☪︎ ִ ࣪𖤐La Bruja de la Cabaña! 𐦍 ☾𖤓

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El amanecer llegó silencioso al pequeño pueblo, pero para Jake, el día traía consigo una incomodidad creciente. Se despertó con un malestar que lo dejó atrapado en la cama, la fiebre caldeándole la frente y los temblores recorriéndole el cuerpo. Miriam, su abuela, lo cuidaba con esmero, llevando paños fríos y hierbas medicinales para aliviar su fiebre.

Mientras tanto, en lo profundo del bosque, Tom se movía inquieto entre los árboles. No había visto a Jake desde su último encuentro en el lago y sentía una preocupación inexplicable, un instinto que lo obligaba a buscarlo. Sin entender bien por qué, decidió seguir el rastro que Jake solía tomar al entrar y salir del bosque. El olor de Jake, débil pero perceptible, lo llevó a un camino que conducía a una pequeña cabaña situada al borde del pueblo.

Al acercarse, Tom percibió un aroma diferente, uno que no reconocía y que lo puso en alerta. Sus sentidos, agudizados por su naturaleza salvaje, le decían que algo no estaba bien. Caminó silenciosamente alrededor de la cabaña, espiando por las ventanas hasta que lo vio: Jake, acostado en una cama, cubierto con mantas y con la expresión cansada. La preocupación lo invadió, pero antes de poder entrar, un movimiento lo hizo retroceder.

Miriam, con su pelo canoso recogido en un moño y ojos astutos, apareció en la entrada de la cabaña. En sus manos llevaba una bandeja con hierbas y una sopa caliente. Al verla, Tom se tensó, la figura de la anciana le recordaba las historias de las brujas del bosque que asustaban a las manadas. Su mente, mezclada entre lo salvaje y lo humano, lo llevó a un pensamiento claro: Esa mujer era peligrosa.

Con un rugido bajo y amenazante, Tom se lanzó hacia la puerta de la cabaña, irrumpiendo en la habitación con un salto ágil. Miriam se giró, sorprendida, y soltó la bandeja que llevaba. Las hierbas y la sopa cayeron al suelo en un estallido de aromas y líquidos calientes. Tom, con los ojos feroces y los dientes apretados, se preparó para atacar, viendo a Miriam como una amenaza para Jake.

—¡¿Quién eres tú?! —gritó Miriam, más sorprendida que asustada, mientras buscaba algo con qué defenderse.

Tom soltó otro gruñido y se lanzó hacia ella. Sin pensarlo dos veces, Miriam agarró la escoba que estaba junto a la puerta y, con una rapidez inesperada para alguien de su edad, la usó para golpear a Tom en la cabeza. El impacto fue lo suficientemente fuerte como para aturdirlo y hacer que cayera al suelo. Con movimientos rápidos y expertos, Miriam lo inmovilizó con la escoba, presionándola contra su pecho.

—¡No te atrevas a hacerle daño a mi nieto! —exclamó, sin apartar los ojos de Tom, que parpadeaba aturdido y miraba a la mujer con una mezcla de confusión y rabia.

Jake, al escuchar el estruendo, se esforzó por levantarse de la cama. La fiebre lo debilitaba, pero logró ponerse en pie y llegar tambaleante a la sala. Lo que vio lo dejó boquiabierto: Tom, en el suelo, inmovilizado por su abuela, que lo miraba con la misma severidad con la que miraría a un lobo hambriento.

—¡Tom! —Jake exclamó, con la voz entrecortada por la sorpresa y el agotamiento. Se giró hacia Miriam, sus ojos suplicantes—. ¡Abuela, por favor! No le hagas daño, él... él es mi amigo.

Miriam, aún sin aflojar la presión de la escoba, miró a su nieto y luego de nuevo a Tom, quien comenzaba a relajarse al ver a Jake. Los gruñidos de Tom se apagaron, reemplazados por un resoplido bajo y una mirada suplicante hacia Jake.

—¿Tu amigo? —preguntó Miriam, arqueando una ceja, pero aflojó un poco la presión de la escoba.

Jake asintió débilmente, y con un suspiro, Miriam retiró la escoba y se puso de pie, mirando a Tom con desconfianza. Tom, todavía en el suelo, observó a la anciana con cautela, pero sus ojos se suavizaron al ver a Jake acercarse y caer de rodillas a su lado.

—Lo siento... —murmuró Jake, colocando una mano temblorosa en el brazo de Tom. Aunque aún febril, su tacto transmitió a Tom una sensación de paz que lo hizo cerrar los ojos por un instante.

Miriam, aún en guardia, los miró a ambos y, tras un momento de silencio, de repente tomó una dona que había cocinado hace poco y, con un movimiento rápido, la metió en la boca de Tom antes de que pudiera reaccionar. Tom parpadeó sorprendido, con la dona aún en la boca, y miró a Miriam con una mezcla de desconcierto y recelo. El sabor dulce y suave de la masa hizo que, por un instante, sus ojos brillaran con una mezcla de sorpresa y placer. Mordió lentamente, sus colmillos apenas visibles, y un gruñido de desconcierto se convirtió en un ronroneo bajo.

Jake, a pesar de su fiebre, no pudo evitar reírse, un sonido suave que rompió la tensión en la habitación. Su risa se entrecortó por la tos, pero no dejó de sonreír.

—¡Abuela! —dijo Jake entre risas—. No puedo creer que lo hayas calmado... así.

Tom, aún masticando, frunció el ceño y miró a Jake. Sus ojos eran inquisitivos, como si tratara de descifrar si se reía de él o con él. Finalmente, después de tragar, emitió un leve bufido y apartó la mirada, todavía incómodo por la situación pero mucho más tranquilo.

Miriam soltó un suspiro y bajó la escoba, aunque sin apartar la vista de Tom.

—¿Quién es este joven que se aparece de la nada y gruñe como un lobo en mi puerta? —preguntó Miriam, arqueando una ceja mientras se acercaba a Jake y lo revisaba para asegurarse de que estaba bien—. Y, más importante, ¿por qué viene a buscarte, Jake?

Jake tomó un respiro profundo, sintiendo el calor en sus mejillas y la incomodidad de la situación.

—Él... es mi amigo, abuela. —Sus palabras hicieron que Tom lo mirara de nuevo, sus ojos azules brillando con una chispa de reconocimiento—. Bueno, al menos creo que lo somos —añadió Jake, sonriendo tímidamente.

Tom observó la interacción entre Jake y Miriam, sus sentidos agudizados y alerta. Al ver que la anciana no representaba una amenaza, inclinó la cabeza y murmuró algo ininteligible, como un intento de imitar las palabras humanas. Miriam alzó la ceja, sorprendida por el gesto.

—¿Intentas hablar? —preguntó, entre divertida y desconfiada.

Tom frunció el ceño y asintió torpemente, señalando a Jake y luego llevándose una mano al pecho en un gesto que decía "Yo cuido de él".

—Parece que es más que un simple lobo salvaje, ¿eh? —murmuró Miriam, soltando una pequeña risa que suavizó el ambiente. Luego, dirigiéndose a Jake—: Bueno, será mejor que te metas en la cama y descanses, y tú —miró a Tom con una mirada severa pero no hostil—, no hagas nada raro, o la próxima dona no será tan dulce.

Jake volvió a reír, esta vez con más fuerza, y Tom, sin entender del todo, esbozó una leve sonrisa torpe mientras el ambiente se relajaba un poco más.

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Fin.
Palabras: 1154

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⏰ Última actualización: Nov 10 ⏰

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