Capítulo 22: Si te quedaras

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Brisa pensó que era el final, pero la ola la regresó a la orilla revolcándola en la arena. Brisa tosió agua salada, sus nariz y garganta dolieron... así como la vida que dolía cada día.

Su piel quedó rasmillada y su cuerpo estaba exhausto, pero Brisa se puso de pie. El dolor en el pecho, ese miedo horrible al futuro y sus nefastas consecuencias volvió a atenazarla y a decidirla.

Tambaleante, se dirigió a las olas, pero el mar había cambiado, así como el color del cielo. Parecía un atardecer. Uno tan hermoso que parecía fundir el mar con el cielo en tonos amarillos, rosa, violeta. La colosal vista la obligó a detenerse solo para mirarla. De pronto, dejó de sentir malestar.

¿Qué había pasado? Quizá había quedado inconsciente y habían pasado horas. Su ropa se había secado. Decidió esperar a la noche para terminar con su plan, se sentó y abrazó sus rodillas. Solo un poco más. 

Las olas iban y venían con parsimonia y Brisa las observaba. Se recogían a centímetros de los dedos de sus pies, en calma, y aunque a veces llegaban a mojarla, no lograban perturbarla.

La verdad, no sentía nada. Estaba en calma.

—Es bonito, ¿no?

Brisa miró hacia su costado. Rocío estaba allí. Se veía tan joven como recordaba.

—Lo es —respondió—. Es el atardecer más hermoso del mundo.

—Una vez hiciste un dibujo así, ¿recuerdas? En una hoja de papel. Después me la regalaste y yo la guardé. Quizá Haydee la tiene en mi caja todavía. Era la silueta de una pareja mirando este atardecer.

Brisa recordó. Una vez escuchó que las personas que tenían a otra al lado eran afortunadas porque recorrían sus vidas en compañía. En su corazón infantil se gestó la idea de tener a alguien que quisiera estar junto a ella para caminar, jugar y tomar helados. Alguien con quien pudiera recorrer la orilla de la playa Grande y averiguar qué tan extensa era.

En su dibujo, esas personas descansaban después del viaje, mirando la colosal despedida del sol.

Regresó su atención a donde se suponía, se unían el mar y el cielo. Aquel era el infinito. Un infinito que comenzaba en el agua que tocaba sus pies.

—No puedo cambiar lo que hice —dijo Rocío de repente—. Pero lamento mucho haberte dejado sola a ti, a Ja***, a mis papás y hermanos.

Brisa sonrió de forma amarga.

—Tú tenías gente que te quería. Yo, en cambio, no hago ninguna diferencia. ¿Crees que algo va a cambiar si me voy? Nada.

Rocío no respondió. 

Brisa dio un salto cuando unos dedos se metieron entre los de su mano derecha.

—Yo creo que cambiaría mucho si te quedas —dijo Marcel, tomado a su mano, en apariencia absorto en el horizonte. 

—¿Qué haces aquí? —inquirió Brisa.

Marcel le dedicó una mirada cálida y solemne antes de regresar su atención al atardecer. El amarillo se despedía y el azul oscuro, tapizado de estrellas, comenzaba a perseguir al violeta. Rocío llevó hacia atrás un mechón de la joven, y se lo acomodó tras la oreja.

—Mi hermosa... cuida mucho a tu tía Haydee. Dile que siempre la amaré. Y a Ja*** dile que fue mi único amor.

Rocío caminó hacia las aguas y Brisa recordó su propio plan. Intentó seguirla, pero los dedos de Marcel se entrelazaron sobre su vientre, impidiéndole el avance y empujándola hacia atrás. Brisa sintió que caía de espaldas y al abrir los ojos, una luz blanca y segadora la golpeó.

Sintiendo DemasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora