El doctor Heredia, médico general que estaba haciendo el ingreso a Brisa como nueva paciente, la observó por sobre sus gafas.
—¿Qué dejaste de tomar tus medicamentos, dices?
—No fue a propósito. Me robaron el bolso en que los traía. Llevo casi un mes sin tomarlos.
Heredia sopesó reprender a la paciente por la insensatez de abandonar un tratamiento psiquiátrico de un día para otro, o ayudarla. Optó por lo segundo.
—Entonces, dijiste que te los recetaron por un cuadro depresivo severo.
—Así es.
El doctor preguntó algunas cosas a Brisa, pero algo no le cuadró entre lo que ella le contaba y lo que estaba viendo. Si su ojo clínico no le fallaba, Brisa parecía bastante bien, sin embargo, algo que ella comentó llamó su atención.
—Es que la depresión me da de forma recurrente, por eso me dieron por tanto tiempo el medicamento y... no sé... me siento bien, pero... pienso que puede volver a pasar —explicó ella.
Heredia escuchó un par de vivencias que Brisa le confió, y que le parecieron muy alarmantes. Podía ser que el problema que ella tenía no se tratara de unas simples «depresiones recurrentes».
—Haremos esto. Voy a generar una interconsulta para que te evalúen en Salud Mental, ¿estamos?, pero, mientras tanto, te vas a hacer unos exámenes para ir ganando tiempo y se los llevas a psiquiatra. No te voy a dejar medicamentos porque creo que no los necesitas y prefiero que te vea el especialista. En el COSAM están de vacaciones, deberían llamarte apenas comience marzo. También aprovecha de pedir una hora para la matrona y el dentista.
Brisa salió de la consulta muy contenta, siguió las indicaciones del médico y se fue a trabajar. Cuando decidió mudarse a Santiago, lo comentó a su psiquiatra anterior, quien le recomendó trasladar su ficha médica para seguir la atención en la capital, pues, en esa última sesión, él había expresado sus dudas al notar que el tratamiento la aletargaba, pero no la ayudaba. Podía no ser depresión lo que tenía.
** * **
Por la noche, poco antes de dormir, Brisa tuvo ganas de dibujar. En su mochila traía una libreta de dibujo y algunos lápices, que usó para dibujar la silueta del caballero de la panadería, pero también recordó al gorrión con la ramita y lo boceteó. No esperaba hacer una composición, sino que ir soltando la mano y relajarse. Disfrutó de un sueño profundo, pero a las seis y media de la mañana alguien llamó, insistente, a su reja. Pensó que era algún despistado, pero cuando recibió una llamada en su celular, tuvo que salir a atender. Era Karina.
Su prima le contó necesitaba a pedirle un favor enorme y especial, de forma privada. Había pasado temprano porque iba camino al trabajo.
—Sabes que estoy harta de mi empleo y de hacer este viaje de mierda de dos horas al día solo para que me ninguneen —dijo Karina—, y encontré una oferta de trabajo a veinte minutos de mi casa. La entrevista es la próxima semana.
—Oh, no sabes cuánto me alegro —Brisa bostezó antes de tomarse las rodillas y mirar a su prima, que seguía de pie junto a su colchón, único mueble del lugar—. Sé que lo conseguirás porque eres muy talentosa.
—Aquí es donde entras tú... —señaló Karina, enigmática.
Karina había intentado gestionar esa mañana libre para ir a la entrevista, pero su jefe se había negado. En medio de su desconsuelo, ella comentó en su casa lo sucedido y Juan Pablo le dio un consejo más para divertirla que para que lo tomara en serio.
«Manda a Brisa, po', hermanita. Acuérdate que cuando eran chicas la tía Ali siempre las confundía. Dile que se alise el pelo, préstale uno de tus trajes y ya».
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Sintiendo Demasiado
RomanceA Brisa le encanta Marcel, abogado, pero él la cree una mentirosa y no tiene intención de enamorarse. Brisa tiene un severo trastorno mental que pondrá en jaque su vida y la poca relación que ha conseguido con él. Obra con escenas sexuales, intentos...