanna aporrear la puerta del estudio

No le hago caso.

—¡Franchessco despertó, despertó!

Retiro mi dedo del gatillo de inmediato y saco el arma de mi boca, abriendo mis ojos.

¿Si lo dijo? Sí. Mi hermano despertó por fin.

Me levanté de inmediato de la silla para ir a abrir la puerta, y al instante, Hanna me recibe con lágrimas en los ojos y una gran sonrisa. Espero a que diga algo más por un corto instante, y al final, soy yo quien pregunta, con la garganta ardiendo.

El Magnate -[Si No Puedes Vencer El Mal, Vuélvete El Mal]©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora