Punto de quiebre

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La brisa helada de finales de noviembre se colaba por los pasillos de la escuela, impregnando el aire con un toque de nostalgia y vacío. Mark caminaba por allí casi sin notarlo, como si sus pies avanzaran solos. Todo desde que Jay se había ido había cambiado para él, y cada día sentía que ese vacío se expandía, llenando cada rincón de su ser. Era una sensación que intentaba disimular tras su sonrisa habitual, pero que se volvía cada vez más difícil de ocultar. Jay se había ido, y aunque Mark sabía que su partida era inevitable, nada había preparado su ánimo para el vacío que había dejado. Sentía que había fallado de una manera imperdonable, que, en algún punto, su amor por su hermanastro fue lo que desencadenó esta serie de eventos que los había distanciado.

Recordaba con dolor las miradas fugaces, los silencios incómodos y las sonrisas contenidas que solían compartir. La primera semana después de que Jay se fue, Mark se sumió en una oscuridad que ni él mismo reconocía. Dejó de asistir a clases, encerrándose en su habitación. Su madre, preocupada, intentaba hacer que comiera, pero él rechazaba cada bocado, y cuando finalmente aceptaba, lo hacía solo para tranquilizarla. Pasó días sin salir de la cama, atrapado en una niebla de tristeza que lo dejaba sin fuerzas ni para levantarse. La culpa lo carcomía lentamente, como si fuera un castigo autoimpuesto, cada vez que entraba a la habitación de Jay y veía el escritorio vacío, sentía una punzada en el pecho.

Finalmente, obligado y amenazado por su madre, Mark regresó a la escuela, aunque cada día parecía una tarea sin fin. Sus amigos lo esperaban, aunque él apenas levantaba la cabeza para saludarlos. Mark era consciente de que, aunque Jay se había ido de un momento a otro, sus amigos también estaban lastimados por su partida. Después de todo, Jay solo les había enviado un simple mensaje de texto deseándoles suerte en el examen nacional que estaba a la vuelta de la esquina, como si eso pudiera aliviar el dolor de su repentina ausencia. Ninguno de ellos comprendía del todo qué había sucedido, pero respetaban el espacio de Mark, quien, más que nunca, sentía la ausencia de Jay.

Dai Zhen, Tian Wei y Anya fueron los primeros en notar los cambios en Mark. A simple vista, parecía el mismo: bromeando, siempre dispuesto a ayudar a los demás. Sin embargo, sus ojos delataban algo diferente. La chispa habitual parecía haber desaparecido y, por momentos, el mismo Mark parecía perderse en sus pensamientos, con una tristeza que intentaba disimular en vano.

—Tenemos que hacer algo —dijo Anya, después de observar cómo Mark salía de la cafetería con la mirada perdida.

—Lo sé, es como si estuviera en piloto automático —asintió Tian Wei, suspirando mientras seguía a Mark con la mirada.— Nunca lo había visto así.

Dai Zhen, siempre el pragmático del grupo, se cruzó de brazos, pensativo. —Lo que necesita es distraerse. Si dejamos que siga así, se va a hundir.

—Tian Wei, ven conmigo.—dijo Anya de pronto, acercándose a su amigo, quien acababa de terminar su bebida. Tian Wei la miró, sorprendido.

—Dai Zhen, tú encárgate de llevarlo a nuestro lugar de siempre. Nos encontraremos allí. ¡Vamos!

Ambos chicos intercambiaron una mirada, y antes de que Dai Zhen pudiera decir algo, Anya se apresuró a llevarse a su amigo.

Dai Zhen, aún un poco desconcertado, suspiró y se dirigió hacia donde estaba caminando Mark.

—Mark —una voz lo llamó, sacándolo de sus pensamientos. Al mirar, vio a Dai Zhen acercándose con una sonrisa amigable, pero cautelosa.— ¿Te gustaría ir a almorzar juntos?

Mark le respondió con una sonrisa débil, que apenas escondía la tristeza en sus ojos. Él había perdido el brillo en su mirada, y aunque sus labios dibujaban sonrisas, estas no llegaban a sus ojos. —Claro… vamos.

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⏰ Última actualización: Nov 11 ⏰

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