Parte 1: Sol de Verano

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Marzo, 2016. Talcahuano.


El día era hermoso y la luz inundaba cada rincón del pequeño departamento, ubicado en el sexto piso del edificio. Brisa Belmar, una joven de veintiocho años, de espeso cabello rizado y sonrisa luminosa, esperaba la llegada de unos muebles que había comprado, por lo que movió un poco el sofá y la mesa del comedor para crear más espacio. Al terminar, se sintió exultante de felicidad, al punto que dio unos cuantos saltos y aplausos a sí misma por su brillante gestión. Rio, y se dirigió al balcón a vigilar la calle.

Desde donde estaba, podía ver las coloridas embarcaciones del puerto de Talcahuano y pensó que, después de tanto trabajo y esfuerzos, por fin comenzaba a ver los frutos: por quinto mes consecutivo había obtenido el reconocimiento por ser la mejor empleada de su empresa, su noviazgo con Fernando iba tranquilo gracias a que ella era muy obediente, y él había prometido ayudarla a postular para una casa propia. Al pensar que por fin ella tendría un lugar propio para vivir, decidió adelantarse y comprar los muebles para llenar aquel hogar.

Al mirar de regreso hacia la calle, vio un enorme camión estacionar junto a su edificio. Se sintió tan feliz que tuvo la sensación de que si se lanzaba por el balcón caería suavemente y podría encontrarse con sus preciados objetos, pero optó por el sentido común y bajó por el ascensor, al encuentro de los transportistas. Los saludó y los guio hacia el espacio donde esperaba, ellos depositaran sus compras.

Uno de ellos, un hombre de cincuenta años y sobrepeso, miró de forma crítica el departamento al ingresar con una caja que contenía un colchón enrollado, de esos que se inflan cuando uno los saca del empaque. Le pegó un codazo a su compañero, un joven de veintidós con un brazo cubierto con tatuajes de cadenas y calaveras.

—Aquí no van a caber las cosas —sentenció.

—Cabrán —respondió Brisa que lo había escuchado, con una enorme sonrisa de simpatía—. Está todo planeado. Usted traiga las cosas, que tengo el espacio. Además, son para mi nueva casa.

El transportista miró a Brisa de soslayo. Él traía una cama de dos plazas en el camión, que se constituía por dos piezas, y varios muebles más. Sopesó la idea de devolverse con las cosas a la tienda y decir que no estaba la señorita, porque algo le decía que, si dejaba todo allí, volvería antes de una semana a retirar y sería trabajo doble. Se lo planteó a su colega una vez regresaron al camión.

—No es nuestro problema —alegó el más joven—. Puede que tenga espacio en los dormitorios.

—Esos departamentos son enanos, no creo que tenga el espacio.

Los varones se encogieron de hombros y siguieron con la entrega del pedido. Dejaron dos sillones, un sofá más grande que el que ya había en el departamento, una mesa, también más grande que la que ya había, con seis sillas, las dos piezas de la cama, una alfombra, almohadas, ropa de cama y cortinas nuevas. Cuando llegaron con la caja que contenía, desarmado, un mueble para el televisor, simplemente no tuvieron donde meterlo.

—Pero, no lo entiendo... —dijo Brisa, contrariada—. El espacio está, yo lo puedo ver. ¿Y si lo armamos? ¿Me ayudarían a armarlo?

El hombre mayor se rascó la cabeza. La señorita era hermosa, sin duda, y tenía algo muy dulce, pero tal parecía que su cabeza estaba hueca si no podía ver lo evidente. Con el tacto adquirido a lo largo de su profesión, le habló en tono paternal.

—Nosotros solo estamos autorizados a entregar los productos, no a armarlos. Si quiere ese servicio tiene que contratarlo con la empresa. Ahora... si quiere un consejo... yo le recomendaría no abrir nada todavía y así, mientras encuentra un lugar para estas cosas, les será más fácil llevarlas a su nueva casa.

Los hombres de fueron con una generosa propina, y Brisa se quedó sola, en medio de un sinfín de cosas apiladas en el lugar. Por un instante tuvo la sensación de que algo estaba mal con eso, pero de inmediato se repuso.

«Está bien. Entiendo perfecto que ha habido una falla de cálculo, pero lo resolveré. Pensaba ir a ver la casa la semana siguiente, pero lo mejor será ir en este mismo instante al banco para pedir el dinero con el que la compraré».

Brisa tomó su bolsa, con la certeza natural de que en el banco la atenderían a las tres de la tarde. Después de todo, era lo lógico considerando que ella era una buena clienta y que el uso que le daría al dinero sería el justo. Aún si aquellos argumentos no resultaban, se sentía tan bonita que dudaba, los ejecutivos pudieran resistir su sonrisa. Iba saliendo cuando Fernando, su novio, entró al departamento y quedó estático al encontrarse el lugar abarrotado.

—Carolina... —murmuró con voz asustada—. ¿Qué es todo esto?

Brisa sonrió con su rostro iluminado de felicidad.

—Compré unas cosas para nuestra casa.

—¿Qué casa?

—La que tendremos. No viviremos aquí siempre, sino en una casa y no veo caso a esperar. Vi ayer las que están construyendo más arriba y me gustaron, tienen mucho espacio y luz.

Fernando, un joven de veintisiete años, comenzó a sudar frío.

—Y solo por curiosidad... ¿de dónde sacaste el dinero?

—Usé mi tarjeta para una parte y la tuya para la otra. Estas cosas estaban de oferta y, en cierto modo ahorré como quinientos mil pesos...

—¡Carolina! —gritó Fernando, antes de contenerse y procurar la imagen de autocontrol que solía llevar—. No debiste tocar mi dinero. Sabes perfectamente que estoy ayudando a mi mamá...

—Ah, pero te lo devolveré, no te preocupes, yo pagaré las cuotas...

Fernando no podía creer que Brisa no le tomara el peso de lo que había hecho. Al intentar cerrar la puerta para discutir con ella, no pudo porque una caja con un televisor led se lo impedía. Lo cambió de sitio y al adquirir cierta privacidad, intentó razonar con ella, pero como Brisa no entendía seguía con la idea de ir al banco, él alzó la voz. Al notar que ella no se daba por aludida, Fernando comenzó a gritar y luego, a vociferar.

Continuará... 

Julio 6, 2024.

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