Brisa soñó que ella y Marcel echaban la siesta en un cómodo sofá de color azul turquesa. Se sentía muy bien, pero de pronto, Marcel se convertía en Fernando. Ella quería escapar y al apartarse, él le quitaba la ropa. Avergonzada y con frío, Brisa quería gritar y pedir ayuda, pero las palabras no salían de su boca.
Despertó agitada. Aunque en el sueño había visto a Marcel, de quien se acordó fue de Fernando.
Él partió como un amigo que conoció en la universidad, que le brindó un lugar seguro cuando ella tuvo que salirse de casa de sus tíos. Entonces ella cursaba una fuerte depresión y él supo jugar sus cartas. Tal como se dieron las cosas, ella no pudo decir que no a lo que pasó después. Observando esos días, Brisa se sintió descompuesta, tal como en el sueño, por lo que prefirió centrarse en otra cosa: reflexionar sobre la noche anterior.
Debía reconocer que al menos, haber visto a Marcel y hablar con él le había aportado algo de calma, como un cierre de capítulo. Cuando él mencionó las cosas que ella le dijo, se dio cuenta de que lo que le pasó, la manía o como se llamara, había estropeado un tanto las cosas...
«Aunque Marcel en ningún momento se quejó del sexo. Al contrario, volvió por más», pensó con malicia.
Por la tarde el trabajo estuvo brutal y al terminar la jornada le dolían un poco los pies. Se consoló con la idea de llegar a casa, darse una buena ducha e irse a la cama, pero cuando vio a Marcel esperándola un poco más allá, se quedó en blanco.
—¿Y tú?
Él, como solía, vestía completo de gris oscuro al estar en sus horas de descanso. Era una medida que tomaba hacía años para no tener que pensar en qué ponerse y destinar su mente a otros asuntos. Además, vestir de un solo color lo estilizaba y le otorgaba un aspecto prolijo, por si se topaba con algún cliente, que a veces le pasaba.
—Vine porque... no sé, supongo que estás cansada del trabajo de a pie. Pensaba llevarte a tu casa. —Ante el brillo de desconfianza que Marcel captó un en Brisa, aclaró—. Tranquila. Solo te llevaré. De todos modos, voy a otro lado, tu casa me queda de camino y puedo hacerte este favor.
Brisa abordó el vehículo y no tardaron en llegar a su destino. Antes de separarse, Marcel comentó:
—Estaré fuera de la ciudad el fin de semana. ¿Cómo lo harás para venirte a casa?
Brisa, que se estaba quitando el cinturón de seguridad, lo miró con extrañeza.
—Como siempre he hecho: caminando. —Se encogió de hombros y abrió la puerta para salir.
—Podrías tomar taxi.
—No digamos que es algo que me pueda permitir por ahora.
—Si necesitas dinero, te puedo dejar —dijo él abriendo su billetera.
—¡No, no! Tranquilo... no quiero plata. Yo... es un barrio seguro, no pasa nada, y caminar es bueno...
—No para una persona que ya estuvo ocho horas de pie. Hazme caso.
Brisa no supo qué decir cuando Marcel puso diez mil pesos en su regazo, y solo atinó a levantar las manos para no tocar el dinero. Ante la insistencia de Marcel, finalmente lo guardó en su bolso prometiendo devolverlo. Con eso tenía para cuatro días de taxi.
—Tengo ganas de un té —dijo el abogado—. ¿Me invitas? Traje pasteles. Por si no tienes pan...
En el asiento trasero descansaba una caja con muffins y sándwiches.
—Los compré porque pensaba comerlos de camino, pero mejor los comemos aquí —se apresuró a decir un poco tieso y sin mirarla.
Brisa no entendía lo que pasaba, pero terminó sentada con él en su escalera. Tras repartir la comida, Marcel abrió la conversación.
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Sintiendo Demasiado
RomanceA Brisa le encanta Marcel, abogado, pero tiene 3 cosas en contra: Él cree que ella miente, él no quiere volver a enamorarse, y ella tiene un severo trastorno mental que pondrá en jaque su vida y la poca relación que ha conseguido con él. Obra con es...