El mundo estaba vacío. No vacío como la ausencia de personas o cosas. No. Era un vacío profundo, infinito, como si todo a mi alrededor hubiera desaparecido en un solo suspiro. No había colores, ni sonidos. Solo un blanco frio que me envolvía por completo.
Pero de alguna manera, sabía que no estaba sola. Había algo, alguien, en algún rincón de esta nada blanca. La sensación era inexplicable, pero esa presencia me trajo una extraña calma, una tranquilidad que no comprendía, pero que aceptaba sin cuestionarla.
Entonces, una voz resonó. Era grave, profunda, como si proviniera de todas partes y de ninguna a la vez. La voz parecía hacer eco en mi mente, y cada palabra que pronunciaba me golpeaba con fuerza, como si tratara de ponerme en alerta, de mostrarme algo que aún no entendía.
—Tu destino había sido morir hace muchos años —dijo la voz, su tono grave y lleno de una sabiduría antigua. No veía a la persona, pero podía sentirla cerca, justo detrás de mí, aunque no pudiera distinguirla con claridad. Sin embargo, su presencia era inconfundible. Me congelé en el lugar, el peso de sus palabras me envolvía. ¿Morir? ¿Cómo podía estar viva si ya había muerto?
Antes de que pudiera procesar esas palabras, algo cambió. El blanco se despejó un poco, y una figura apareció ante mí. No la vi claramente al principio, pero sentí esa energía, esa familiaridad que la rodeaba. Me acerqué, y sin poder evitarlo, mi corazón dio un brinco cuando lo reconocí.
Era Vincent.
Vincent estaba ahí, con una sonrisa suave en su rostro. Aunque la oscuridad que nos rodeaba no me permitía ver sus detalles con claridad, podía sentir su presencia, su calidez, su luz. Al instante, mis manos se movieron hacia él, como si mi cuerpo ya lo hubiera reconocido antes de que mi mente lo hiciera. Y al tomar su mano, supe que todo iba a estar bien.
—Aún no es tu hora —dijo, su voz tan reconfortante como siempre. Había algo en su tono, en sus palabras, que me aseguraba que estaba en el lugar correcto, que no había terminado aún. Que todo lo que había hecho no era el final, sino un nuevo comienzo.
Me sentí segura a su lado, pero algo me golpeó entonces. Al mirar a su espalda, vi dos figuras que me miraban con expresiones conocidas, pero tan lejanas al mismo tiempo. Eran mis padres. Mi madre y mi padre. Estaban allí, con esos rostros que tanto me amaban, pero también con una tristeza que no podía ignorar. Negaban con la cabeza y aunque sus ojos reflejaban dolor, también reflejaban amor. Sabían que mi destino, al igual que el de ellos, era incierto. Que la vida tenía una forma de tomar los giros más inesperados.
Vincent apretó mi mano con más fuerza, y esa conexión, esa certeza de que todo pasaría, me dio la tranquilidad que necesitaba. Sabía que había tomado una decisión difícil, pero que todo había valido la pena. Todo lo que había hecho, cada sacrificio, me había llevado hasta este momento. A la paz, a la luz.
—Estás viva porque aún tienes algo más por hacer —dijo Vincent, como si leyera mi mente. Su voz me envolvió como un cálido abrazo. —Pero aún no es tu momento.
Antes de que pudiera responder, una presión pesada me invadió, y todo comenzó a desvanecerse. La sensación de estar flotando se fue desmoronando, y la oscuridad me tragó de nuevo.
Desperté de golpe, con una sensación extraña en mi cuerpo. Todo estaba oscuro, pero no era el vacío. No era el mismo vacío en el que había estado antes. No, esta vez sentía mi cuerpo, sentía mi respiración. Sentí una aguda punzada en la cabeza, como si mi mente estuviera regresando de un lugar lejano, uno al que no sabía si quería regresar.
Mis ojos se abrieron lentamente, y la luz del mundo exterior me cegó por un segundo. Pero, al ajustar mi vista, lo primero que vi fue el rostro de Hope, mi hija. Estaba de pie junto a mi cama, con los ojos grandes y llenos de una mezcla de emoción y miedo. Antes de que pudiera decir algo, me abrazó con una fuerza que casi me derrumba.
—¡Mamá! —exclamó, su voz rota por el llanto. No podía creerlo. Yo... yo estaba viva. Y ella también lo estaba. Aunque sentía algo diferente en mi interior, no podía negar lo que veía. Estaba viva. Aunque, de alguna manera, ya no era la misma. Ella me abrazó con tanta fuerza que casi perdí el aliento, y sus lágrimas mojaron mi hombro. La abracé con la misma intensidad, deseando poder asegurarle que todo estaría bien.
—Estoy aquí, hija. Estoy aquí —susurré en su oído, acariciando su cabello, intentando calmarla. Estaba tan feliz, pero también sabía que había algo que había cambiado en mí. Algo que no podría ignorar. Algo profundo. Algo que ya no podría revertir.
Antes de que pudiera decir algo más, escuché pasos acercándose, y vi an mis almas gemelas, Klaus, Finn y Kol, a la puerta. Sus rostros se iluminaron al verme, pero la sorpresa fue reemplazada rápidamente por una mezcla de confusión y una rabia controlada.
Klaus se adelantó, su mirada fija en mí. Su voz era firme, pero no podía esconderse de la preocupación que sentía al verme allí.
—No puedes hacer esto de nuevo —dijo, con una autoridad que solo él poseía. Pero su voz tenía un toque de dolor, como si me estuviera recriminando por haber jugado con mi vida una vez más.
Kol se acercó también, sus ojos oscuros llenos de una tristeza contenida. No dijo nada al principio. Simplemente me miraba, y vi la lucha en su rostro. Sabía que se sentía culpable por no haber podido evitarlo, pero también sabía que lo que había hecho era inevitable. Me abrazó sin decir una palabra, y en ese abrazo, sentí el peso de todas nuestras vidas compartidas, de todos nuestros sacrificios.
—No puedes irte de nuevo —dijo Kol finalmente, su voz baja y llena de emociones encontradas. —No quiero perderte. No de esta manera.
Pero a pesar de sus palabras, ambos sabían que lo que había hecho había valido la pena. Sabían que el vacío ya no me controlaba. Sabían que todo lo que había hecho, lo había hecho por ellos, por Hope, por nosotros. Y aunque no sabían cómo manejar el cambio, sabían que el destino nos había unido para siempre.
Elena llegó poco después, con los ojos llenos de lágrimas. Jeremy la seguía, también visiblemente emocionado. Cuando me vio, no pudo contener el llanto, y me abrazó con la misma desesperación con la que me había abrazado cuando me creyó perdida. Su voz tembló cuando me dijo:
—Te amo. Nunca vuelvas a hacerme esto. Nunca. —Y sus palabras se quedaron grabadas en mi corazón, en lo más profundo de mi ser. Porque, aunque no lo dijera, Elena había entendido. Elena en mi lugar hubiera hecho lo mismo.
Después de unos momentos, me enteré de lo que había sucedido mientras yo estaba perdida en ese limbo. Marcel había encontrado a la mayoría de los niños que habían sido secuestrados por el vacío, y los había devuelto a sus casas.
Lamentablemente, uno de ellos no había sobrevivido. Ese niño, cuyo nombre no pude recordar, había sido una víctima más de este caos. Y esa noche, Nueva Orleans organizó una fiesta en su honor. Una fiesta de despedida, en la ciudad en la que no lloraban tu muerte si no que celebraban tu vida.
Miré desde el balcón hacia las luces de la ciudad. Había algo hermoso en esa mezcla de luz y oscuridad, en lo personal sentía que la fiesta también era para mí pues había muerto. Algo que me hacía sentir que, a pesar de todo, la vida siempre encontraría su camino.
Regresé a la cama, y vi a mis almas gemelas allí. Estaban esperándome, y en ese instante, supe que todo lo que había pasado, todo lo que había sacrificado, había valido la pena. Estábamos juntos. Y lo estaríamos por mil años más.
La eternidad ya no me aterraba. Me acosté junto a Finn, Elijah me ofreció una bolsa de sangre que tome completando mi transición.
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Mikaelson's soulmate
VampireLa hermana mayor de Elena y Jeremy Gilbert, Jenn Gilbert. Jennifer tiene un encuentro de una noche con un chico británico sin saber que estuvo con un despiadado asesino y una de sus almas gemelas, un día mientras trabajaba en Chicago lo vuelve a ver...