Brisa le pedía paz. ¿Cómo diablos se conseguía eso?
—Si eso implica el término, no —respondió Marcel, tajante.
Brisa se enderezó en su asiento y proyectó su cuerpo hacia él.
—Entonces dime quién te dejó así. Dime quién te engañó, porque tengo la sensación de que estoy pagando culpas ajenas —inquirió ella, apuntándose al pecho.
—Otra vez con eso... —Marcel le dio la espalda—. Eso pertenece a mi intimidad. Si quieres saber algo, debes darme un dato similar. ¿Cómo fue tu relación anterior? Porque está claro que no soy el primero.
Brisa sintió celos y reproche en su pregunta. De algún modo primitivo, eso le gustó.
—Fue una relación con altibajos. Empezamos siendo amigos, después formamos pareja. Terminamos a los dos años y me volvió a buscar. Entonces me vine a Santiago.
—¿Lo extrañas?
—No —declaró Brisa sin dudar—. Solo me arrepiento de no haber terminado antes.
—¿Hay otros? ¿Parejas anteriores?
—No. Fernando ha sido el único. Y ahora tú.
Por un instante, Marcel hirvió en celos. Si él y Brisa se hubieran encontrado antes... intentó dominarse.
—¿Por qué terminaste con él?
Brisa lo miró con cierto asombro. ¿En qué momento se convirtió ella en la interrogada?
—Hace un tiempo te comenté que sufría de depresión. Por eso tuve que ser internada... en un psiquiátrico. Él me dejó en la puerta y no volvió... es decir... él terminó conmigo. Meses después se arrepintió y...
—¡Ah!, entonces por eso piensas que te voy a abandonar. Pero yo no soy ese.
Brisa pensó en eso, pero no. Su sensación de abandono era más profundo. No se relacionaba con Fernando. Marcel prosiguió.
—No puedes comparar. Yo jamás te abandonaría en un mal momento. Brisa, si quieres paz, puedo dártela. También te puedo dar seguridad. Solo tengo que averiguar cómo quieres eso, exactamente. Dime.
—Ya te hablé de mi relación. Es tu turno.
—No es relevante para este problema. Eres tú la que tienes temores que están interfiriendo aquí, no mi pasado. Brisa, para mi solo existen mi trabajo, mi familia, mi relación. No hay más que eso. La única mujer que me interesa eres tú. Si un día no vengo no es porque esté con otra, es porque estoy en verdad ocupado.
—Entonces, según tú, debemos seguir tal como estamos.
—Por supuesto.
—Bueno, si no hay más que decir. —Brisa se levantó de la mesa—. Te dejo. Come lo que quieras y cuando te vayas, cierra bien la puerta. Me voy a mi pieza. No sé para qué te molestaste en redactar un contrato donde dice que yo puedo salirme cuando quiera si no lo respetas.
La resignación de Brisa remeció a Marcel. No. Él no quería una mujer resignada. Algo en él quería que ella siguiera insistiendo en conocerlo. Quería que Brisa supiera su verdad, pero que no pareciera que él quería contársela. Quería que Brisa se esforzara más.
Dios sabía cuánto prefería en ese instante estar en una sala de juntas con un empresario quejándose de él antes sus jefes, que con Brisa amenazando retirarle su paraíso. En su pecho reverberó un grito silencioso de claudicación.
En cuanto ella alcanzó el primer peldaño de la escalera, él cubrió su mano sobre el barandal, logrando detenerla. Notó sus ojos claros llorosos y apagados. Los de él estaban oscurecidos y brillantes por el esfuerzo de contenerse.
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Sintiendo Demasiado
RomanceA Brisa le encanta Marcel, abogado, pero él la cree una mentirosa y no tiene intención de enamorarse. Brisa tiene un severo trastorno mental que pondrá en jaque su vida y la poca relación que ha conseguido con él. Obra con escenas sexuales, intentos...